Entre el Check In y el Check Out

CAPÍTULO CINCO

Othon siguió al pie de la letra las instrucciones que Lilith le dio para buscar algo qué comer a la una de la madrugada. Dobló a su izquierda y luego dio reversa para doblar a la otra izquierda, porque el sentido de ubicación de aquella mujer era peor que una brújula descompuesta en medio del Sahara. Se pasó un par de semáforos y condujo en sentido contrario, agradeciendo que las calles por donde la loca mujer lo llevaba eran poco transitadas y carecían por completo de la presencia de patrullas policiacas. Algo que podía resultar contraproducente si se encontraban a algún maleante en medio de la oscuridad.

Había pasado la mayor parte de su infancia en aquel sitio, cuando todavía el boom turístico no había explotado cada uno de sus recovecos hasta convertirlo en una ciudad de carácter comercial y turístico. Recordaba las playas vírgenes que no pertenecían a nadie más que a él y sus amigos después del colegio, la arena blanca tan fina y natural bajo sus pies cuando jugaban voleibol hasta que el sol se ocultaba, mientras miraban a los pescadores volver después de un arduo día de trabajo. Othon vivió en un sitio muy distinto a esa opulenta, aglomerada y decadente ciudad que ahora Lilith le hacía recorrer casi a ciegas.

—¡Aquí es, frena! —gritó Lilith interrumpiendo los recuerdos del joven—. Sabía que no estaba tan perdida, siempre se para por aquí.

—Tacos de la calle —concretó él, tratando de hacer memoria para saber cuándo había sido la última vez que había comido aquello.

Se estacionó frente al puesto ambulante que Lilith le había señalado y ella salió despavorida del auto para ordenar. Aún estaba un poco mojada por haberse metido al mar para juguetear con las estrellas luminiscentes, por lo que el vestido se le ajustaba de formas demasiado sugerentes a sus curvas, algo que no pudo pasar desapercibido para Othon.

—Uno de tripa, dos de bistec con chorizo y uno de pastor. ¿Tú qué quieres? ¡Ay! Me muero de hambre.

—¿Uno de qué?

—Uno de surtida para el joven —alegó ella.

—No, no, no… a mí me da tacos normales.

El taquero se comenzó a reír.

—¿De dónde sacaste a este bato? ¿De Gringolandia? —preguntó—. ¿Nunca ha comido tacos o qué?

—Sí he comido tacos, pero —Pensó en la última vez que invitó a Scarlett a comer tacos y terminaron pidiendo un corte Rib Eye en algún costoso restaurante—, creo que hace mucho tiempo de eso.

—Prueba uno de surtida.

—No, ¿tiene de sirloin?

Lilith y el taquero que ahora parecían los mejores amigos de la vida, estallaron a carcajadas. Othon desviaba la mirada de uno al otro para saber quién de los dos le podía explicar lo chistoso del asunto, pero terminó depositando su mirada en la cartulina fluorescente que estaba atrás del taquero, donde el menú resaltaba con marcador permanente y pésima ortografía. No había nada de Sirloin ahí, por obvias razones.

—Dos tacos de bistec…

—¿Con todo?

—¿Qué… qué es todo? —preguntó con duda… pensando que ahí mismo le iban a volcar las vísceras del animal.

—¿Cebolla y cilantro? —repuso en tono burlesco el taquero—. Ya Lilith, saca a tu amigo pasear más seguido. ¡Qué oso!

Era oficial. La preciosa camarista era amiga del taquero. Lilith se rio y finalmente ocupó una de las sillas plásticas del micro puesto.

—¿Lo conoces? —inquirió Othon con el ceño fruncido, echándole una mirada adusta al tipo que ahora cortaba sobre una madera, la carne de dudosa procedencia.

—¿Estás celoso?

—¡¿Del taquero?! —protestó con escepticismo—. Además, ¿recuerdas que esto no es una cita?

—¿No? ¿Y qué es?

—Digamos que es turismo callejero.

—¡Oiga! —replicó el taquero, llevando las salsas—. Ofende a los canes que se sacrificaron para que usted tenga alimentos en su mesa.

—¡¿Perros?!

—¡Basta, Jhony! —chilló Lilith entre risas y casi lágrimas—. Puede mandarte a salubridad, es un tipo de negocios. No seas corriente.

—Perdón señor —dice Jhony, haciendo una reverencia—, era solo una broma. Le aseguro que todas nuestras vacas pastan en prados libres de estrés. Ahora les traigo sus tacos.




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