Gabriel llegó al trono infernal, su presencia helada contrastando con el fuego y la oscuridad del reino de Luzbel. Cada paso resonaba en la vasta sala, una mezcla de determinación y nostalgia cargando el aire.
Al encontrarse sus ojos, el tiempo pareció detenerse. Los recuerdos de su amor compartido, los momentos de ternura y las promesas rotas llenaron el espacio entre ellos, creando una tensión palpable.
— Luzbel — dijo Gabriel, su voz resonando en el vasto salón. — He venido a ajustar cuentas. No solo por el sufrimiento que he soportado, sino por la traición que nos destruyó a ambos.
Luzbel dio un paso adelante, sus alas negras extendiéndose a su alrededor como una sombra protectora. Sus ojos, llenos de un dolor antiguo, se encontraron con los de Gabriel.
— Gabriel, mi amado. Lo que ocurrió entre nosotros fue una tragedia forjada por la envidia y la manipulación de otros, fue tal como lo dijiste en el pasado. No busco tu destrucción, pero entiendo tu necesidad de justicia.
Gabriel levantó su mano, y una espada de hielo puro apareció en ella, irradiando un frío que hizo temblar el aire.
— Entonces, enfrentémonos, y dejemos que el destino decida.
La batalla que siguió fue monumental. Luzbel, con sus poderes infernales, desató toda su fuerza, sus manos lanzando ráfagas de fuego y sombra. Gabriel, con su poder helado, se defendía con una ferocidad que nacía del dolor y la traición. Cada golpe resonaba con el peso de su historia compartida, cada movimiento era una danza de amor y odio entrelazados.
— Gabriel, ¿recuerdas cuando éramos uno con la luz? — gritó Luzbel, lanzando un torrente de fuego hacia él. — Nuestra unión era pura antes de que el Cielo nos separara.
Gabriel desvió el ataque con su espada de hielo, creando una barrera que congeló las llamas en el aire.
—Sí, Luzbel. Pero esa misma luz nos cegó. Nuestro amor se convirtió en una maldición cuando decidimos desafiarlo todo.
Sus palabras, cargadas de dolor y verdad, cortaban más profundo que cualquier arma. La batalla era tanto física como emocional, una lucha por redimir el amor que una vez fue su fortaleza.
— Te amé más que a mi propia existencia y aún te sigo amando.— dijo Luzbel, su voz quebrándose mientras lanzaba una serie de ataques oscilantes. — Cada día en este abismo es un tormento sin ti.
Gabriel se movía con gracia y furia, esquivando y contraatacando.
— Y yo aún siento ese amor, Luzbel. Pero también siento el peso de nuestra caída, el sufrimiento que nos han causado.
La intensidad de la batalla aumentaba, cada uno empujando al otro al límite de sus fuerzas. El suelo bajo ellos se agrietaba, el fuego y el hielo chocando en un frenesí de poder elemental.
— Gabriel, si pudiéramos volver atrás, cambiarlo todo, ¿lo harías? — preguntó Luzbel, sus alas batiendo con una desesperación palpable. — ¿Renunciarías a tu destierro por una vida de amor en el Cielo? ¿Renunciarías a mi?
Gabriel dudó un momento, su corazón dividido.
— Lo haría, Luzbel, si eso significara que nuestro amor solo sería nuestra perdición. Pero ahora, solo podemos enfrentar las consecuencias de nuestras decisiones.
Con un grito de dolor y liberación, Gabriel desató su mayor ataque, un ciclón de hielo y viento que envolvió a Luzbel. Este, en respuesta, lanzó una tormenta de fuego y sombra, los dos poderes colisionando con una fuerza cataclísmica.
La batalla terminó, no con un vencedor claro, sino con ambos contendientes exhaustos y heridos. Gabriel, arrodillado en el suelo, su espada de hielo fragmentada a su lado, miró a Luzbel a los ojos. Sus respiraciones eran pesadas, sus cuerpos cubiertos de cicatrices y quemaduras. Luzbel seguía siendo el más poderoso de los ocho arcangeles por lejos, sin importar el destierro sufrido eones atrás.
— Nuestro amor fue nuestra perdición, pero también nuestra redención — murmuró, antes de caer inconsciente Gabriel.
Luzbel, con lágrimas en los ojos, se arrodilló junto a él. "Gabriel, mi amor eterno. Aunque el mundo nos separe, siempre estarás en mi corazón." Sus palabras estaban llenas de una tristeza infinita y un amor imperecedero.
Mientras Luzbel sostenía a Gabriel, el trono infernal parecía resonar con el eco de su batalla, una tregua silenciosa llenando el aire. En ese momento, Luzbel comprendió que la verdadera batalla no era ganar o perder, sino aceptar la profundidad de sus sentimientos y el destino que habían forjado juntos.
En ese abismo de hielo y fuego, los dos seres que habían desafiado las leyes del Cielo y el Infierno encontraron una tregua. Sus almas, aunque marcadas por la lucha y el sufrimiento, seguían conectadas por el amor que había definido su existencia. El reino de Luzbel se volvió un reflejo de esta tregua, con llamas que ardían más suavemente y un frío que ofrecía consuelo en lugar de dolor.
Aunque separados por sus destinos, Gabriel y Luzbel sabían que su conexión era eterna. El amor que una vez los unió continuaría brillando, una chispa de esperanza en medio de la oscuridad. Y así, en la intersección de sus poderes opuestos, encontraron una paz que trascendía su batalla, un recordatorio de que incluso en la más profunda desesperación, el amor siempre encontraría una manera de prevalecer.
Gabriel no renunciaría al amor que lo unía a Luzbel, jamás permitiría que vuelvan a separarlos. A su vez pudo reconciliarse con sus hermanos que terminaron aceptando aquel amor tan extraño como incomprensible para todos ellos.
El perdón fue mutuo y recién las alas de Gabriel volvieron a brillar con una intensa luz blanca y celeste ya que el arcángel de la esperanza ahora conservaba también su increible y abrumador poder del hielo.
Gabriel se trasladó al reino de Luzbel prometiendo regresar cada tanto al reino de la luz y los cielos junto a sus hermanos a quienes tanto quería.