El abismo era un lugar donde la luz no se atrevía a penetrar, un océano de sombras y desesperación que parecía infinito. Aquí, las paredes estaban hechas de roca negra y fría, exudando una humedad oscura que se pegaba a la piel como un manto de tristeza. En el corazón de este lugar, Luzbel se encontraba encadenado, sus pensamientos constantemente girando en torno a su amado Gabriel.
Luzbel, sentado en una solitaria celda tallada en las profundidades del abismo, recordaba los momentos que había compartido con Gabriel.
Cada recuerdo era un rayo de luz en la oscuridad, una chispa de amor que iluminaba su existencia sombría. Sentía que su amor por Gabriel era como un fuego eterno, ardiendo con una intensidad que ni siquiera las sombras más densas podían apagar.
—Gabriel, mi amado —pensaba Luzbel, su voz un susurro de desesperación y esperanza — ¿Cómo pude caer tan bajo y perderme en esta oscuridad? Todo lo que deseo es volver a tu lado, sentir tu luz y tu amor una vez más.
Las cadenas invisibles que lo aprisionaban no eran de metal, sino de manipulación y engaño, forjadas por las palabras venenosas de Astaroth. Cada eslabón era un recuerdo de las promesas rotas y los engaños, un peso que lo mantenía atrapado en el abismo.
—Estas cadenas son mi penitencia —murmuraba Luzbel, sintiendo el peso de cada una — Pero mi amor por ti, Gabriel, es la única fuerza que me mantiene vivo.
El amor de Luzbel por Gabriel era un poema sin fin, cada verso un suspiro de deseo y cada estrofa un latido de esperanza. Recordaba sus conversaciones, sus risas, y la forma en que Gabriel lo miraba, con una ternura que parecía capaz de curar cualquier herida. Ese amor era su salvación y su condena, una dualidad que lo mantenía al borde de la locura y la redención.
Mientras Luzbel estaba sumido en sus pensamientos, Astaroth, furioso por su derrota anterior, preparaba su regreso a la tierra. Su ira era palpable, una tormenta de oscuridad que se arremolinaba a su alrededor mientras cruzaba los límites del abismo.
Astaroth emergió en la superficie con un rugido que resonó a través del cielo, una figura imponente y aterradora. Sus ojos, brasas de odio, observaban la ciudad con una mezcla de furia y determinación. A su lado, los demonios se reunían, sombras vivientes que exudaban malicia y desesperación.
El contraste entre la oscuridad de Astaroth y la luz del amanecer era un espectáculo sobrecogedor. La ciudad, que había comenzado a recuperarse, se sumió de nuevo en el caos al ver la aparición del demonio. Las personas, aterrorizadas, empezaron a correr desesperadamente en busca de refugio, sus gritos llenando el aire con una cacofonía de miedo.
—¡Es Astaroth! ¡Ha vuelto! —gritaban, sus voces resonando con desesperación.
Habían pasado tres días desde el último ataque, y la ciudad aún se estaba recuperando. El miedo de los habitantes era palpable, una sombra que se extendía por las calles y plazas mientras buscaban desesperadamente un lugar donde esconderse.
Astaroth observaba la escena con una sonrisa de satisfacción, sus demonios extendiéndose por la ciudad como una marea negra. Sabía que su poder y su presencia eran suficientes para sembrar el caos, y estaba decidido a aprovechar ese miedo para fortalecer su posición.
Mientras tanto, en las profundidades del abismo, Gabriel había llegado al lugar donde Luzbel estaba aprisionado. Su corazón latía con una mezcla de amor y determinación, cada paso resonando con la fuerza de su resolución. La luz de Gabriel cortaba a través de la oscuridad, guiándolo hacia su amado.
Luzbel, sintiendo la presencia de Gabriel, levantó la cabeza, sus ojos llenos de lágrimas de emoción y alivio. La conexión entre ellos, que había estado débil y casi inexistente, ahora brillaba con una intensidad renovada.
—Gabriel... —susurró Luzbel, su voz quebrada por la emoción — Has venido por mí...
Gabriel se acercó, su luz envolviendo a Luzbel en un abrazo cálido y reconfortante. Sus ojos se encontraron, y en ese momento, todo el dolor y la desesperación se desvanecieron, reemplazados por un amor puro y eterno.
—Luzbel, mi amado — dijo Gabriel, su voz suave pero firme— No podía dejarte en este lugar. He venido para liberarte, para traerte de vuelta a la luz.
Luzbel sintió cómo las cadenas invisibles que lo aprisionaban comenzaban a desintegrarse ante la presencia de Gabriel. Cada eslabón se rompía, liberándolo de la manipulación y el engaño que lo habían mantenido atrapado.
—Gabriel, te he extrañado tanto... —dijo Luzbel, sus lágrimas cayendo libremente—. No sabía si alguna vez volvería a verte.
Gabriel sonrió, su luz brillando con una intensidad aún mayor. Sabía que juntos, podrían superar cualquier obstáculo, cualquier oscuridad.
—Luzbel, nuestro amor es más fuerte que cualquier sombra —dijo Gabriel, su voz llena de convicción—. Juntos, podemos enfrentar cualquier cosa.
Gabriel y Luzbel se abrazaron, su amor brillando como un faro en la penumbra del abismo. La esperanza, ahora brillante y pura, seguía guiándolos, una chispa de resistencia y redención que prometía no extinguirse.
Mientras tanto, en la superficie, la batalla entre la luz y la oscuridad continuaba, pero con Gabriel y Luzbel unidos, la esperanza de victoria era más fuerte que nunca.