Entre el amor y el poder

Prólogo

No quería llorar, no deseaba hacerlo, pero para cuando quiso darse cuenta, las lágrimas estaban bajando sin control de sus ojos, las cosas que ocurrían a su alrededor solo la desanimaba al grado de no saber qué más hacer.

Durante más años amó a una mentira, amó a alguien que no era quien pensó y que solo la usó para vengarse de algo que ella no tenía la culpa, sino su padre y el resto de su familia.

¿Era el mundo tan cruel con ella? ¿Por qué se dejó de amar a sí misma?

Jasha, su prima, siempre tuvo la razón. Jamás debió de darle su corazón, sus años de amor y de su vida a un hombre que solo jugó con ella por poder. Poder que lo sentía cada vez más lejos de ella.

— Fui una idiota —Laisha pasó las fotos y temía ver los videos que estaban en la memoria, los CD y en el correo—. Me engañó…

Las fotos eran de Kaleb y de Leyla la esposa de su contrincante en las contiendas para conseguir la presidencia del país. Era de muchos años, los viajes que había hecho antes de casarse, cuando llegaron al país para que ella pudiera seguir sus sueños de ser presidenta y lograr un enorme cambio como el que estaba haciendo al estar casi rebasando a Yakin…

»El día de mi cumpleaños, nuestro aniversario y en las fiestas de nuestros hijos, qué nunca fue —más lágrimas seguían bajando de sus ojos, al darse cuenta de lo ciega que estaba—. Entiendo por qué jamás los quiso. Él lo sabía, sabía que no eran sus hijos y aun así se casó conmigo.

Leyó los informes de sus viajes, las cuentas que usaba para gastar el dinero que ella trabajó sudando día y noche. Usaba su dinero para cosas ilícitas, la fortuna que ahorró gracias a su trabajo en los Estados Unidos como abogada del bufete de abogados de su abuelo, mismo que dejó luego de regresar a Turquía.

»Debí hacerle caso, todos estos años me estuvo viendo la cara de idiota —sollozó dejando las fotografías en su escritorio—. ¿Qué hice mal?

Esa era la pregunta que cualquier persona podía hacerse luego de descubrir que el hombre que amaba desde que era una niña, no era él, sino otra persona, más aún, sabiendo que solo la utilizó como venganza. Buscó su bolso, tratando de encontrar su celular dentro del mismo, sin darse cuenta de que estaba temblando de pies a cabeza.

Marcó el número de Jasha, la cual era difícil de contactar, ya que odiaba tener el celular siempre. Sin embargo, una vez de las tantas que se vieron en el transcurso de los años, cambió el tono de llamada. Esperaba que ella estuviera despierta y no fornicando con Kadir, su esposo.

¿Bebé? —Jasha se aclaró la garganta—. ¿Qué sucede?

— Amor —caminó hasta el sofá—. Te necesito conmigo, por favor —lloró—. Tuviste razón todos estos años.

— ¿Qué? ¿De qué hablas? —Jasha dejó salir un gruñido luego de decir esas palabras—. Coño, Kadir, espérate —escuchó un ruido—. Laisha está llorando, aguántate —le habló en español—. Dime ahora.

— Kaleb me mintió —murmuró llevándose una mano al pecho—. No es el hombre que pensé que era, me engañó.

— Iré para allá, estoy en mi isla —Jasha se quejó—. De todos modos iría en unos días con mis hijos y Kadir para estar contigo. Las vacaciones las necesitaba.

— Gracias, amor —Laisha se estiró para tomar una caja de pañuelos—. Y lo siento…

— ¿Por?

Por no creerte y dejarme llevar por lo que sentía por Kaleb —confesó, sintiéndose aún peor—. Toda mi vida está en juego ahora.

— Bebé, tu único amor se hará cargo de todo, no me importa si tengo que comprarte la presidencia de ese asqueroso país —su prima sentenció—. Iré a buscar a los niños. Te amo.

— También te amo.

Ambas terminaron la llamada luego de contar hasta tres. Podían ser unas mujeres con los años pisándole en las canas, aunque no tenían, pero se querían demasiado. Tomó el sobre sellado que no se atrevió a mirar. Eran unas pruebas de ADN hechas con sus gemelos. Sus hijos mayores, los cuales siempre se ganaron el odio de Kaleb y entendía las razones al ver los resultados.

Kaleb nunca fue el padre de ellos. Jamás estuvo con él esa noche. Quiso recordar todas las cosas que hizo, pero no había nada, era como si sus recuerdos fueran eliminados de repente…

— Laisha —Kaleb entró a su oficina, se veía desorientado—. Lo que te den…

— Nunca fui algo para ti —Laisha trató de sonar calmada—. Jamás me amaste. ¿Te daba asco cuando teníamos sexo?

— No, nunca fue de ese modo… —Kaleb intentó defenderse—. Te amo…

— ¡No me mientas! —cerró el puño con tanta fuerza que el golpe que le dio en la nariz logró casi tumbarlo—. ¡Me fuiste infiel! ¡Eres un ser narcisista y egoísta! —lo empujó—. Te odio tanto que deseo matarte con mis propias manos.

— Todo lo que te enviaron es mentira, puedo…

— Es que todo tiene sentido ahora —ella se apuntó a sí misma—. Nunca amaste a Baris y a Randall —no quería llorar más, pero es que la sensación de que le mintió estaba presente—. ¿Sabes lo que has hecho?

— Todo es mentira…

— ¡Deja de mentirme! —gritó enfurecida, dándole otro golpe en el rostro—. Jasha tenía razón al decirme que mis hijos no eran tuyos, sino de otra persona —le mostró las fotografías—. Hay videos, tengo hasta miedo de verlos. Te acuestas con la esposa de Yakin.

— Ella me sedujo…

— Ay, por favor —puso los ojos en blanco, antes de girarse a dónde estaban los resultados de ADN—. Estos son los resultados que me llegaron con todas pruebas de tus infidelidades —se las pasó—. Es la prueba que tenía frente a mis ojos —murmuró aún más triste—. Nunca fueron tus hijos. Los tratabas tan indiferente a los otros, que llegué a pensar que eran por cualquier cosa, menos eso — apenas podía contener el llanto—. Ya no me mientas más. ¿Quién es el padre de los gemelos?

— Soy yo…




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