Entre El Cielo Y El Abismo

Encuentro En El Crepúsculo

El crepúsculo cubría el firmamento con un manto de tonos naranjas y púrpuras cuando Gabriel, el arcángel de la esperanza, se aventuró más allá de los confines del Cielo.

Las suaves corrientes de aire celestial acariciaban sus alas blancas y doradas mientras descendía hacia la frontera entre la luz y la oscuridad, un lugar donde los colores del día se mezclaban con las sombras de la noche.

La misión que le había sido encomendada era clara: explorar los límites de la creación, allí donde las sombras comenzaban a reclamar su dominio.

Gabriel avanzaba con cautela, sus sentidos alerta a cualquier indicio de peligro. El suelo bajo sus pies era un mosaico de piedras brillantes y oscuras, reflejando el conflicto eterno entre el bien y el mal.

Fue en ese limbo donde lo encontró, un ser cuya belleza eclipsaba la misma creación: Luzbel, el demonio más poderoso y el más hermoso de todos, otrora el ángel más radiante. Luzbel estaba de pie, inmóvil, con la mirada fija en el horizonte teñido de fuego y sombra.

Su presencia era imponente, y su aura, una mezcla de poder y melancolía, se extendía como una sombra tangible. Su negra cabellera flameaba al compaz de una melodía que solo él podía escuchar.

— No esperaba encontrar a un arcángel en estos parajes — dijo Luzbel, sin volverse, su voz resonando como un susurro seductor en el aire denso del crepúsculo.

Gabriel sintió una oleada de emociones contradictorias al escuchar su voz. Era la primera vez que veía a Luzbel desde su caída, y aunque sabía que debía odiarlo, no pudo evitar admirar la figura imponente que tenía ante él.

Luzbel tenía ojos de un azul profundo, ardientes como el fuego azúl, y su negra cabellera caía en cascada sobre sus hombros. Su piel, blanca como el mármol, contrastaba con las alas negras que se extendían majestuosas a su espalda.

— Luzbel -respondió Gabriel con firmeza — Sabes bien que mi misión es vigilar los límites entre la luz y la oscuridad. No puedo permitir que tus sombras se extiendan más allá de lo debido.

Luzbel se giró lentamente, sus ojos azules clavándose en los dorados de Gabriel. Una sonrisa enigmática se dibujó en sus labios.

—  ¿Y qué es lo que temes, Gabriel? — preguntó con suavidad — ¿Acaso temes que la oscuridad te consuma? ¿O es algo más profundo lo que te preocupa?

Gabriel sintió un escalofrío recorrer su espalda. Había algo en la mirada de Luzbel que le resultaba hipnótico, algo que desafiaba toda lógica y razón. A pesar de la enemistad que debía sentir, no podía negar la conexión inexplicable que lo unía a aquel ser caído.

— No temo la oscuridad, Luzbel — replicó Gabriel, tratando de mantener su compostura — Temo lo que representa. Temo lo que tú representas.

Luzbel avanzó un paso hacia él, sus movimientos elegantes y llenos de gracia. Las sombras parecían seguir cada uno de sus pasos, como si formaran parte de él.

—¿Y qué represento yo, Gabriel? — preguntó en voz baja, casi susurrando — ¿La rebelión? ¿El deseo? ¿O quizás algo más profundo que no te atreves a admitir?

Gabriel sintió que sus defensas se desmoronaban lentamente. La cercanía de Luzbel despertaba en él sentimientos que jamás había experimentado. Sabía que debía resistir, pero algo en su interior le decía que aquello era más fuerte que cualquier mandato celestial.

— Representas todo lo que he jurado combatir -respondió finalmente, su voz quebrada por la duda - Pero también representas algo que no puedo ignorar. Una parte de mí que no conocía.

Luzbel alzó una mano y la posó suavemente sobre el rostro de Gabriel, sus dedos fríos y firmes.

— Tal vez porque, en el fondo, no somos tan diferentes como crees —dijo Luzbel — Tal vez porque, en este crepúsculo, donde la luz y la oscuridad se entrelazan, podemos encontrar algo que trasciende nuestras diferencias.

Gabriel cerró los ojos, dejándose llevar por el tacto de Luzbel. En aquel momento, bajo el manto del crepúsculo, sintió que todo lo que había creído cierto se desvanecía, dejando solo el latido de su corazón y el susurro del viento.

—¿Qué es lo que quieres de mí, Luzbel? —preguntó, abriendo los ojos y enfrentandose a la mirada del tan hermoso demonio.

Luzbel bajó la mano y dio un paso atrás, su expresión tornándose seria.

— No quiero tu rendición, Gabriel. Solo quiero que entiendas. Que veas más allá de lo que te han enseñado. Que reconozcas que la oscuridad no es solo maldad, y que la luz no es solo bondad.

Gabriel asintió lentamente, comprendiendo la verdad en las palabras de Luzbel. En aquel limbo, donde la luz y la oscuridad se abrazaban en un eterno crepúsculo, se dio cuenta de que el amor que surgía entre ellos desafiaba las normas de ambos mundos. Era un amor que, aunque imposible, era tan real como el cielo y la tierra.

-Quizás, Luzbel, podamos encontrar un camino diferente -dijo Gabriel con un suspiro - Un camino en el que la luz y la oscuridad no sean enemigos, sino partes de un todo.

Luzbel sonrió, una sonrisa llena de esperanza y tristeza.

— Tal vez, Gabriel. Tal vez.

Y así, bajo el manto del crepúsculo, el arcángel y el demonio sellaron un pacto silencioso, un pacto que desafiaba los designios del cielo y el infierno, un pacto basado en el amor y la comprensión.
 




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