Entre El Amor Y La Traición

Regreso Al Abismo

La batalla en la Tierra había llegado a su fin, al menos por el momento. Luzbel, con un gesto de resignación y tristeza, dio por culminada la contienda.

Los demonios, aún ansiosos de caos y destrucción, siguieron a su líder de regreso al abismo, dejando tras de sí una estela de terror y desesperanza. El portal oscuro se cerró tras ellos, engullendo la última luz que quedaba en su rastro.

En el abismo, un lugar de sombras eternas y susurros inquietantes, Astaroth esperaba en una sala que parecía ser esculpida de cenizas y humo.

Las esferas negras que contenían las almas humanas flotaban en lo que parecía una repisa etérea, cada una pulsando con un tenue brillo de sufrimiento. La sala estaba impregnada de un aire frío y opresivo, una caverna de desesperanza donde la oscuridad reinaba sin oposición.

Astaroth, con su belleza cruel y letal, observaba las esferas con una mirada calculadora. Su descontento era palpable, un fuego helado que ardía en sus ojos oscuros. Cuando Luzbel entró, su silueta oscurecida por la culpa y el dolor, Astaroth no tardó en manifestar su desagrado.

— Luzbel — dijo Astaroth, su voz como un veneno suave — Tu actuación en la Tierra fue... decepcionante. No es la primera vez que demuestras una debilidad que antes no conocías.

Luzbel bajó la cabeza, las palabras de Astaroth golpeándolo como dagas. Recordaba los tiempos antes de conocer a Gabriel, cuando la destrucción y la crueldad eran su única guía.

Pero ahora, esos tiempos se sentían lejanos, difusos, como un mal sueño del que había despertado solo para ser arrastrado de nuevo a la pesadilla.

— Lo siento — murmuró Luzbel, su voz quebrada — Las cosas han cambiado. Yo he cambiado.

— Eso es evidente — respondió Astaroth con frialdad, volviendo su atención a las esferas de almas — Pero no permitas que tu debilidad ponga en peligro nuestros planes.

Mientras tanto, en la Tierra, Daniel y Seraphiel enfrentaban las consecuencias de la reciente batalla. En el hospital más grande de la ciudad, las salas estaban llenas de personas en coma profundo, sus cuerpos frágiles y pálidos bajo la luz estéril de las lámparas. Los monitores emitían un pitido constante, una sinfonía de angustia y esperanza rota.

Daniel observaba el oscuro espectáculo con el corazón pesado. Los pasillos del hospital parecían interminables, cada habitación una isla de sufrimiento en un mar de desesperación.

Sentía la impotencia como un nudo en su garganta, una presión constante que amenazaba con aplastarlo. Seraphiel, dentro de él, compartía ese dolor, cada alma atrapada una herida en su propio espíritu.

Esto no puede continuar, pensaba Daniel, sus ojos llenos de determinación. Debemos encontrar una manera de detenerlos, de salvar a estas almas.

En otro rincón del mundo, lejos del caos y la desesperanza, Ian y Azrael disfrutaban de una paz temporal. Junto al padre de Ian y Laura, la tía de Daniel, se encontraban visitando a parientes en un lugar donde la armonía y la tranquilidad reinaban supremas.

Necesitaban este descanso, un respiro del constante conflicto y la tensión que marcaba sus vidas. Ignoraban completamente los horrores que se desarrollaban en su ausencia, sumergidos en un oasis de calma y familiaridad.

Mientras tanto, Gabriel caía más y más en el abismo, el vacío lo envolvía en un abrazo frío y cruel. Finalmente, su caída llegó a su fin, su cuerpo impactando contra el suelo duro y sin vida de la prisión dimensional.

El dolor era intenso, una onda de choque que se propagaba por su ser, dejándolo aturdido y confuso. La oscuridad se cernía sobre él como un manto opresivo, cada sombra susurrándole promesas de desesperación y abandono.

Gabriel, sintiendo el peso de la traición de Luzbel y la frialdad de su prisión, se dejó llevar por un sueño oscuro, una tregua forzada por el agotamiento y la pena. La opresión de la oscuridad lo rodeaba, susurrando sus miedos más profundos, envolviéndolo en una neblina de confusión y dolor.

En ese estado de semi-inconsciencia, las palabras de Seraphiel llegaron a él como un faro en la tormenta.

Te encontraremos, Gabriel. Te juro que te salvaremos, donde sea que estés.

Gabriel, aferrándose a esa promesa, encontró una chispa de esperanza en medio del abismo. Aunque su situación parecía desesperada, la luz de Seraphiel y el amor que compartía con Daniel y sus aliados le dieron la fuerza para resistir, para luchar contra la oscuridad que amenazaba con consumirlo.

Gabriel se encontraba en un sueño inquieto, su mente y su espíritu luchando por mantenerse a flote en un mar de sombras.

La promesa de Seraphiel resonaba en su corazón, una luz en la oscuridad que lo guiaba, recordándole que no estaba solo y que su lucha no sería en vano.
 




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.