Después de pasar ese momento placentero en la cena con Yakin, se dio cuenta de que necesitaba ponerle un alto a su esposo en los últimos días. De camino a su hogar después de la cena, no pudo evitar pensar en que el perfume de Yakin lo había olido hace muchos años, pero no recordaba en dónde.
Podía ser en las veces que lo estuvo viendo desde que se mudó a ese lugar que lo había olido. Kaleb ni siquiera la llamó para preguntarle cómo estaba o de qué forma pasó el día de su cumpleaños, parecía ser un buen chiste todo lo que ocurría en su matrimonio, al grado de que hasta sus hijos lo notaban.
Llegó a su hogar con toda la seguridad que su familia le puso desde los Estados Unidos y Rusia. En cada parte tenía a alguien que la cuidaba, puesto que su apellido solo era sacrificios y muertes. Más aún, con lo que ella deseaba hacer en menos de un año.
Vio el auto de su esposo en la entrada, lo que supuso que él se encontraba ahí. Con los ánimos por el suelo, Laisha caminó por el jardín de su hogar hasta entrar y vio las maletas de su esposo junto a la puerta.
— Ni crea que le llevarán la maleta hasta la habitación —susurró enojada—. Maldito hijo de puta.
Fue a la cocina por un poco de agua, tenía que calmarse lo más que podía. Era de ese modo durante los últimos años. Ella era la que trataba siempre de mantener a flote su matrimonio y lo peor de todo, es que no podía darse el lujo de pedir un divorcio, ya que estaba en un país que se regía por el hombre.
Se miró por el reflejo de la ventana, dándose cuenta de que los años le estaban pasando por encima. Ya no era esa joven abogada que vivía en los Estados Unidos y que era la que llevaba sobre sus hombros el bufete de abogados de su abuelo, ahora era una adulta con 40 años, cinco hijos y con un cuerpo que en algunos casos le daba hasta asco verlo por las estrías y los rollitos.
— Felices cuarenta, Laisha —trató de sonreír—. Eres fuerte, recuérdalo.
Se lavó las manos, respiró hondo varias veces y fue a ver a su habitación. Él estaba revisando su celular, y era muy obvio que sabía que ella llegó desde hace unos minutos. Fue al closet para cambiarse la ropa y buscar un pijama. No tenía deseos de bañarse.
— ¿Estás enojada conmigo? —Kaleb le habló desde su lado de la cama—. Se retrasó todo durante el viaje.
— Lo que sea —ella dejó sus cosas en la mesita de noche—. Mañana quiero que me des todos los informes estipulados de este mes —le recordó—. No quiero más retraso hacia las fundaciones.
— ¿Ahora vamos a hablar sobre trabajo?
— ¿Hablaremos de qué me dejaste plantada por gusto? —ella apenas podía contenerse de no matarlo—. Porque se nota mucho el amor que dices tener por mí.
— Te acabo de explicar que me retrasé por cosas importantes, el vuelo fue una de ellas —Kaleb hizo que lo mirara—. Ya no saldré más del país a menos que sea necesario, te lo juro.
— Tienes un matrimonio que, en los últimos años, parece ser un chiste para ti —golpeó su mano para que se alejara—. No quiero ni imaginarme lo que pasaría si alguno de nuestros hijos se llegara a enterar de lo irresponsable que eres.
— No soy irresponsable con nuestros hijos —Kaleb pasó un trago amargo—. Soy tu esposo, el único hombre en tu vida.
— Pues parece ser que no puedo decir lo mismo de ti, porque te la pasas ignorándome —bufó—. Duérmete, porque ahora mismo no estoy de humor para aguantarte.
Apagó la luz de su lado y se tapó con la sábana, manteniendo la distancia de su esposo. Odiaba discutir con él, sin embargo, sentía que mucho estaba por cambiar. A la mañana siguiente, estaba haciéndose un licuado y leyendo los mensajes de su madre al decirle que los niños estaban con ella en casa.
Se percató de que por el enojo que su cuerpo tenía, no se atrevió a mirar o preguntar por sus hijos. Kaleb mucho menos preguntó por ellos, aunque después del nacimiento de su tercer hijo, las cosas con los mayores, pues iban en decadencia completa.
Salió de la casa y los guardias fueron a sus respectivos autos. No tenía muchos deseos de conducir, por lo que le dijo especialmente a uno de ellos que tomara el volante. Revisó cada una de las cosas que tenía que hacer y sonrió al leer los mensajes de su familia diciéndole que si tenían que comprar votos, que solo mandara el dedito hacia arriba.
En cuanto el auto se detuvo en la casa de sus padres, notó el brillo de su madre con su actual esposo. Mismo sujeto que esperó por ella diez largos años, mientras que su padre biológico anda por ahí… sufriendo por amor.
— Buenos días —Tarik le dio un beso en la frente—. Ya van a salir los niños.
— Buenos días, papá —ella lo abrazó—. ¿Se portaron bien?
— Son niños bien portados, sin duda alguna estás poniendo mucho empeño en ellos —su padrastro borró la sonrisa de su rostro—. ¿Qué está ocurriendo contigo?
— No ocurre nada —ella miró por un momento, miró hacia el cielo—. Son cosas que rondan en mi cabeza. Nada del otro mundo.
— No tengo que ser inteligente para saber que algo ronda por esa cabecita —le dio dos golpecitos en la frente—. No obstante, puedes decirme cuando gustes. Eres idéntica a tu madre.
— ¿En lo testaruda?
— En callar su dolor para proteger a sus seres queridos.