Entre el amor y el poder

Capítulo 4

Laisha revisó como siempre las asignaturas que les habían puesto a sus hijos en la escuela mientras esperaba que se descargaran los números de las cuentas, que se suponen que su querido esposo estaba manejando. De un momento a otro, llegaron a su mente los recuerdos de la cena que tuvo con Yakin y de paso, el ramo de flores que estaba en su despacho de ese ser desconocido que nunca se olvidaba de los momentos especiales o de vez en cuando, le enviaba un mensaje desde un número que nunca respondía sus llamadas.

Con Yakin se sintió tan diferente al pasado cuando le dijo con apenas tres años que se casaría con él y se asustó tanto porque veía la manera en la cual su madre dejaba de tener brillo. Al menos no se había comportado como un patán al momento de cenar, aunque quería terminar de arrancarle la oreja…

— ¿Pasa algo, mamá? —Varick tomó sus cuadernos—. ¿Nos vamos?

— ¿Quieren ir conmigo a la playa a pasar un rato? —ella dejó sus lentes en la mesita—. Necesito un respiro de todo.

— ¿Y papá? ¿Qué hace esa maleta en la puerta? —Randall apuntó a la maleta que todavía se encontraba en la entrada después de dos días—. ¿Qué sucede?

— Es la maleta de Kaleb —ella se levantó del sillón—. ¿Llevamos comida?

— Mamá —Aylan la agarró de la mano—. ¿Qué está pasando? ¿Por qué tienes la mirada así?

— No me pasa nada de nada —intentó sonreírles—. Ahora vamos a pasar un tiempo en familia en la playa.

No podía engañarlos tan fácilmente con esas palabras, pero le daría algo de tiempo para que sus hijos dejaran de preguntar cómo era que su matrimonio estaba cayéndose a pedazos en los últimos años. Fue a buscar algunos refrigerios en lo que ellos iban saliendo de la casa con sus mochilas, puesto que querían seguir teniendo su hora de estudio con ella. Sin embargo, su paz se arruinó cuando Kaleb llegó a la casa y pateó la maleta de su viaje.

— ¿Se puede saber por qué después de dos días sigue esto aquí? —apuntó la maleta—. ¿Para qué demonios se les paga…?

Les pago… —se apuntó a sí misma—. Para que hagan ciertas cosas. No para que recojan lo que dejas tirado en cualquier parte de la casa —negó con la cabeza—. Si lleva dos días, es porque lo has decidido tú, nadie más. Podías fácilmente dejar la ropa en alguna parte en dónde no molestara a nadie.

— ¿Ahora vamos a discutir por algo cómo eso? —siseó Kaleb caminando hacia ella—. ¿Sigues enojada conmigo por lo de tu cumpleaños?

— ¿Me ves con cara de que me importe eso? —lo encaró, dejando los refrigerios en la encimera—. Soy la única persona que está intentando entender qué demonios es lo que está con esto desde que nos mudamos a este país.

— Nada está mal, te pones en plan de loca…

— ¿Loca? —Laisha tensó la mandíbula—. ¿Ahora dices que estoy loca? —le apuntó con el dedo—. Literalmente soy la única persona que intenta hacer que nuestros hijos no vean el fracaso de padre que eres

— ¿De qué me estás hablando?

— Ni yo sé de qué te estoy hablando —miró por un momento el techo—. ¿Tienes una amante? ¿Es eso?

— ¿Una amante dices que tengo? —el rostro de Kaleb era un poema—. ¿Qué mierdas te ha metido Jasha ahora en la cabeza? —preguntó tomándola por los hombros—. ¡Te dije que no podías hablar con ella!

— Es mi prima…

— ¡Y yo tu maldito esposo! —le gritó en la cara—. Desde que nos comprometimos, ella siempre te mete ideas estúpidas en la cabeza de qué te haré daño.

— Lo estás haciendo ahora…

—Jamás te he hecho algo, incluso me casé contigo sabiendo que eras mayor que yo…

— Solo te llevo un año de diferencia, y te iba a dejar libre, pero viniste a buscarme aquí —se sintió ofendida por el rumbo que estaban tomando sus palabras—. ¿Acabas de decirme que nunca me amaste? ¿Esperaste quince años para decírmelo?

— No, no es eso…

— Pues lo que acabas de decirme con otras palabras —se llevó una mano a la cabeza—. No hemos parado de discutir desde hace años. Ni siquiera hemos pasado tiempo en familia. El saludo que nos damos siempre termina de este modo. No vale la pena.

— ¿Me echas la culpa a mí? —él se acercó más a ella—. He intentado de una u otra manera en llevarnos bien, hacer todo lo posible, pero eres la única que se ahoga con algo estúpido.

— ¿Mis cumpleaños son estúpidos? ¿Nuestros aniversarios son estúpidos para ti? —lo empujó—. ¿Y qué hay de nuestros hijos? ¿Te has puesto a pensar en algún momento que esto también les afecta?

— Pues esto también me afecta a mí porque siempre trato de hacer todo lo que me pides sin queja alguna, pero no, jamás será suficiente lo que haga por esta familia —Kaleb la encaró y ella se quedó en silencio—. Incluso cuando éramos niños, muchas veces te dije que no y que no, pero seguías insistiendo en que fuéramos novios. Ahora no me salgas…

— Vuelvo y te repito —lo cortó enojada—. Te dejé libre hace más de quince años porque me había cansado de todos tus desplantes hacia mi persona… viniste conmigo hasta este país y…

— Pues no podía permitir que…

En ese momento, el celular de Kaleb comenzó a sonar y cómo ya se sabía todo de memoria, él no terminó de hablar con ella, fue a otro lugar a tomar la llamada y ella tuvo el impulso de ir con él a escuchar con quién hablaba y por qué es tan importante que su propia familia. Tomó los refrigerios nuevamente y salió de la casa, encontrándose con Baris sentado en el inicio de las escaleras.

— ¿Qué estás haciendo aquí, Baris? —Laisha apretó un poco la bandeja en sus manos—. ¿Por qué no estás con tus hermanos?

— ¿Por qué papá y tú siempre discuten? ¿Es por nuestra culpa? —su hijo se giró un poco para mirarla—. Papá nunca pasa tiempo conmigo o con Randall…

— ¿Y cómo te hace sentir eso? —Laisha pasó un trago duro—. Sé que tu padre tiene mucho trabajo con la fundación y reuniones en diferentes sitios, pero son sus hijos y debe escucharlos…

— Le iba a contar cómo me sentía, aun así, él me ignoró para hablar con Dustin —Baris se puso de pie—. ¿Por qué es así con nosotros?




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