Laisha se había quedado sola en su oficina, viendo la puerta ser cerrada, y fue como un duro golpe a su ego. Su esposo, siéndole infiel, esperaba que no fuera aún peor. Se limpió las lágrimas cuando Kaleb entró de repente a su oficina, y vio las fotografías que ella intentaba ocultar y que esperaba que no las hubiese visto por nada en el mundo.
—¿Puedo saber por qué diablos ese hombre está en mi casa? —Kaleb cerró la puerta de su despacho de golpe, y ella quiso matarlo—. ¡Te estoy hablando!
—No me grites —se dio la vuelta para guardar las fotos antes de que él las viera—. Está aquí porque lo invité. —Rodeó su escritorio—. Sus hijos necesitan ayuda con sus tareas y nuestros hijos los están ayudando —se aclaró la garganta, metiendo el sobre debajo de unos documentos—. ¿Hay algún problema?
—Sí, hay uno muy grave —su esposo se acercó a ella con pasos decididos—. Tú más que nadie sabes que odio a ese sujeto y lo dejas entrar a mi casa…
—Es mi casa —Laisha cortó sus palabras—. Así que déjate de tomar decisiones en donde no las hay.
—¿Qué?
—Que te recuerdo que es mi casa, la cual me regaló Jasha basada en mis gustos —lo encaró decidida—. No pusiste un peso en ella, mucho menos en algo… —Lo miró de arriba hacia abajo—. Ni siquiera la ropa que tienes encima costó tu dinero…
—¿Puedo saber qué demonios te pasa? ¿Él te contó algo? —Kaleb tuvo que pestañear varias veces—. No te reconozco…
—Estoy realmente cansada ahora como para lidiar contigo y tus celos. —Ella recogió algunas cosas que se habían caído al piso—. Los niños están bien cuidados. Nuestros hijos preguntan por ti todo el tiempo, ni siquiera fuiste a verlos y yo no voy a tapar mis cosas —concretó—. Puedes hacer lo que gustes, me da lo mismo.
—Amor, por favor… ya te pedí disculpas por lo de nuestro cumpleaños… Se me complicó llegar. —Él se excusó lo mejor que podía y ella tenía deseos de matarlo—. Ahora estaré más tiempo en el país; podemos ir a donde quieras con los niños, no me importa…
—Lo que realmente te importa es el hecho de que ahora no quiero ni verte. —Organizó algunas cosas en su escritorio—. Supongo que al fin de cuentas las cosas en nuestro matrimonio siempre serán de este modo.
—Amor…
—Ahora no es un buen momento —levantó la mano y siguió organizando las cosas—. Sal.
—Tenemos que hablar…
—¡¿De qué vamos a hablar?! —gritó enfurecida—. ¡¿De tus supuestos viajes?!
—No son supuestos, es más por ti que por mí todo esto…
—Cállate —apretó el puente de su nariz—. No quiero escucharte hablarme ahora —masculló irritada y herida—. Tus palabras solo reflejan lo poco hombre que eres.
—Hablaremos cuando estés más tranquila. —Kaleb no se movió de su sitio—. Ahora no te veo bien y no quiero discutir por algo que puede hacerte daño…
—¿Qué otra cosa puede hacerme daño más que tu indiferencia? ¿Algo más que tus audiencias? —le enumeró con los dedos—. ¿En los cumpleaños? ¿Las fechas importantes? ¿El tiempo de calidad con nuestros hijos?
—Buenas noches.
Kaleb se dio la vuelta sin responderle ninguna de sus preguntas y ella tomó una grapadora y se la lanzó a la puerta con tanta fuerza que le hizo un raspón de paso; se rompió el instrumento. Se apoyó en su escritorio y dejó escapar algunos sollozos bajos que fueron acompañados por lágrimas que continuaban bajando sin control. Estaba cansada de tener que lidiar con todo y más con lo que le había llegado.
El hecho de que él le fue infiel cuando ella pasaba por un momento vulnerable dejó en claro que nunca fue alguien de importancia. Estuvo a punto de decirle lo que había descubierto, pero Kaleb era astuto y no dejaría que ella lo humillara. Caminó de un lado a otro en su oficina, pensando en cuáles serían sus próximos pasos, porque un escándalo de esa magnitud la dejaría en el piso.
Su esposo podría salir a decir que ella a lo mejor fue quien descuidó su matrimonio, que ya no era joven y que, posiblemente, inventaría muchas cosas más sobre ella.
Organizó las cosas en su oficina, guardó las pruebas en su caja fuerte, cambió la clave de la misma. Se lavó la cara en el baño del primer piso y fue hacia la playa para ver qué tal iba todo con sus hijos.
—¿Papá llegó? —Dustin corrió hacia ella—. Vimos su auto cuando pasamos por la cocina…
—Sí, llegó hace un rato —echó el cabello hacia atrás—. ¿Cómo van con las tareas? ¿Necesitan ayuda?
—Sí, hay algo que no entendemos e íbamos a preguntarte…
Fue con los niños y Yakin estaba sentado en la arena, observando a los pequeños jugar. Sin embargo, su mirada iba de ida y vuelta hacia Baris y Randall, sus hijos mayores, los cuales estaban a la par de sus hijos.
—Puede sentarse aquí, señora. —Maximus sacó una silla para que se sentara—. ¿Puede explicarnos primero estos y luego a los otros, por favor?
—Claro.
Ella leyó los ejemplos una sola vez y les explicó a los chicos cómo debían hacer cada ejercicio. Yakin se acercó un poco también, viéndola estar con mucha calma, explicándoles a los chicos cómo debían realizarla.
—¿Podemos hablar un momento? —Yakin llamó su atención, cuando dejó los útiles en la mesa—. No será por mucho tiempo…
—Claro —le instó a caminar un poco—. Vamos a caminar un poco para que los niños sigan estudiando sin prisas.
—¿Estuviste llorando? —él fue el primero en preguntar, puesto que los niños la habían visto decaída—. Tus hijos me dijeron que es posible que estés discutiendo con tu esposo…
—Sí, tuve una discusión con mi esposo —se abrazó a sí misma—. No le dije sobre lo que recibí.
—¿Y por qué razón hiciste eso? —él parecía sorprendido—. No sé bien cómo es que funcionan las cosas en tu familia, pero…
—Nada acabaría bien —confesó—. Las personas, lo primero que harían sería verme como una cornuda; él podría decir que fui la culpable y que descuidé mi matrimonio… —Dejó salir una pequeña risa—. No soy una mala madre, mucho menos he hecho algo para que este matrimonio fracase… siempre fui la esposa complaciente…