Entre El Cielo Y El Abismo

Una Luz En La Oscuridad

Los ecos de su amor aún resonaban en el firmamento, un recordatorio eterno de que incluso en la oscuridad más profunda, la luz del amor puede brillar.

Gabriel, antaño ángel de pureza y gracia, ahora se encontraba sumido en un abismo sin fin. Sus alas, antes resplandecientes, habían sido arrancadas, dejando sólo jirones ensangrentados en su lugar. Cada caída era un tormento, su cuerpo se retorcía en el aire, golpeado por ráfagas de viento helado que se clavaban en su piel como cuchillas.

Sentía cómo su alma se desmoronaba, fragmentándose en mil pedazos con cada segundo que pasaba. Gritos de agonía brotaban de su garganta, pero nadie los escuchaba en aquel vacío infinito. Recordaba las caricias de la luz, los susurros de amor que alguna vez compartió, ahora reemplazados por un dolor incesante que lo consumía.

Mientras tanto, Luzbel observaba desde su trono sombrío, un destello de angustia cruzando por sus ojos. Él, el causante de este castigo, sentía cada grito de Gabriel como una estocada en su propio corazón.

Aunque su rostro mantenía una máscara de fría indiferencia, en su interior una tormenta de remordimientos y culpas lo desgarraba.

El sufrimiento de Gabriel se hacía eco en las profundidades del infierno, cada gemido reverberando en las cavernas oscuras. Sus manos, ahora incapaces de sostenerse, se aferraban desesperadamente a la nada, buscando un alivio que nunca llegaba. Las heridas de sus alas eran un recordatorio constante de su caída, el dolor físico entrelazándose con la angustia emocional en un ciclo interminable de tormento.

Luzbel, incapaz de soportar la visión por más tiempo, se levantó de su trono, sus pasos resonando con pesadez. Caminó hacia un precipicio cercano, sus ojos fijos en el vacío que se extendía ante él.

La culpa lo asfixiaba, un peso insoportable que amenazaba con aplastarlo. Recordaba los días en que él y Gabriel eran hermanos en la luz, unidos por un vínculo indestructible. Ahora, ese vínculo se había convertido en cadenas de sufrimiento, arrastrándolos a ambos a la oscuridad.

Cada lágrima que caía de los ojos de Gabriel era una gota de fuego en el alma de Luzbel. La agonía de haber sido el causante del tormento de su hermano era un castigo aún peor que el destierro del paraíso.

Pero a pesar de todo, en el fondo de su ser, una pequeña chispa de esperanza brillaba. La luz del amor, aunque débil, seguía viva, recordándole que incluso en la oscuridad más profunda, siempre hay una posibilidad de redención.

Gabriel, mi más querido amor.

Luzbel ¿por qué? Te dije que todo era una mentira, una manipulación de Belial. Te lo advertí.

Lo siento tanto Gabriel

Yo lo siento más, muchisimo más Luzbel.

Aquella comunicación quedó anulada por el mismo Gabriel y su intenso dolor. Una desgarrador alarido salió desde lo más profundo de aquel hermoso ángel que solo dolor podía experimentar.

Luzbel cayó de rodillas al suelo y con sus puños golpeó la tierra húmeda derramando lágrimas de fuego. No podía soportarlo más, si seguía escuchando los desgarrdores gritos de agonía de su amado ángel acabaría enloqueciendose en serio.

— ¡Gabriel! — gritó al vacío derrmando lágrimas de sangre y fuego de desesperación.
 




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