El Mar de Fuego Eterno se extendía ante Daniel como una vasta extensión de llamas danzantes y olas de fuego. El aire estaba cargado de un calor sofocante, cada respiración era una bocanada de dolor que quemaba sus pulmones y secaba su garganta.
Las llamas naranjas y rojas se alzaban y caían como oleadas de un océano embravecido, y el horizonte se perdía en una bruma de calor y ceniza.
Daniel avanzaba con pasos pesados, sintiendo el suelo bajo sus pies crujir y resquebrajarse, como si caminara sobre brasas ardientes. Cada paso era una tortura, cada movimiento un recordatorio constante del peligro que lo rodeaba. Las llamas no solo quemaban su piel, sino también su espíritu, una prueba constante de su resistencia y determinación.
Seraphiel, atrapado en el interior de Daniel, sentía el dolor de su anfitrión como una herida propia. Las cadenas del conjuro oscuro seguían apretándose alrededor de su esencia angelical, y el calor abrasador del Mar de Fuego Eterno hacía que su luz interior parpadeara y se debilitara.
Seraphiel observaba impotente cómo Daniel se deterioraba física y emocionalmente, cada segundo una batalla contra el entorno hostil.
—No puedo soportar ver cómo sufres así, Daniel — pensaba Seraphiel, su voz un susurro de desesperación en la mente de su anfitrión — Debe haber otra forma...
Las olas de fuego se alzaban y caían con una ferocidad implacable, su calor quemando todo a su paso. Los gigantes de fuego, guardianes del mar, se movían con gracia peligrosa, sus cuerpos formados completamente por llamas vivientes. Sus ojos, brasas encendidas, observaban a Daniel con una malicia insaciable, listos para atacar en cualquier momento.
—Debemos seguir adelante, Seraphiel —dijo Daniel, su voz firme aunque su cuerpo temblara de agotamiento — No podemos rendirnos ahora.
El estado emocional de Seraphiel era una mezcla de desesperación y determinación. Sentía cómo la oscuridad se cernía sobre él, robándole su luz y su esperanza. Las llamas del Mar de Fuego Eterno eran como garras ardientes que intentaban arrancarle su esencia, y cada segundo que pasaba en ese lugar infernal era una prueba de su resistencia.
—No puedo dejar que Daniel sufra así por mi culpa —pensaba Seraphiel, su luz interior luchando por mantenerse viva — Debo encontrar la forma de protegerlo, aunque me cueste todo.
Daniel, sintiendo la lucha interna de Seraphiel, dejó que su propia luz se expandiera, envolviendo a su compañero angelical en un manto de esperanza y fuerza. A pesar del dolor físico y emocional, Daniel se negó a permitir que la oscuridad ganara.
—Prefiero quemarme en estas llamas antes que dejar que pierdas tu luz, Seraphiel — dijo Daniel, su voz resonando con una determinación inquebrantable — Te protegeré con todo lo que soy. Después de todo nosotros siempre decimos que los protegeremos a todos.
La luz de Daniel brillaba intensamente, enfrentándose a las llamas y al calor abrasador del Mar de Fuego Eterno. Los gigantes de fuego, sorprendidos por la intensidad de su luz, retrocedieron momentáneamente, sus cuerpos de llamas retorciéndose en desconcierto.
Seraphiel, sintiendo la luz de Daniel envolviéndolo, encontró una chispa de esperanza en su interior. Aunque las cadenas del conjuro oscuro lo seguían apretando, la luz de Daniel ofrecía un respiro, una promesa de que no todo estaba perdido.
—Gracias, Daniel... —pensó Seraphiel, su voz cargada de gratitud y emoción—. No sé cómo agradecerte...
El camino a través del Mar de Fuego Eterno seguía siendo arduo. Cada paso era una batalla contra el calor y las llamas, pero la luz de Daniel se mantenía firme, guiándolo a través de la penumbra ardiente.
Los gigantes de fuego seguían intentando atacarlos, pero la luz de Daniel los mantenía a raya, desafiando cada intento con una promesa de esperanza.
Finalmente, después de lo que parecieron horas de lucha interminable, Daniel y Seraphiel llegaron al borde del mar de llamas. Delante de ellos, el paisaje cambiaba, dejando atrás las olas de fuego y los gigantes ardientes. Un sendero de piedra se extendía ante ellos, iluminado por una luz tenue pero constante que parecía prometer un respiro del calor abrasador.
—Lo logramos, Seraphiel —dijo Daniel, su voz cargada de alivio y esperanza — Hemos cruzado el mar.
Seraphiel, aún débil pero fortalecido por la luz de Daniel, sintió una oleada de gratitud y esperanza renovada. Aunque el camino por delante seguía siendo incierto, sabían que mientras estuvieran juntos, la luz podría prevalecer sobre la oscuridad.
—Sí, Daniel — respondió Seraphiel, su voz llena de determinación — Juntos, podemos enfrentar cualquier cosa.
Mientras tanto, Gabriel, guiado por una intuición divina, seguía avanzando hacia el lugar donde el fragmento del Corazón de Luz estaba escondido. Sentía la conexión con Seraphiel y Daniel, una línea de luz que lo guiaba a través de la oscuridad.
Su determinación brillaba como una estrella en la noche, y su voluntad de salvar a sus seres queridos era inquebrantable.
El calor del Mar de Fuego Eterno no podía detener a Gabriel. Sus alas desplegadas irradiaban una luz dorada que cortaba a través de las llamas y el humo. Sentía cada paso como una batalla, pero la conexión con Seraphiel le daba la fuerza para seguir adelante.
—Estoy cerca, hermanos —pensaba Gabriel, su voz resonando con una mezcla de esperanza y determinación — No dejaré que la oscuridad los consuma.
Gabriel avanzaba hacia la luz, su conexión con Seraphiel y Daniel fortaleciéndose con cada paso. La esperanza, aunque tenue, seguía brillando, una chispa de resistencia en medio de la oscuridad que prometía no extinguirse.