Isabella
Los días siguientes al beso se convirtieron en un vaivén emocional. Isabella intentaba mantener la compostura, sonreír cuando debía hacerlo y hablar con Jonathan solo lo necesario en público. Pero cada gesto se sentía bajo la lupa invisible de la oficina.
No sabía si era paranoia o realidad, pero comenzó a notar miradas. Pequeños detalles que antes le parecían insignificantes: dos colegas que bajaban la voz cuando ella entraba a la sala de descanso, una risa contenida que cesaba al pasar, comentarios vagos sobre “ciertas secretarias que avanzan rápido”.
Al principio, Isabella se convenció de que estaba imaginando cosas. Pero un mediodía, mientras calentaba su comida en la cocina del piso, escuchó sin querer a dos compañeras de otro departamento.
—Te lo juro, lo vi salir de su oficina justo después de ella. Y la forma en que se miraban… no sé, había algo raro.
—¿Crees que hay algo?
—No me sorprendería. Al final, ¿cuántas secretarias no terminan enganchadas con su jefe?
El corazón de Isabella dio un vuelco. Guardó silencio, fingiendo que buscaba algo en su bolsa, pero por dentro estaba hecha un manojo de nervios. Cuando las mujeres salieron, sintió que el suelo se le hundía bajo los pies.
La idea de que alguien sospechara la aterraba. No porque hubiera pruebas, sino porque los rumores eran más letales que la verdad. Bastaba una chispa para incendiar su reputación.
Aquella tarde casi no pudo concentrarse. Cada vez que Jonathan la llamaba a su oficina, dudaba antes de entrar, consciente de que otros podían observarlos. Su mente divagaba: ¿Habrá escuchado él también algo? ¿Sabe lo que dicen?
Esa noche, al llegar a casa, Isabella se dejó caer en el sillón y respiró hondo. Tenía que decidir. O se alejaba de Jonathan antes de que todo se complicara, o enfrentaba la tormenta que apenas empezaba a formarse.
Su celular vibró. Era un mensaje de él:
"¿Estás bien? Te vi distraída hoy."
Isabella dudó en responder. Sus dedos se quedaron quietos sobre la pantalla. Finalmente escribió:
"Tenemos que hablar. Algo está pasando en la oficina."
Jonathan
Jonathan siempre había sido un hombre atento a las dinámicas de su equipo. Sabía cuándo había tensiones, cuándo alguien estaba molesto o cuándo un rumor comenzaba a tomar fuerza. Por eso no tardó en notar el ambiente extraño de los últimos días.
No era solo Isabella, que parecía inquieta. Era la forma en que algunos empleados la observaban, los susurros que se cortaban cuando él aparecía, los gestos que se compartían a espaldas de ambos.
La sospecha lo golpeó como un balde de agua fría: estaban empezando a hablar de ellos.
En una reunión interna, mientras exponía sobre un nuevo proyecto, notó a un par de analistas intercambiar miradas cómplices cuando Isabella entró con unas carpetas. Se mordió el interior de la mejilla para no reaccionar, pero por dentro ardía.
Jonathan sabía que en el mundo corporativo la percepción lo era todo. No bastaba con ser inocente o culpable: lo que importaba era lo que los demás creyeran. Y los rumores, como una bola de nieve, crecían sin control.
Esa tarde, después de que Isabella dejara su oficina, se quedó pensativo. Tenía dos opciones: mantener la distancia con ella hasta que los comentarios se apagaran o enfrentar lo que sentía y arriesgarse a que el rumor se convirtiera en verdad confirmada.
Cuando recibió su mensaje, “Tenemos que hablar. Algo está pasando en la oficina”, su corazón se agitó.
Era lo que había temido, pero también lo que esperaba. Si Isabella lo mencionaba, significaba que no estaba dispuesta a ignorarlo.
Sin pensarlo demasiado, le respondió:
"Ven mañana más temprano. Antes de que llegue el resto. Hablaremos."
Jonathan se recostó en su silla de cuero, la ciudad iluminada extendiéndose tras la ventana. El peso del poder, de las consecuencias, se le clavaba en los hombros. Pero bajo todo eso, en el centro de su pecho, había un fuego que no se apagaba: no estaba dispuesto a perderla.