El cielo sobre la ciudad estaba teñido de un ominoso rojo sangre, como si la misma atmósfera llorara la devastación que asolaba el mundo. Ian, con Azrael en su interior, se encontraba en el corazón del caos, enfrentándose a una horda de demonios que se arremolinaban a su alrededor.
Las calles, que alguna vez fueron avenidas vibrantes llenas de vida y esperanza, ahora eran campos de batalla, donde las sombras danzaban en una macabra coreografía de destrucción y desesperanza.
Los demonios atacaban con una furia desenfrenada, sus garras y colmillos buscando desgarrar la carne y el alma de Ian. Cada criatura infernal era una manifestación del odio y la desesperación, sus ojos brillando con un fuego infernal que prometía dolor y sufrimiento interminables.
Pero Azrael, el ángel de la muerte, guiaba cada movimiento de Ian, desviando los ataques con una precisión letal. La luz que emanaba de Ian era como una espada ardiente, cortando a través de la oscuridad con una fuerza imparable.
—¡No permitiremos que el caos consuma la esperanza! — gritó Ian, su voz resonando con el poder de Azrael.
Cada golpe que Ian asestaba era un canto de resistencia, cada movimiento una sinfonía de destrucción y redención. Los demonios caían como hojas en una tormenta, sus cuerpos desintegrándose bajo la luz pura. Sin embargo, la batalla estaba lejos de terminar. El aire se llenó de un rugido gutural, y desde las sombras emergió Astaroth, su figura imponente y elegante, una mezcla de belleza y horror.
Astaroth, con su presencia majestuosa y aterradora, se movía con una gracia sobrenatural, su figura destacando en medio del caos como una sombra oscura en un lienzo de fuego. Sus ojos, pozos sin fondo de oscuridad, observaban a Ian y Azrael con una mezcla de desafío y tentación.
—Azrael, mi viejo amigo — dijo Astaroth, su voz un susurro de hielo y fuego que resonaba en el aire — ¿No ves que esta batalla es inútil? Únete a nosotros. Ocupa el lugar de Príncipe de la Oscuridad que dejó tu hermano Asmodeo.
Astaroth se acercó a Ian, su presencia llenando el espacio con una energía opresiva que parecía drenar la esperanza misma del aire. Azrael sintió una ola de recuerdos oscuros inundar su mente, cada uno un eco de tormento y desesperación. Los recuerdos eran como espinas en su alma, cada uno trayendo consigo una punzada de dolor y arrepentimiento.
—¿Recuerdas, Azrael? —continuó Astaroth — El castigo de Gabriel, el destierro del cielo, tu caída a la tierra en forma de demonio. ¿No deseas vengarte? Únete a mí, y juntos dominaremos este mundo de sombras.
Los recuerdos golpearon a Azrael con una fuerza implacable. Vio a Gabriel, su hermano amado, su voz resonando con una mezcla de tristeza y determinación mientras pronunciaba la sentencia. La imagen de Gabriel, con su semblante solemne y sus alas extendidas, era una visión grabada a fuego en su memoria.
—Azrael, has desobedecido las leyes divinas — dijo Gabriel, sus ojos llenos de una tristeza infinita — Por tus actos serás desterrado del cielo y condenado a vagar por la tierra como un demonio. Que tu caída sea una advertencia para todos los ángeles.
El destierro fue un tormento que marcó el alma de Azrael. Cada día en la tierra, cada momento como un demonio, fue una eternidad de dolor y desesperanza. Sentía la oscuridad infiltrarse en su ser, una constante batalla contra su propia naturaleza angelical.
Recordaba cómo sus alas, antes resplandecientes y llenas de luz, se habían ennegrecido bajo el peso del castigo, cómo su esencia misma había sido corrompida por la sombra.
—Nunca quise esto... —pensaba Azrael, su voz un eco de desesperación — Solo quería proteger a los inocentes...
Astaroth, sintiendo la lucha interna de Azrael, intensificó su tentación. Su voz, suave y seductora, era como un veneno dulce que se infiltraba en la mente de Azrael, buscando corroer su determinación.
—Azrael, puedes acabar con tu tormento — dijo Astaroth, su voz cargada de promesas oscuras — Únete a mí, y serás el Príncipe de la Oscuridad. Juntos, dominaremos el mundo y traeremos el orden que siempre deseaste.
Pero Azrael, a pesar de sus tormentosos recuerdos, sintió una chispa de esperanza y redención en su interior. Recordó las palabras de Gabriel, no como una condena, sino como una oportunidad de redimirse.
Sabía que no podía sucumbir a la oscuridad, que debía luchar por la luz y la esperanza. La imagen de Gabriel, aunque dolorosa, era también una fuente de fortaleza, una promesa de que aún había un camino hacia la redención.
—¡Nunca me uniré a ti, Astaroth! —gritó Azrael, su voz resonando con una fuerza inquebrantable — ¡La luz siempre prevalecerá sobre la oscuridad!
Con un último estallido de determinación, Azrael canalizó su poder a través de Ian. La luz que emanaba de ellos era cegadora, una explosión de energía pura que golpeó a Astaroth con una fuerza devastadora.
El ataque fue tan poderoso que el talismán que Astaroth llevaba, un artefacto oscuro que contenía las almas capturadas, se rompió en mil pedazos.
Las almas aprisionadas, liberadas de su encarcelamiento, se elevaron como una marea de luz, regresando a sus respectivos cuerpos. La ciudad, que había sido un campo de batalla de desesperación, se llenó de una nueva esperanza mientras las almas regresaban, reanimando a los caídos y devolviendo la vida a lo que parecía perdido.
—Esto no ha terminado, Azrael —dijo Astaroth, su voz una mezcla de furia y sorpresa—. Volveré, y esta vez, no escaparás de la oscuridad.
Pero Azrael, con Ian como su anfitrión, se mantuvo firme, su luz brillando intensamente. Sabía que la batalla estaba lejos de terminar, pero mientras la esperanza ardiera en sus corazones, la luz siempre encontraría una forma de prevalecer. Sentía el alivio de las almas liberadas, cada una un recordatorio de que su lucha tenía un propósito y un significado.
Azrael, a pesar de la tentación y los tormentos del pasado, encontró fuerza en su determinación de proteger la luz. Recordó cómo Gabriel había confiado en él, a pesar de todo, y cómo su destierro había sido una prueba, no un castigo eterno. La luz en su interior, aunque dañada, brillaba con una renovada intensidad, una llama inextinguible que prometía luchar hasta el final.