Entre el deber y el deseo

14. Sombras después de la luz

Isabella

La noche del beso la acompañó como un secreto cálido y peligroso. Al despertar al día siguiente, Isabella todavía podía sentir la presión suave de los labios de Jonathan sobre los suyos. Una parte de ella sonrió al recordarlo, pero otra, más consciente, más práctica, se revolvió inquieta.

Ese recuerdo no era un simple gesto romántico. No era un detalle pasajero de dos desconocidos en un bar. Era el inicio de algo que podía cambiarlo todo.

Mientras se preparaba para ir a la oficina, Isabella se miró al espejo más de una vez. Se preguntaba si se le notaba en la cara, si de algún modo los demás percibirían la electricidad que aún recorría su piel. Se regañó mentalmente: “Debo mantener la calma, debo ser discreta”.

En la oficina, intentó comportarse con normalidad. Encendió la computadora, revisó correos, preparó las reuniones del día. Pero cada movimiento se sentía forzado, como si interpretara un papel en una obra demasiado evidente.

La tensión llegó cuando Jonathan salió de su oficina para darle unos documentos. Isabella levantó la vista y se encontró con sus ojos. No había palabras, pero bastó ese cruce de miradas para que todo lo vivido la noche anterior regresara con fuerza.

—Aquí está el informe —dijo él, en voz baja, demasiado neutral.

—Gracias —respondió ella, con una sonrisa breve.

Nadie más notó nada, pero Isabella sintió que todo el aire de la sala se comprimía entre ellos.

Durante la pausa del almuerzo, se refugió en la terraza del edificio. Necesitaba aire, necesitaba pensar. ¿Qué estamos haciendo?, se preguntó. Era su jefe, su superior directo. Si alguien llegaba a sospechar, su reputación quedaría marcada. No importaba lo que sintiera, la realidad era cruel: un rumor podía destruir su carrera antes de que siquiera despegara.

Cuando Jonathan apareció de repente en la terraza, ella se tensó.

—No podemos hacer como si nada hubiera pasado —dijo él con honestidad, mirándola fijo.

—Lo sé… —respondió Isabella, bajando la vista—. Pero tampoco podemos hacer como si fuera algo fácil.

Él guardó silencio unos segundos. El viento agitaba su cabello y ella sintió un nudo en el estómago. Lo quería cerca, lo deseaba, pero también quería proteger lo que había construido.

—Tengo miedo —confesó finalmente, casi en un susurro.

Jonathan frunció el ceño, sorprendido por su franqueza.
—¿Miedo de qué?

—De nosotros. De lo que pueda pasar si seguimos adelante.

El silencio que siguió fue tan denso como la ciudad bajo sus pies. Isabella sabía que esa conversación era apenas el inicio de las dudas que vendrían.

Jonathan

El beso había sido inevitable, pero la mañana siguiente trajo consigo la realidad que él había intentado ignorar. Jonathan siempre había sido consciente de los límites, de lo que significaba estar en su posición. Pero con Isabella… esos límites se habían desvanecido en segundos.

Desde que llegó a la oficina la buscó sin quererlo. El simple hecho de verla concentrada frente a la computadora lo desarmaba. Intentó mantener el profesionalismo, entregándole documentos, hablando en tono neutral. Sin embargo, cada mirada entre ellos era como un hilo invisible que lo arrastraba de nuevo hacia la noche anterior.

Durante el almuerzo, al verla salir hacia la terraza, supo que debía hablar con ella. No podía dejar que la incertidumbre creciera en silencio.

Cuando la encontró allí, con el viento revolviendo su cabello y la expresión de alguien que carga demasiado en el pecho, entendió que no era el único atormentado.

—No podemos hacer como si nada hubiera pasado —le dijo con la convicción de alguien que no quiere huir.

Ella lo miró con ojos vulnerables, confesando que tenía miedo. Y esas palabras, lejos de alejarlo, lo tocaron profundamente.

Jonathan se dio cuenta de algo que lo estremeció: él también tenía miedo. Miedo de arruinarlo todo, de arrastrarla a una situación complicada, de que la diferencia de poder entre ellos terminara convirtiéndose en un obstáculo imposible.

Pero más fuerte que ese miedo era el deseo de seguir adelante.

—Isabella —dijo con voz grave—, yo también estoy asustado. Pero lo que siento por ti… no se va a ir. Fingir que no está ahí sería una mentira.

Ella lo miró en silencio, y aunque no respondió de inmediato, en sus ojos brillaba la misma lucha que él sentía.

Jonathan quiso acercarse, pero se contuvo. No era momento de otro gesto impulsivo. Lo que necesitaban ahora era claridad, paciencia, decidir si estaban dispuestos a enfrentar juntos las sombras que empezaban a rodearlos.

Mientras regresaban a la oficina, uno al lado del otro, pero sin tocarse, Jonathan entendió que aquel beso había abierto una puerta. Y aunque ambos dudaban, ninguno quería cerrarla.



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En el texto hay: jefe, secretaria, amor dificil

Editado: 12.10.2025

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