Entre el deber y el deseo

3. Bajo la lluvia

Isabella

Seattle despertó con una lluvia más intensa de lo habitual. Isabella llegó temprano a la oficina, con el cabello ligeramente húmedo a pesar del paraguas y el aroma a lluvia pegado a su abrigo. Dejó una taza de café caliente sobre el escritorio de Jonathan antes de que él llegara, un gesto que le pareció natural después de haber notado lo mucho que dependía de esa bebida en sus largas jornadas.

Se sentó frente a su computadora y comenzó a revisar correos. No esperaba que él se fijara en ese pequeño detalle… pero cuando Jonathan entró a la oficina, se detuvo frente a su escritorio.

—¿Es para mí? —preguntó, señalando la taza.

—Sí, señor Blake. Pensé que lo necesitaría esta mañana —respondió, intentando sonar profesional, aunque su corazón se aceleraba.

Él asintió en silencio, tomó el café y siguió caminando hacia su oficina. Isabella suspiró. A veces sentía que cualquier palabra o sonrisa de Jonathan era imposible, como si se negara a mostrar cualquier debilidad. Y, sin embargo, en esa brevísima pausa, le pareció ver algo distinto en su mirada.

Más tarde, al salir a entregar unos documentos al área de contabilidad, Isabella se detuvo junto a uno de los ventanales. La lluvia golpeaba con fuerza, difuminando la vista de la ciudad. Pensó en lo mucho que había cambiado su vida en tan solo unos días: de Italia a Seattle, de un trabajo común a estar tan cerca de un hombre que imponía respeto en cada paso.

Lo que no sabía era que, desde su oficina, Jonathan la observaba en ese preciso momento.

Jonathan

El sonido de la lluvia contra los ventanales lo había acompañado toda la mañana. Jonathan había llegado con el ceño fruncido, preparado para otro día interminable de reuniones y llamadas, cuando se encontró con una taza de café caliente en su escritorio.

No estaba acostumbrado a esos gestos. Sus asistentes anteriores se limitaban a cumplir órdenes, pero Isabella parecía pensar más allá. Preguntó si era para él, y al escuchar su respuesta notó algo en su voz: naturalidad, calidez. Detalles que rara vez encontraba en la gente de su entorno.

No dijo nada más, claro. No podía permitirse esa clase de vínculos. Pero mientras bebía el café, no pudo evitar reconocer que estaba exactamente como le gustaba. “¿Cómo lo supo?”, pensó, y esa simple pregunta lo acompañó toda la mañana.

Horas más tarde, al alzar la vista de unos informes, la vio de pie junto a los ventanales del pasillo. La lluvia golpeaba fuerte, y ella parecía absorta mirando hacia la ciudad. Había algo en esa imagen que lo detuvo: la silueta de Isabella contra el fondo gris de Seattle, la serenidad en su postura, la leve sonrisa pensativa en sus labios.

Jonathan se sorprendió a sí mismo observándola más tiempo del que debía. Apartó la mirada enseguida, volviendo a sus papeles, como si nada hubiera ocurrido.

Pero en el fondo sabía que esa joven italiana estaba empezando a ocupar un espacio que nunca había permitido a nadie en su vida.



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En el texto hay: jefe, secretaria, amor dificil

Editado: 25.08.2025

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