El cielo estaba teñido de sombras, una opresiva penumbra que presagiaba el caos. Seraphiel y Daniel, unidos en un vínculo de amor y poder, sintieron el desesperado llamado de Ian. La voz de Ian resonaba en sus mentes como un eco de agonía, un grito que atravesaba el velo de la realidad y alteraba el equilibrio de la atmósfera.
—Daniel, ¡escucha! —dijo Seraphiel, su voz vibrando con una mezcla de urgencia y dolor— Ian nos necesita. Azrael está bajo el control de Hades, y su sufrimiento es inmenso.
Daniel sintió una oleada de desesperación y amor profundo. Sabía que Ian estaba atrapado en una prisión de oscuridad, una prisión construida por Hades a través de Azrael. El vínculo entre ellos le permitía percibir el sufrimiento de Ian, su amado, como si fuera propio.
—Ian... —murmuró Daniel, su voz temblando con emoción — No te dejaremos solo. Te sacaremos de esta oscuridad, te lo prometo.
Seraphiel también percibía el sufrimiento de Azrael. El dolor de revivir la nefasta experiencia del castigo de Gabriel era como una herida abierta en su alma. Cada recuerdo era una estocada que hundía a Azrael más en la oscuridad.
—Azrael, puedo sentir tu dolor —pensó Seraphiel, su voz llena de compasión y desesperación — Por favor, resiste. No dejes que Hades te consuma.
A pesar de sus intentos, Seraphiel no podía alcanzar a Azrael. La oscuridad de Hades era un manto impenetrable que lo mantenía aislado, su mente y alma atrapadas en una tormenta de sufrimiento.
Azrael, controlando el cuerpo de Ian, desató una ola de destrucción. Cada movimiento era una manifestación del dolor y la maldad que Hades había reavivado en su ser. Las calles, antes llenas de vida, se convirtieron en escenarios de caos y desesperación. Edificios se derrumbaban, el suelo se abría bajo sus pies y el cielo se llenaba de relámpagos oscuros que resonaban como el grito de mil almas atormentadas.
—No puedo detenerlo... —pensaba Ian, su voz apenas un susurro en la oscuridad — No quiero hacer esto, pero ya no tengo el control.
Azrael, consciente pero impotente, sentía cada acto de destrucción como una herida en su propia alma. Recordaba el castigo de Gabriel, cada palabra una marca indeleble en su esencia angelical.
—Que tu caída sirva de escarmiento para todos los ángeles —resonaba la voz de Gabriel en su mente, una condena que lo empujaba más hacia la oscuridad.
El dolor y la desesperación llenaban a Azrael, y aunque trataba de resistir, la maldad de Hades era demasiado poderosa. Sentía el peso de cada acto de destrucción, el dolor de las personas que sufrían por sus acciones.
Daniel, con Seraphiel dentro de él, se precipitó hacia el epicentro del caos. Sabía que debía detener a Azrael y liberar a Ian. La desesperación y el amor lo impulsaban, una fuerza inquebrantable que lo llevaba hacia su destino.
—Ian, resiste un poco más. Estamos llegando —dijo Daniel, su voz llena de determinación.
Al llegar, Daniel y Seraphiel vieron a Azrael, en el cuerpo de Ian, desatando un caos indescriptible. Seraphiel, sintiendo el peso de la situación, decidió revelar su verdadera naturaleza. Con un gesto majestuoso, desplegó sus grandes alas blancas, su resplandor celestial iluminando la oscuridad.
—Azrael, te amo intensamente —dijo Seraphiel, su voz resonando con poder y compasión — Pero no estoy dispuesto a permitirte causar caos y dolor a estas personas solo porque aún no superaste tu atormentado pasado con Gabriel.
Azrael se volvió, sus ojos llenos de dolor y confusión. La presencia de Seraphiel era un faro de luz en su tormenta de oscuridad, una promesa de redención que luchaba contra la maldad que lo consumía.
—Seraphiel... —murmuró Azrael, su voz quebrada — No puedo detenerlo. Hades es demasiado poderoso.
Seraphiel, con sus alas extendidas, se acercó lentamente, su luz contrastando con la penumbra que rodeaba a Azrael.
—Los arcángeles están por encima de los ángeles en cuanto a poder y jerarquía — dijo Seraphiel, su voz llenando el aire con una fuerza indescriptible — Pero los Serafines son superiores a los arcángeles debido a su poder. Y yo, soy un Serafín.
El aire se llenó de una energía pura, una fuerza celestial que parecía cortar a través de la oscuridad. Seraphiel extendió su mano hacia Azrael, su luz envolviendo su figura oscura.
—Azrael, lucha contra la oscuridad. Recuerda quién eres realmente. Recuerda el amor y la luz que compartimos — dijo Seraphiel, su voz llena de amor y determinación.
Azrael sintió la luz de Seraphiel penetrar la oscuridad que lo rodeaba, un cálido resplandor que ofrecía consuelo y esperanza. Pero Hades, consciente del peligro que representaba Seraphiel, intensificó su control, sumiendo a Azrael en una tormenta de recuerdos y dolor.
—¡No permitiré que lo liberes! —rugió Hades, su voz resonando como un trueno en la mente de Azrael.
Azrael, dividido entre la luz de Seraphiel y la oscuridad de Hades, luchaba con todas sus fuerzas. Sentía el amor de Seraphiel, una chispa de esperanza que se negaba a extinguirse, pero la maldad de Hades era una cadena implacable que lo mantenía atrapado.
—No puedo... resistir... —murmuró Azrael, su voz llena de desesperación.
Seraphiel, sintiendo el sufrimiento de Azrael, intensificó su luz, su determinación inquebrantable. Sabía que debía liberar a Azrael y salvar a Ian, y estaba dispuesto a hacer cualquier cosa para lograrlo.
—Azrael, no estás solo. Estamos aquí contigo. Lucha contra la oscuridad, por ti, por Ian, por todos nosotros — dijo Seraphiel, su voz resonando con una fuerza celestial.
Seraphiel, con sus alas blancas desplegadas en toda su gloria, enfrentaba la oscuridad de Hades. La luz y la oscuridad se encontraban en un choque de poderes, una batalla de voluntades que determinaría el destino de Azrael, Ian y todos los que amaban.
La esperanza, ahora más fuerte que nunca, seguía ardiendo en sus corazones, una chispa de resistencia y redención que prometía no extinguirse.