Entre el Cielo y el Infierno: Caídos

Prólogo

Al principio, solo existía la Luz.

Eterna. Inabarcable. Silenciosa.

De ella nacieron los cielos, la tierra, el tiempo y todo lo que respira.

El Creador, en su poder absoluto, formó a los ángeles como custodios del orden. Eran luz pura, sin mancha, incorruptible… o eso se creía.

El primero en brillar fue Lucifer. El más bello, el más sabio, el favorito.

Pero incluso la luz más pura puede volverse sombra si el orgullo echa raíces.

Cuando la humanidad fue creada —débil, contradictoria, mortal—, Lucifer no soportó que el amor divino también los alcanzara.

Se rebeló.

Y con él, cayó una legión.

Ya no eran ángeles.

Se convirtieron en lo que los hombres temen: demonios, portadores de engaño y destrucción, condenados a arrastrarse entre lo eterno y lo profano.

Entre los que cayeron había uno distinto.

Silencioso. Letal. Implacable.

Un antiguo guerrero, cuyo nombre real se ha perdido en la niebla del tiempo.

Ahora responde al nombre de Azrael.

Los demonios lo respetan. Los ángeles lo odian.

Y los humanos… no saben que camina entre ellos.

Y entonces, apareció ella.

Aria.

Un nombre que no figura en ningún libro sagrado.

No es ángel, ni demonio, ni simple humana.

Un enigma que perturba el equilibrio.

Sin origen, sin historia.

Solo un vacío lleno de preguntas.

¿Por qué los demonios la buscan?

¿Por qué los ángeles susurran su nombre con miedo?

Algunos la llaman heraldo del fin.

Otros, salvación encarnada.

Pero nadie sabe con certeza lo que es.

Ni siquiera ella.

Y cuando incluso el cielo guarda silencio,

Es porque el mundo ya ha empezado a desmoronarse.




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