Entre El Amor Y La Traición

Cadenas De Sombras

Daniel reapareció dos cuadras más allá, donde el caos entre Luzbel y los demonios se desataba como un huracán de sombras y gritos. Respiraba entrecortado, cada inhalación era un recordatorio de su reciente encuentro con el abismo. La oscuridad había sido un amante implacable, susurrando promesas de olvido eterno.

Pero en el último momento, cuando la libertad parecía una mariposa atrapada en la telaraña de la desesperación, vio a Gabriel. Su querido amigo, rodeado de un manto de penumbra más denso que la noche misma.

Había criaturas monstruosas a su alrededor, y sus magníficas alas estaban amarradas a negras cadenas, forjadas por las propias manos de Luzbel. La visión de su amigo tan impotente hizo que un grito silencioso brotara desde lo más profundo de su alma.

—Gabriel, te aseguro que te salvaré, amigo.

Cuando Daniel reapareció en la Tierra, su corazón latía como un tambor guerrero en medio de una batalla perdida. La angustia le consumía, como llamas invisibles que devoraban su espíritu.

No soportaba saber que Gabriel sufría intensamente por culpa de aquel que tanto amaba. ¿Qué clase de amor retorcido era este, que se convertía en veneno? Lo peor de todo era que ni él ni nadie conocía el motivo que llevó a Luzbel a traicionar tan brutalmente a quien supuestamente amaba.

Seraphiel se apresuró y llegó al lugar donde el caos total se manifestaba como una tormenta de sombras y luz. Fue testigo de la aparición de Asmodeo y del momento en que el ángel y Luzbel unieron sus fuerzas, enfrentando a los demonios, despedazándolos hasta hacerlos desaparecer en una nube de oscuridad y ceniza.

Escuchó cómo Asmodeo hablaba a Luzbel de la redención. Por unos momentos, Seraphiel mismo creyó que el arcángel caído entraría en razón. Pero Luzbel dejó que la oscuridad siguiera adueñándose de su mente y alma. El ataque repentino a Asmodeo fue desviado por Daniel, quien no permitiría que su amigo angelito sufriera daño alguno.

Por supuesto, tanto Asmodeo como Luzbel lo observaron asombrados. Habían creído que estaba encerrado en la misma prisión que Gabriel. Luzbel no daba crédito a lo que veía, pero recuperó su compostura con una rapidez que solo el dolor y la desesperanza podían otorgar.

—La redención no existe para mí —dijo Luzbel, su voz cargada de un pesar tan profundo como el océano—. Después de lo que te hice, Gabriel, sé perfectamente que no me perdonarás. ¿De qué redención me hablan?

El dolor lo hacía débil, un susurro de sombra en su corazón ya quebrado. Astaroth, siempre acechante, aprovechó ese momento de vulnerabilidad para envenenarlo con palabras oscuras, asegurando así su lealtad a la causa de la oscuridad.

—Luzbel —imploró Daniel, con la voz quebrada—, libera a Gabriel, por favor. Está sufriendo intensamente.
—Él está donde debe estar.
—¡¿Qué pasa contigo?! ¡Se suponía que lo amabas!

El rostro de Luzbel era una máscara de dolor y resolución. Sin responder, desapareció del lugar, regresando al abismo junto a Astaroth, quien lo aguardaba impaciente. Estaba en una sala, rodeado de demonios de rango inferior.

Cuando Luzbel apareció, la voz de Astaroth resonó por todo el lugar, rasgando el aire como un cuchillo y generando temor en los demás demonios.

—Luzbel, bienvenido seas. Ven aquí y recupera tu lugar de Príncipe de la Oscuridad.

Astaroth le entregó el cetro que multiplicaba el poder del demonio que lo poseía. Todos los príncipes de la oscuridad tenían uno. Luzbel lo había dejado de lado cuando eligió amar a Gabriel. Ahora, lentamente, se acercó a Astaroth y lo sujetó. Al instante, sintió cómo su poder crecía, un río oscuro inundando su ser.

Se colocó junto a Astaroth, ocupando el lugar que solía ser suyo antes de dejarse llevar por la belleza y pureza de Gabriel. Los vítores de los demás demonios se hicieron oír en todo el recinto, como el clamor de almas condenadas, ante las alegres carcajadas de Astaroth.

Luzbel extendió sus negras y majestuosas alas hacia ambos costados mientras golpeaba el suelo con su cetro. De esa forma, era oficial. El príncipe de la oscuridad, el cruel Luzbel, había regresado.

—¡Viva Luzbel! ¡El Príncipe de la Oscuridad!
—¡Viva!
 

 




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