La luz del nuevo día se filtraba a través de las rendijas de la habitación de Eleni, iluminando el polvo que flotaba en el aire como recuerdos atrapados en un tiempo que parecía cada vez más distante. Pasaron varias noches desde que Kadir y ella se adentraron en la contienda por la paz, y cada amanecer traía consigo la esperanza de un cambio, pero también el peso de lo que estaba en juego. El corazón de Eleni latía con más fuerza al recordar el motivo que los unía: un amor que desafiaba las normas de un mundo dividido.
Se levantó de la cama y fue hacia la ventana, observando los muros de la ciudad que la envolvían con su historia. Constantinopla estaba llena de vida, pero Eleni sentía que, en medio de la algarabía, había un silencio profundo donde residía su propio conflicto. Su amor por Kadir era un secreto que debía explorarse con cautela, porque desafiaba no solo las tensiones entre sus pueblos, sino las sombras de un pasado marcado por la guerra.
A medida que la luz del sol ascendía, Eleni decidió que la mejor manera de enfrentar su angustia era actuar. Con pasos decididos, se vistiió con un sencillo atavío, un recordatorio de su nobleza y fortaleza. Sabía que su misión requería tanto valor como debilidad, y debía estar preparada para cualquier eventualidad.
Fue al encuentro de Kadir en el centro de la ciudad, donde las tensiones entre las facciones eran palpables. Las calles estaban abarrotadas de soldados y nobles que discutían acaloradamente mientras el aroma de la vida cotidiana se entrelazaba con el temor a lo que vendría. Con cada paso que Eleni daba, el eco de los murmullos y las miradas desconfiadas aumentaban su nerviosismo.
Al llegar al lugar de encuentro, observó a Kadir hablando con Eros y Nikolai. Su postura parecía firme, y Eleni se sintió aliviada al saber que estaba involucrado en las negociaciones; la conexión que tenían era suficiente para hacerla sentir fuerte. Se acercó, y al sentir su presencia, Kadir se giró, sus ojos llenos de una mezcla de ansiedad y amor.
“Eleni,” murmuró al acercarse, como si su nombre fuera un mantra que invocara valentía. “Te estaba buscando”.
La tensión de sus miradas se vio interrumpida por el estruendo de voces de nobles que debatían enérgicamente. Nikolai alzó la voz, “Si no encontramos un camino hacia la paz, la guerra se desatará. No podemos permitir que las viejas rivalidades nos dividan aún más”.
“Estamos aquí para escuchar, no para atacar”, agregó Eros, sin poder ocultar la irritación en su tono. “Pero tenemos que ser claros: la posición de nuestro bando es sólida. No estamos dispuestos a ceder”.
Eleni sintió la presión del momento, y al mirar a Kadir se dio cuenta de que debían ser la voz del cambio. “Tal vez podemos proponer una tregua”, sugirió, “una reunión entre los líderes de ambas facciones, donde podamos expresar nuestras preocupaciones y objetivos. La guerra no tiene que ser la única solución. El amor por nuestra tierra debería ser más fuerte”.
Los miradas se volvieron hacia ella, y la incertidumbre se instaló en el aire. Nikolai levantó una ceja. “¿Te das cuenta de lo arriesgado que es? No puedes simplemente suponer que los dos lados estarán dispuestos a sentarse a dialogar”.
“Con el corazón en la mano, estoy dispuesta a intentarlo. No se perderá nada al comunicar. La batalla no solo está en los muros, sino en el alma de nuestra gente”, afirmó Eleni, el fervor de su convicción iluminando sus palabras.
“Entonces, deberemos hacer planes y designar un lugar neutral”, propuso Kadir, su voz resplandecía con certeza. “Deberemos ser estratégicos. No podemos permitir que nuestra ambición nos lleve a una disputa sin fin”.
Mientras diseñaban estrategias para llevar a cabo la reunión, el ambiente se fue oscureciendo. Eleni sintió que sus propios pensamientos se deslizaban a un segundo plano mientras observaba a Kadir discutir con Eros y Nikolai. Las sombras llenaban su mente, donde el amor y el miedo se entrelazaban como dos fuerzas en conflicto.
Poco después de que las ideas se dictaron, la urgencia de salir a la reunión del otro día se hizo evidente. Era un riesgo, pero no un sacrificio. Eleni sabía que, si querían marcar la diferencia, necesitaban arriesgarse a hacer lo que era impensable. Era el momento de romper las fronteras de lo prohibido.
La tarde se acercaba rápidamente, y mientras se preparaban para partir hacia la reunión, Eleni miró a Kadir, quien sostenía con firmeza la hoja de papel donde se registrarían los términos de paz.
“Estaré a tu lado, no importa lo que pase”, prometió él, mostrando la pureza de sus intenciones, y esas palabras fueron un combustible que avivó las llamas dentro de ella.
El encuentro fue acordado para la tarde en el parque más hermoso de la ciudad, un lugar que, con su poca historia en la guerra, simbolizaba la posibilidad del renacer. Sin embargo, allí los murmullos de la traición también podrían florecer, y Eleni sentía que no solo su futuro, sino el de todos estaba en juego.
La sombra del sol se alargaba mientras se acercaban al parque, y Eleni se sintió cada vez más inquieta. Era un entorno familiar, pero no uno que evocara comodidad; el amor florecía entre las balas y las espadas, y aquel lugar podría convertirse en un campo de batalla emocional.
Cuando llegaron, se sintieron cercados por un grupo de nobles que ya estaban presentes. El ambiente era tenso, como si lo prohibido invadiese sus corazones. Un silencio incómodo se interrumpió cuando el primer aristócrata dio un paso al frente, su expresión dura como el acero.
“¿Cuál es el propósito de esta reunión, exactamente?” demandó, mirándolos de forma despectiva.
Eleni tomó aire. “Estamos aquí para discutir las posibilidades de una paz duradera entre nuestros pueblos. La guerra no beneficia a nadie”, dijo con seguridad, aunque el temblor de su voz revelaba su ansiedad.
Un murmullo recorrió el público, y Eleni pudo sentir la resistencia ante su propuesta. “No podemos permitir que nuestras tierras sean mancilladas por alianzas con los otomanos”, intervino un noble enojado, su voz llena de prejuicio.
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Editado: 19.12.2025