Isabella
El edificio estaba casi vacío. Los relojes marcaban las ocho de la noche y la mayoría de los empleados ya había regresado a casa. Isabella, sin embargo, seguía revisando unos documentos pendientes en su escritorio.
Se levantó para llevar un informe a la oficina de Jonathan, convencida de que él ya se habría ido. Para su sorpresa, lo encontró todavía allí, inclinado sobre su mesa, con las mangas de la camisa arremangadas y el ceño fruncido.
—Disculpe, señor Blake —dijo en voz baja, dejando la carpeta sobre su mesa.
Jonathan levantó la vista, algo sorprendido de verla todavía en la oficina.
—¿Aún aquí?
—Quería terminar esto antes de mañana —respondió ella, sin apartar la mirada de los papeles.
Durante unos segundos reinó un silencio extraño. Isabella se dio cuenta de que aquella era la primera vez que veía a Jonathan tan relajado, sin su impecable saco, con el cabello ligeramente desordenado. Por un momento, lo percibió no como al jefe distante, sino como a un hombre agotado por la responsabilidad.
Cuando salió de la oficina, no pudo evitar pensar en que quizá, detrás de esa coraza, había alguien mucho más humano de lo que imaginaba.
Jonathan
Las ocho de la noche. Jonathan solía quedarse hasta tarde en la oficina, pero casi nunca coincidía con alguien más. Por eso lo sorprendió escuchar un suave golpe en la puerta y ver a Isabella entrando con una carpeta en las manos.
—¿Aún aquí? —preguntó, incapaz de ocultar su sorpresa.
Ella respondió con naturalidad, como si quedarse horas extras fuera lo más normal del mundo. Jonathan la observó mientras hablaba: había algo en su tono, una mezcla de dedicación y serenidad, que lo desconcertaba.
Cuando Isabella salió, se quedó mirándola a través del vidrio por un instante más de lo necesario. Ella no lo notó, pero Jonathan sí: estaba empezando a verla diferente.
No como a una asistente eficiente. Sino como a alguien que, sin darse cuenta, estaba rompiendo la rutina de sus noches solitarias.