Isabella
El jueves comenzó con más movimiento de lo habitual. Apenas había llegado, ya tenía que coordinar llamadas, preparar documentos y ajustar horarios para las reuniones. La agenda estaba repleta y, aunque trataba de mantenerse firme, Isabella sentía la presión en cada segundo que pasaba.
Cuando finalmente logró sentarse a organizar los últimos papeles antes de la reunión con los inversionistas, Jonathan salió de su oficina.
—¿Está todo listo, Rossi? —preguntó, con ese tono que nunca revelaba si estaba satisfecho o molesto.
—Sí, señor Blake. Aquí tiene los informes y las presentaciones. También incluí un resumen con los puntos más importantes —dijo, entregándole una carpeta.
Jonathan hojeó rápidamente los documentos. Isabella se quedó de pie, conteniendo la respiración. Durante un instante creyó que él haría algún comentario seco, pero en lugar de eso, asintió.
—Bien hecho.
Solo dos palabras. Pero viniendo de él, eran como una caricia inesperada. Isabella sonrió levemente mientras él se alejaba hacia la sala de juntas. Tal vez Jonathan Blake no era tan inaccesible como parecía.
Más tarde, cuando terminó la reunión, Isabella entró a la oficina con una bandeja de café para él y para los socios que aún se despedían. Uno de ellos la elogió por la organización de los documentos, y ella respondió con modestia. Jonathan no dijo nada, pero cuando todos se fueron, la miró por un instante.
Ese silencio, esa mirada fija, fue más revelador que cualquier palabra. Isabella sintió un escalofrío recorrerle la piel antes de volver a su escritorio.
Jonathan
Los jueves solían ser caóticos, y ese no fue la excepción. Jonathan repasaba mentalmente los puntos de la reunión mientras Isabella le entregaba la carpeta con informes. Se preparaba para señalar lo que seguramente faltaría… pero no encontró nada que criticar.
Los resúmenes eran precisos, los anexos estaban completos y, además, ella había resaltado los puntos clave. Lo miró expectante, como esperando un veredicto. Jonathan se sorprendió a sí mismo pronunciando dos palabras que rara vez decía:
—Bien hecho.
No era mucho, pero para él significaba más de lo que estaba dispuesto a mostrar. La expresión satisfecha de Isabella lo desconcertó: había algo en la forma en que se iluminaban sus ojos que lo hacía sentir… vulnerable.
Durante la reunión, notó que los socios se mostraron más receptivos gracias al orden de la presentación. Cuando uno de ellos elogió el trabajo de Isabella, Jonathan permaneció en silencio, aunque por dentro reconoció que se lo había ganado.
Cuando todos se marcharon, ella entró nuevamente a su oficina para recoger las tazas de café. Jonathan la observó en silencio. Podría haberle dado las gracias, pero no lo hizo. No porque no quisiera, sino porque no sabía cómo.
En cambio, dejó que su mirada hablara por él. Isabella lo notó —estaba seguro de eso— porque bajó los ojos rápidamente y se sonrojó apenas.
Por primera vez en mucho tiempo, Jonathan Blake se sorprendió pensando que quizás había encontrado en su nueva asistente algo más que eficiencia. Quizás, sin darse cuenta, ella estaba rompiendo sus defensas.