Gabriel, otrora el arcángel de la esperanza, se transformaba lentamente. Su bondad innata, que había sido un faro de luz para muchos, era reemplazada por una fría determinación, un deseo de venganza que crecía con cada día que pasaba en el exilio.
El paraíso que una vez conoció, con su resplandor eterno y melodías celestiales, se desvanecía en su memoria, reemplazado por sombras y ecos de su destierro.
Los recuerdos de Luzbel, que antes eran un consuelo, ahora se convertían en aguijones dolorosos que lo empujaban hacia la ira. Recordaba sus paseos juntos por los jardines celestiales, las risas compartidas, los sueños de eternidad. Pero esos recuerdos dulces se habían convertido en tormentos, un recordatorio constante de la traición que había sufrido.
En una noche especialmente oscura, Gabriel se levantó y miró hacia el vacío. Las estrellas, que solían cantarle, ahora parecían burlarse de su miseria.
"Si este es mi destino, entonces usaré este dolor para volverme más fuerte," murmuró, su voz resonando en la caverna. El eco de sus palabras rebotaba en las paredes rocosas, como si los propios elementos se unieran a su juramento.
"Buscaré la manera de regresar, y cuando lo haga, Luzbel sabrá el precio de nuestra traición."
Sus palabras eran un juramento, una promesa hecha en el frío abismo. Gabriel ya no era el mismo arcángel que había caído por amor. Su corazón, ahora endurecido, latía con una resolución implacable. En la profundidad de su exilio, había encontrado un nuevo propósito: regresar y enfrentar a aquellos que lo habían desterrado, y a aquel que había permitido que la duda destruyera su amor.
Los días pasaban y Gabriel se entrenaba incansablemente. Cada amanecer lo encontraba en la cima de la montaña, observando el horizonte, buscando señales, cualquier indicio de que su momento llegaría.
Su cuerpo, antes ligero y etéreo, se volvía más fuerte, más resistente. Las cicatrices que acumulaba en sus entrenamientos eran testigos silenciosos de su sufrimiento y de su transformación. Sus alas, antes blancas y doradas, ahora mostraban plumas negras y azules, un símbolo de su caída y de la oscuridad que abrazaba.
Una noche, mientras practicaba sus movimientos con una espada forjada en el fuego de su ira, tuvo una visión. Un reflejo de Luzbel apareció ante él, no en su forma angelical, sino como la criatura oscura en la que se había convertido.
"¿Crees que puedes desafiarme?" La voz de Luzbel era un susurro, lleno de burla y desprecio. "Eras el arcángel de la esperanza, Gabriel. Ahora no eres más que una sombra."
Gabriel apretó los dientes, sintiendo la furia hervir dentro de él. "No soy una sombra, Luzbel. Soy la tormenta que se avecina. Y cuando llegue, tú y todos los que me traicionaron pagarán."
El reflejo de Luzbel se desvaneció, pero la determinación de Gabriel se fortaleció. Sabía que no podía regresar sin ser más poderoso, más astuto. Pasó meses estudiando antiguos textos, aprendiendo sobre magias olvidadas y secretos ocultos en el universo.
Cada fragmento de conocimiento era una herramienta, una arma que añadiría a su arsenal. Todo eso albergaba la biblioteca de cristal que se ubicaba en el mismo abismo helado, lugar que Gabriel encontró en sus tantos recorridos.
Durante uno de sus estudios, Gabriel encontró una mención de un antiguo rito que podría otorgarle el poder de desafiar a los más grandes. Era peligroso, y había sido olvidado por su costo elevado.
— El rito de la sangre celestial — murmuró, sus ojos brillando con una mezcla de temor y ambición. Sabía que tendría que sacrificar parte de su esencia angelical, pero estaba dispuesto a hacerlo. Después de todo él ya estaba muerto para todos.
Preparó el rito con meticulosa precisión, recogiendo los ingredientes necesarios y creando el círculo de invocación con runas antiguas. Cuando todo estuvo listo, Gabriel se colocó en el centro del círculo y comenzó a recitar las palabras del rito. A medida que pronunciaba las sílabas, sentía una energía oscura envolviéndolo, un poder que desafiaba las leyes del cielo y la tierra.
La caverna se llenó de una luz oscura y pulsante. Gabriel gritó de dolor cuando el poder lo atravesó, desgarrando su ser. Sentía como si su esencia misma fuera arrancada y reconfigurada.
Cuando el rito terminó, cayó de rodillas, jadeando. Su cuerpo temblaba, pero sentía una nueva fuerza dentro de él, un poder que nunca antes había conocido.
Se levantó lentamente, con los ojos brillando con un fuego oscuro. Sus alas, ahora completamente negras, se extendieron a su alrededor, imponentes y majestuosas. Sabía que había dado un paso más hacia su objetivo.
– Luzbel— murmuró — pronto sabrás lo que significa enfrentar a un arcángel renacido.
Cada día después de eso, Gabriel entrenó más duro, perfeccionando sus habilidades y dominando el nuevo poder que había obtenido. A veces, en las noches más oscuras, recordaba brevemente la luz que una vez lo guiaba. Pero rápidamente rechazaba esos pensamientos, recordándose a sí mismo el precio de la traición.
Finalmente, el día llegó. Gabriel se sentía listo. Con una última mirada hacia la caverna que había sido su hogar y su prisión, desplegó sus alas y se lanzó hacia el cielo. Su vuelo era rápido y decidido, cada aleteo impulsado por su determinación inquebrantable. Atravesó los reinos, avanzando hacia el lugar que una vez llamó hogar, ahora con un nuevo propósito y un corazón endurecido.
El paraíso que una vez conoció lo esperaba, pero esta vez, Gabriel no buscaba la redención. Buscaba justicia, una justicia que él mismo administraría.
Y así, el arcángel de la esperanza, transformado en un ser de venganza, se dirigió hacia su destino, preparado para enfrentar a Luzbel y reclamar su lugar en el cosmos.