Isabella
El reloj marcaba casi las once de la noche cuando Isabella se dejó caer sobre la cama, con el cansancio acumulado del día todavía pesándole en los hombros. La cena con Jonathan había sido inolvidable, y aún no lograba quitarse de la cabeza los detalles: el brillo de las luces doradas en el restaurante, la intensidad en su mirada, la forma en que había dicho “fue más que eso”.
Sabía que no debía pensar demasiado en aquello, que era peligroso dejar que su mente divagara en posibilidades que aún no existían. Y, sin embargo, lo hacía. Cada sonrisa, cada palabra compartida en la mesa se repetía como una película en su memoria.
De pronto, el teléfono vibró sobre la mesita de noche. Isabella lo tomó distraída, pensando que sería un mensaje de alguna amiga en Italia. Pero lo que apareció en la pantalla la dejó inmóvil: Jonathan Harper.
Sintió un vuelco en el estómago. ¿Qué hacía él llamándola a esa hora? Dudó un instante antes de contestar, temiendo que su voz traicionara lo acelerado de sus latidos.
—¿Jonathan? —dijo suavemente.
Del otro lado de la línea hubo un breve silencio, como si él también hubiera dudado en hablar.
—Sí… lamento llamarte tan tarde. ¿Te desperté?
—No, en absoluto —respondió ella, sentándose en la cama y acomodando el almohadón detrás de la espalda—. ¿Está todo bien?
Jonathan exhaló un suspiro que Isabella alcanzó a percibir incluso a través del auricular.
—Todo bien. Solo… —hizo una pausa— quería agradecerte por esta noche.
Isabella sonrió, aunque él no pudiera verla.
—Yo también la pasé bien. Fue… inesperado.
—Para mí también —contestó Jonathan con un tono más bajo, más íntimo. Luego, como si se sintiera expuesto, añadió apresuradamente—. Es raro para mí hacer este tipo de cosas. No suelo… abrirme así.
—Lo sé —respondió ella en un susurro—. Y creo que por eso lo valoro más.
Se hizo un silencio breve, pero no incómodo. Era un silencio lleno de significados no dichos, como si ambos estuvieran midiendo la magnitud de lo que acababa de confesarse.
—¿Sabes? —continuó Jonathan—, pensé mucho en lo que dijiste el otro día, sobre que basta con alguien que escuche. No imaginaba cuánto necesitaba eso hasta que te lo oí decir.
Las palabras de él le hicieron sentir un calor en el pecho, un reconocimiento que iba más allá de lo profesional. Isabella mordió suavemente su labio antes de responder.
—A veces no necesitamos soluciones… solo alguien que esté allí, aunque sea en silencio.
Jonathan no contestó de inmediato. Isabella casi pudo imaginarlo, sentado en algún sillón de su departamento, con el ceño fruncido y esa seriedad que lo caracterizaba, pero al mismo tiempo con la vulnerabilidad que pocas veces mostraba.
—Exacto —dijo finalmente, su voz grave pero tranquila—. Y contigo, siento que puedo tener eso.
La confesión quedó flotando en el aire. Isabella cerró los ojos, tratando de no dejar que sus emociones la dominaran. Era su jefe, y estaba rompiendo todas las reglas no escritas de su propia disciplina personal. Pero al mismo tiempo, ¿cómo podía ignorar lo que esas palabras provocaban en ella?
—Jonathan… —susurró, sin saber cómo terminar la frase.
Él rió suavemente, apenas un murmullo.
—No te preocupes, Isabella. No voy a complicar las cosas más de lo que ya están. Solo quería oír tu voz antes de dormir.
El corazón de ella dio un salto.
—Me alegra que lo hayas hecho —respondió con sinceridad.
Hablaron unos minutos más, de cosas ligeras: el clima de Seattle, un libro que Isabella estaba leyendo, una recomendación de música que Jonathan hizo casi con timidez. La conversación fluyó como si fueran viejos amigos y no jefe y secretaria.
Finalmente, Jonathan murmuró:
—Deberíamos descansar. Mañana será un día largo.
—Sí —asintió Isabella, aunque no quería colgar.
—Buenas noches, Isabella.
—Buenas noches, Jonathan.
La línea se cortó y el silencio de la habitación volvió a envolverla. Isabella dejó el teléfono a un lado, apoyó la cabeza en la almohada y sonrió con suavidad. Quizá era un simple gesto, una llamada breve, pero para ella había significado más que cualquier otra cosa. Era la prueba de que algo estaba cambiando.
Jonathan
Jonathan Harper rara vez se permitía actos impulsivos. Pero esa noche, mientras conducía de regreso a su apartamento bajo la llovizna de Seattle, sintió que si no hablaba con Isabella, la noche quedaría incompleta.
Había disfrutado de la cena más de lo que admitiría, y la conversación aún resonaba en su mente. No estaba acostumbrado a reír con tanta naturalidad, ni a compartir recuerdos sin miedo al juicio. Isabella había conseguido algo que pocas personas lograban: hacerlo sentir humano, vulnerable, real.
Cuando llegó a casa, intentó convencerse de que debía dejarlo allí, en el restaurante. Que un paso más sería peligroso. Pero la tentación fue más fuerte. Tomó el teléfono, marcó su número y, antes de pensarlo dos veces, escuchó su voz al otro lado de la línea.
—¿Jonathan?
La forma en que dijo su nombre lo desarmó. Había calidez, sorpresa, incluso ternura.
Durante la llamada, Jonathan se sorprendió de lo fácil que era hablar con ella. Sentía que podía decir lo que pensaba sin filtros, sin el peso de las expectativas. Cuando le confesó que solo quería escuchar su voz antes de dormir, lo hizo casi sin darse cuenta. Y, aunque era un riesgo, la respuesta de Isabella lo tranquilizó. Ella no lo había rechazado; al contrario, parecía comprenderlo.
Al colgar, Jonathan se quedó en silencio, sosteniendo el teléfono en la mano. Por un instante, se permitió sonreír. Sabía que estaba cruzando fronteras, que cada paso lo llevaba más cerca de un terreno incierto. Pero ya no podía negarlo: Isabella era más que su secretaria. Era la única persona con la que podía bajar la guardia.