Entre El Amor Y La Traición

La Caída Y La Lucha

Gabriel caía en el vacío oscuro, un abismo sin fin que parecía devorar la luz a su alrededor. Sentía el peso del conjuro diabólico que Luzbel le había impuesto antes de arrojarlo a esta prisión.

Sus majestuosas alas doradas y blancas, símbolo de su poder y pureza, estaban ahora encadenadas por negras ligaduras que se aferraban a su ser con una fuerza inquebrantable.

Cada intento de moverse era en vano, como si el aire mismo se hubiera solidificado en su contra. Las cadenas, frías y pesadas, se enroscaban alrededor de sus plumas, impidiendo que se desplegaran y lo liberaran de su caída interminable.

El vacío lo envolvía como una manta de sombras, cada segundo alargándose en una eternidad de desesperación. Gabriel, el arcángel valiente y justo, sentía su corazón quebrarse una y otra vez con el eco de la traición de Luzbel.

Sus pensamientos eran un torbellino de dolor y confusión, sus emociones un océano de tormentas sin fin. Cada latido de su corazón resonaba con una metáfora de su sufrimiento, un canto triste que narraba la historia de un amor traicionado.

— ¿Por qué, Luzbel? — susurró al vacío, su voz un eco ahogado en la negrura — ¿Cómo pudiste romper nuestro vínculo, nuestro amor, por la sombra y el poder?

Sus sentimientos eran un mosaico de imágenes desgarradoras: su amor compartido, ahora fragmentado como un espejo roto; la luz de sus días felices, ahora oscurecida por una sombra impenetrable.

Cada recuerdo con Luzbel era una espina en su corazón, cada caricia pasada ahora un latigazo de dolor. La traición se sentía como una cuchilla de hielo, atravesando su alma y dejándolo vacío y sangrante.

Mientras Gabriel se hundía en el abismo, en la Tierra, el caos reinaba. Daniel, con Seraphiel manifestándose dentro de él, se enfrentaba a Luzbel en una batalla feroz. Las calles estaban envueltas en una tormenta de destrucción, los edificios temblaban y las sombras danzaban con una ferocidad demoniaca.

Los demonios, sembrando terror y desolación, arrancaban las almas de los humanos, aprisionándolas en esferas negras del tamaño de una mano humana. Los cuerpos caían al suelo, inconscientes, sus almas robadas dejándolos en un estado de coma profundo.

La lucha entre Daniel y Luzbel era un espectáculo de luz y oscuridad. Seraphiel, con su espada de fuego celestial, lanzaba ataques implacables, sus movimientos un ballet de justicia y venganza. Luzbel, con su rostro marcado por el dolor y la culpa, contraatacaba con una furia desesperada, cada golpe un recordatorio de su traición y su pérdida.

— ¡Luzbel, detén esto! — rugió Daniel, sus ojos llameando con la luz de Seraphiel — ¡¿Qué le hiciste a Gabriel?!

Luzbel, sus alas ahora negras como la noche, esquivó un golpe y contraatacó, su rostro una máscara de dolor y resolución.

— Gabriel está en un lugar de donde jamás podrá salir —  respondió, su voz cargada de amargura.

Daniel se detuvo por un momento, su corazón saltando en su pecho. La desesperación comenzó a arrastrarse en sus venas, pero Seraphiel, con su sabiduría antigua, sintió algo más. En medio de la oscuridad que rodeaba a Luzbel, percibió una chispa de luz, una señal de que no todo estaba perdido.

— Hay algo en ti, Luzbel —  dijo Seraphiel a través de Daniel, su voz firme y llena de una extraña mezcla de esperanza y determinación — Tu luz no se ha apagado por completo.

Seraphiel, aprovechando un momento de conexión, penetró en la mente de Luzbel. Por unos instantes, vio la oscuridad que envolvía a Gabriel, percibió su dolor intenso y su sufrimiento. Era una visión que cortaba el alma, una herida abierta en el tejido del cosmos.

— Gabriel —  susurró Seraphiel a través de la conexión mental, su voz un hilo de esperanza en la vastedad de la oscuridad — Te encontraremos. Te juro que te salvaremos, donde sea que estés.

Gabriel, sintiendo el eco distante de la voz de Seraphiel, agarró esa promesa como un ancla en medio del vacío. Aunque el abismo intentaba arrastrarlo hacia la desesperación absoluta, esa chispa de esperanza le dio fuerza. Sabía que no estaba solo, que su lucha no sería en vano.

Con la batalla aún en curso, la luz de Seraphiel brilla con una intensidad renovada mientras Daniel se prepara para la siguiente fase del enfrentamiento.

En medio del caos y la destrucción, una promesa se mantiene firme: rescatar a Gabriel de las profundidades del abismo y restaurar el equilibrio entre la luz y la oscuridad.
 

 




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