Capitulo 1
LOS DIECIOCHO AÑOS DE VICENTE
Vicente se paseaba por la pequeña sala de la casa parroquial, esperando ser atendido por el Padre Andres. Se sentía nervioso, sabía que esta conversación definiría el curso de sus pasos al salir de la Casa Hogar. En quince días cumpliría los dieciocho años y a esa edad era obligatorio ceder el espacio para dar oportunidad a otro infante que necesitara un refugio. Ya estaba por culminar sus estudios secundarios, y manejaba un oficio empírico con eficiencia profesional. Pero no conocía la vida fuera de las seguras puertas del instituto que lo acogió. Jamás recibió una invitación para ser adoptado, tal vez esta experiencia forjó un ser humano socialmente resentido, pero lo disimulaba con discreción y elegancia, no se quejaba. Fue por muchos años el niño más violento y el más aplicado. Se apasionaba con la misma fuerza por expresar sus sentimientos que por aprender cosas nuevas. Se negó con energía para adaptarse al estilo que imponían. Él era su propio conductor, por esa causa lucía su melena larga, como un roquero. No tenía amigos, aquellos que lograron con paciencia vencer las murallas de su hermetismo, fueron adoptados, dejando un vacío constante en la vida del joven rebelde. Entendió que no era sano aferrarse a nadie. Como no compartía actividades grupales, se dedicó a ejercitarse, por esta causa tenía unos formidables pectorales. Solo el padre Andres conocía a fondo las emociones de joven Vicente. Era el padre que no conoció, su guía, su amigo, y el único que realmente extrañaría al marcharse, en unos días.
La puerta del estudio se abrió y salió el Padre Andres, que afectuosamente invitó a pasar al desesperado Vicente. Ambos se estrecharon la mano, y pasaron al interior de la oficina. Una vez cerrada la puerta, tomaron asiento, y siguiendo un ritual común con los niños, el padre acercó a Vicente una hermosa bombonera de vidrio que contenía variedades de caramelos. Ya el joven no tenía edad para ser estimulado con esos artificios, pero entendió que a los ojos de ese hombre el siempre sería un niño más de la casa hogar, por lo que amablemente tomó un caramelo de fresa y lo guardó en un bolsillo de sus raídos pantalones de jeans.
-¿Cómo te ha ido hijo, con los libros de mecánica que te regalé?- Comentó el Padre Andres, para romper la tensión reinante en el ambiente.
-Excelente padrecito, ya los leí completamente, y como en el segundo tomo hablan de motos, ahora estoy fascinado con ese tema.
-Sí, pensé que te agradaría ampliar tus conocimientos mecánicos con información técnica. ¿Cómo te preparas para este cumpleaños tan especial?- El cariño del Padre Andres, se sentía en su tono de voz protector.
-Si le soy franco estoy asustado. Ya sé lo que pasará, no puedo seguir aquí siendo mayor de edad.
-Bueno Vicente ese camino lo recorremos todos, pero no te preocupes, yo he hablado con otro sacerdote, el padre Aurelio, que trabaja en una iglesia de la Parroquia Altagracia, y tiene un espacio donde puedes vivir por un tiempo sin tener que pagar hospedaje. A su vez él tiene contacto con un feligrés de su zona, que posee un taller mecánico y te ofrecerá trabajo, para que ahorres y comiences el camino a tu independencia económica. Ahora lo importante es que termines tus estudios secundarios. Vi tus notas y me alegra saber el buen promedio que tienes.
-No es difícil ser el mejor, no hay otra cosa que hacer. Estudiar es sencillo.- comentó el joven con cierta apatía.
-Para ti es sencillo hijo, porque dios te dotó de una inteligencia aguda, y una férrea disciplina. Ambos sabemos que no todos son como tú.
-No, otros son peores e igual los adoptan… Ya entendí que el mundo es extraño padre. Tengo ansiedad por ver la vida real, al otro lado de estos muros.
-De eso también quería hablarte. Para nadie es un secreto que eres un joven muy impetuoso y algo explosivo, has desarrollada tu cuerpo y eres fuerte hijo. Nosotros aquí hemos canalizado esa energía, pero cuando salgas estarás por tu cuenta y tengo miedo de que tus impulsos sean más intensos que tu paciencia creativa. ¿Sabes a qué me refiero?
-Sí, lo sé, pero como dijo usted ese es un camino que ahora debo recorrer. No se asuste padre, todo saldrá bien. Llegare lejos, en el buen sentido de la palabra. Espero ser su orgullo.
-No solo yo, todos aquí estamos orgullosos de ti, y queremos que tu futuro sea prometedor, no porque te vayas dejaremos de ser tu familia, aquí creciste y te hiciste un hombre de bien. Ahora debo terminar esta pequeña reunión, pues la hora de la misa ya está cerca y debo prepararme. Recuerda que puedes recurrir a mí para hablar de lo bueno y de lo malo. Te aprecio hijo ¿Lo sabes?