En las profundidades del abismo, donde la luz nunca se aventuraba y las sombras eran eternas, Astaroth se encontraba frente al sello que había mantenido a Hades prisionero durante milenios.
Las runas luminosas que formaban el círculo de contención brillaban con una energía antigua y prohibida, pero Astaroth, con una determinación implacable, comenzó a deshacerlas una a una.
- Hades, señor del abismo, es hora de que despiertes y reclames tu lugar en el cosmos - murmuró Astaroth, su voz resonando en las cavernas oscuras.
Con un último gesto, el sello se rompió, y una oleada de energía oscura inundó el abismo. Las cadenas que mantenían a Hades atrapado se desintegraron, y la figura colosal en el centro del círculo abrió los ojos, revelando un par de orbes negros como el ébano, llenos de una malicia y poder incomparables.
Hades se levantó con una gracia sobrenatural, su presencia llenando el abismo con una fuerza que parecía doblar la realidad misma. Su belleza física era impresionante, una mezcla de perfección y oscuridad.
Su piel, pálida como la luna, contrastaba con su cabello negro como la noche que caía en cascada sobre sus hombros. No tenía alas, pero su poder irradiaba desde su ser, una energía tangible que hacía temblar el suelo bajo sus pies.
-Astaroth - dijo Hades, su voz profunda y resonante como hipnótica y seductora - Has hecho bien en liberarme. Juntos, traeremos el caos y la destrucción a todos los reinos.
Astaroth sonrió, su satisfacción evidente mientras se inclinaba ligeramente ante Hades.
- Mi señor Hades, el cielo y la tierra serán nuestros dominios. Dividiremos el cosmos, y ningún ser celestial podrá detenernos.
La alianza se forjó en ese instante, una unión de dos fuerzas oscuras que prometían traer el fin del equilibrio. Hades, con su poder inigualable, y Astaroth, con su malicia pura, planearon repartir el cielo y la tierra, reclamando cada rincón de luz y sombra para sí mismos.
En tanto, en la tierra cinco días habían pasado desde el incidente en el campus, y Daniel e Ian intentaban regresar a una semblanza de normalidad. Se encontraban en un centro comercial, un lugar lleno de vida y actividad, donde la gente iba y venía, disfrutando de un día tranquilo.
-¿Recuerdas cómo logramos liberar a Thomas? -preguntó Ian, su voz llena de determinación y esperanza - Tenemos que estar preparados para cualquier cosa.
Daniel asintió, su mente todavía trabajando en cómo enfrentar la amenaza de la oscuridad que Astaroth había desatado, desconocido el último evento sucedido en el abismo.
- Sí, Ian. Pero también debemos recordar que no estamos solos. La luz de Seraphiel y de Azrael están con nosotros.
Mientras caminaban por el bullicioso centro comercial, notaron a una chica que parecía actuar de manera extraña. Sus movimientos eran erráticos, y sus ojos reflejaban una oscuridad familiar. De repente, una sombra oscura emergió de su cuerpo, envolviéndola en un manto de caos.
-¡No, otra vez! - exclamó Daniel, su corazón acelerándose.
La chica, poseída por la oscuridad, comenzó a transformarse. Su cuerpo temblaba mientras una energía oscura se arremolinaba a su alrededor. Con un grito desgarrador, desató una ola de poder que hizo que las luces del centro comercial parpadearan y explotaran, sumiendo el lugar en un caos absoluto.
Las personas comenzaron a gritar y correr en busca de refugio, sus rostros llenos de espanto y horror. La chica, ahora completamente transformada, levantó una mano, y con un gesto, los objetos a su alrededor comenzaron a flotar en el aire. Había adquirido el poder de la telequinesis, y su mente, consumida por la oscuridad, buscaba desatar el caos.
-¡Tenemos que detenerla antes de que alguien salga herido! -dijo Ian, su voz firme a pesar del caos que los rodeaba - Azrael, ayúdanos por favor - el ángel en cuestión que dormía dentro de Ian abrió los ojos.
Daniel, sintiendo la energía de Seraphiel dentro de él, se preparó para enfrentarse a la nueva amenaza. Sabía que no podían herir a la chica, pero también entendía que debían detenerla de alguna manera.
-¡Oye, por favor, detente! -dijo Daniel, su voz resonando con una mezcla de autoridad y compasión - ¡No queremos hacerte daño!
La chica, consumida por la oscuridad, no parecía escuchar. Con un movimiento de su mano, lanzó una serie de objetos hacia Daniel e Ian, obligándolos a esquivar y protegerse.
-Tenemos que llegar a ella, romper el control de la oscuridad - dijo Ian, su mente trabajando rápidamente.
Ian, Daniel y los demás sentían un cambio en el aire, una premonición de que la verdadera batalla estaba apenas comenzando. La esperanza seguía ardiendo en sus corazones, una chispa de resistencia que prometía no extinguirse.