El abismo se extendía como un vasto océano de sombras, un reino de oscuridad sin fin donde la esperanza era una palabra olvidada y la luz nunca se aventuraba a brillar. Astaroth, hecho una fiera por la gran derrota que había padecido, descendió al corazón de este abismo, su ira y frustración ardiendo como brasas en sus ojos.
No esperaba que Azrael fuese tan poderoso ni que su lealtad a Gabriel fuera tan intensa. Cada paso que daba resonaba en las cavernas de oscuridad, un eco de su furia que se esparcía por todo el reino sombrío.
—¡Maldito Azrael! —rugió Astaroth, su voz reverberando en las profundidades del abismo— ¡No sabe con quién se ha enfrentado!
Las sombras a su alrededor se retorcían y susurraban, resonando con la energía de su ira. El abismo respondía a su emoción, un reflejo de la oscuridad que llevaba dentro.
A medida que avanzaba, los ecos de sus pasos se mezclaban con los lamentos de las almas atrapadas, cada una un recordatorio de las victorias y las derrotas pasadas.
En el corazón del abismo, rodeado por las sombras más densas y las llamas más oscuras, se encontraba el segundo talismán. Este artefacto oscuro estaba siendo vigilado y fortalecido por el mismo Luzbel, el ángel caído cuya presencia llenaba el aire con una mezcla de odio y desesperación. Luzbel, el príncipe de las tinieblas, observaba el talismán con una intensidad que parecía capaz de perforar la misma oscuridad.
El odio que Luzbel sentía hacia Astaroth era profundo y ardiente, un fuego que había sido avivado por años de manipulaciones y traiciones. Cada vez que veía a Astaroth, sentía una oleada de furia que amenazaba con consumirlo. Sin embargo, su odio era igualado por la manipulación que Astaroth ejercía sobre él, una red de engaños y promesas que mantenían a Luzbel atrapado en su propia oscuridad.
—Luzbel, viejo amigo —dijo Astaroth, su voz un susurro de seda y veneno — ¿Sigues aquí, vigilando este pedazo de metal? ¿No te das cuenta de que eres un paria si sigues junto a Gabriel?
Las palabras de Astaroth resonaron en la mente de Luzbel, cada sílaba un recordatorio de sus caídas y fracasos. Recordó cómo había sido expulsado del cielo, cómo había sido desterrado y condenado a vivir en las sombras.
Gabriel, su amado, había sido la causa de su segunda caída, y aunque su amor por Gabriel nunca se había extinguido, las palabras de Astaroth eran como espinas que se clavaban en su corazón.
—Astaroth... — dijo Luzbel, su voz cargada de una mezcla de odio y desesperación — ¿Qué es lo que realmente quieres de mí?
Astaroth se acercó a Luzbel, su sonrisa una curva de malicia pura. Sabía que Luzbel estaba atrapado en una red de emociones conflictivas, y usó cada una de ellas para fortalecer su manipulación.
—Luzbel, eres más poderoso de lo que te das cuenta — dijo Astaroth, su voz suave y convincente — Gabriel nunca entendió tu verdadero potencial. Juntos, podemos dominar el cielo y la tierra. No más destierro, no más desprecio. Serás el rey que siempre debiste ser.
Las palabras de Astaroth eran como un veneno dulce, infiltrándose en la mente de Luzbel y sembrando semillas de duda y ambición. Aunque Luzbel odiaba a Astaroth, también sentía una atracción hacia el poder y la libertad que prometía.
—Quizás... quizás tienes razón —dijo Luzbel, sus ojos brillando con una mezcla de furia y esperanza — Tal vez es hora de dejar de lado el pasado y mirar hacia el futuro.
Astaroth, confiado en su éxito, sentía una ola de satisfacción. Sabía que su poder sobre Luzbel era fuerte y que su plan para invadir el cielo estaba cada vez más cerca de realizarse.
—Exactamente, mi amigo —dijo Astaroth, su voz resonando con una malicia triunfante — Juntos, somos invencibles.
Con su manipulación sobre Luzbel asegurada, Astaroth comenzó a planear su próximo movimiento. Sabía que necesitaría recuperar las almas perdidas para fortalecer el talismán ubicado en el abismo. Cada alma era una fuente de poder, un eslabón en la cadena de oscuridad que lo ayudaría a alcanzar sus objetivos.
—Debemos recuperar esas almas perdidas — dijo Astaroth, su voz cargada de determinación — Necesitamos fortalecer el talismán y asegurarnos de que nuestra próxima incursión sea imparable.
Luzbel, aunque aún lleno de odio y resentimiento, asintió. Sabía que su poder y su destino estaban ahora entrelazados con los de Astaroth. Juntos, comenzaron a trazar un plan, una estrategia que les permitiría recuperar las almas y fortalecer su posición en el abismo.
El abismo, con su vasta oscuridad y sus sombras retorcidas, parecía responder a sus intenciones. Las llamas negras danzaban con una intensidad renovada, y los susurros de las almas atrapadas se convirtieron en un coro de lamentos que resonaba en las profundidades.
Astaroth, con su confianza restaurada, sentía que la victoria estaba al alcance. Sabía que Azrael y Gabriel seguirían siendo un obstáculo, pero también sabía que su poder y su manipulación sobre Luzbel serían suficientes para superar cualquier desafío.
—El cielo será nuestro —dijo Astaroth, su voz resonando con una convicción inquebrantable— Y aquellos que se interpongan en nuestro camino caerán ante nuestra oscuridad.
Astaroth y Luzbel avanzan hacia su objetivo, sus sombras fusionándose en una figura de malicia y poder. El abismo, con sus llamas negras y sus ecos de desesperación, se preparaba para una nueva ola de destrucción y conquista. Las alas negras de Luzbel eran majestuosas y relucientes.
Mientras tanto, en la superficie, Azrael, Ian y Gabriel sentían la presión de la oscuridad intensificarse, sabiendo que la batalla estaba lejos de terminar y que la esperanza seguía siendo su faro en la penumbra.