Entre el deber y el deseo

16. Pacto en la penumbra

Isabella

El despertador sonó una hora antes de lo habitual. Isabella apenas había dormido; sus pensamientos habían estado atrapados en un torbellino de dudas y miedos. La noche anterior se había repetido una y otra vez las frases que escuchó en la oficina, las miradas, las risitas ahogadas.
Ahora, mientras se vestía con una blusa discreta y un pantalón recto, intentaba convencerse de que aquel día sería diferente. Debo ser fuerte. No quiero que esto se me escape de las manos, pensó.

El cielo de Seattle estaba aún teñido de un gris pálido cuando llegó al edificio. El lugar estaba casi vacío, salvo por el guardia de seguridad que le sonrió al verla tan temprano. Isabella subió en silencio, con el corazón acelerado.

Al llegar al piso, la oficina de Jonathan ya estaba iluminada. La puerta entreabierta dejaba escapar un resplandor cálido. Isabella respiró hondo antes de empujarla.

Él estaba de pie, con las manos en los bolsillos, mirando por la ventana el amanecer que pintaba de naranja el horizonte. Cuando la vio entrar, una chispa de alivio cruzó su rostro.

—Gracias por venir —dijo con voz suave.

Isabella dejó su bolso sobre la silla y lo miró con nerviosismo.
—Jonathan, tenemos un problema.

Él asintió, girándose hacia ella.
—Lo sé. He escuchado… comentarios. La gente empieza a hablar.

Un silencio pesado se instaló entre ambos. Isabella se frotó las manos, tratando de calmarse.
—No quiero que piensen cosas de mí. No quiero que digan que estoy aquí por… por otra razón.

Su voz se quebró apenas, y Jonathan dio un paso hacia ella, conteniéndose de acercarse más.
—Nadie tiene derecho a juzgarte. Tú eres brillante en lo que haces, Isabella. Pero entiendo lo que dices. Si seguimos así, les daremos más motivos para hablar.

Ella bajó la mirada, sintiendo una punzada en el pecho. La idea de alejarse de él dolía más de lo que había previsto.
—¿Entonces… qué hacemos?

Jonathan respiró hondo. Caminó despacio hacia su escritorio, se apoyó en el borde y la miró directamente a los ojos.
—Haremos un pacto. En la oficina, distancia. Nada que pueda levantar sospechas. Trabajaremos como jefe y asistente, estrictamente.

Isabella asintió lentamente, aunque una parte de ella se retorcía por dentro.
—Y… ¿fuera de aquí? —preguntó casi en un susurro.

Una sombra de sonrisa se dibujó en sus labios.
—Fuera de aquí, somos libres.

El corazón de Isabella se aceleró. Quiso sonreír, pero la tensión no la dejaba.
—¿Y si alguien nos ve? —insistió, todavía temerosa.

Jonathan se inclinó hacia ella, bajando la voz como si el edificio entero pudiera escucharlos.
—Entonces seremos cuidadosos. Pero no pienso renunciar a esto… a ti.

Sus ojos se encontraron y, por un instante, Isabella olvidó el peso de los rumores. En ese espacio silencioso y frágil, el pacto no era solo una estrategia: era una promesa.

Jonathan

Había llegado a la oficina mucho antes de lo habitual. No había podido dormir, su mente repitiendo una y otra vez las miradas que había notado, las voces que se apagaban al pasar. Ya lo saben. O al menos lo intuyen.

Mientras observaba el amanecer desde su ventana, pensaba en todas las consecuencias que aquello podía acarrear. No solo para su reputación, sino para ella. Isabella era brillante, pero el mundo corporativo podía ser cruel. No soportaba la idea de que alguien intentara manchar su nombre.

Cuando escuchó el suave golpe de la puerta y la vio entrar, sintió un alivio que no esperaba. Era como si, solo con verla, las piezas encajaran en su sitio.

Las palabras surgieron con naturalidad: “Gracias por venir”.

La conversación no tardó en volverse seria. Jonathan la escuchó con atención, cada palabra cargada de miedo, cada gesto revelando la presión que sentía. Quiso abrazarla, decirle que no importaba lo que pensaran los demás, que podían enfrentar el mundo juntos. Pero sabía que debía ser sensato.

Así que propuso el pacto. Distancia en público, libertad en privado. Una línea invisible que los protegería a ambos.

Al ver sus ojos llenos de duda, Jonathan se inclinó apenas, con la voz firme pero suave.
—No permitiré que nadie te dañe por estar cerca de mí. Si tengo que cargar con el rumor, lo haré. Pero tú… tú no mereces eso.

Ella lo miró como si esas palabras fueran un salvavidas. Y en ese instante, Jonathan supo que estaba dispuesto a arriesgar todo por mantenerla a su lado.

El reloj marcaba la hora en que los demás empleados comenzarían a llegar. La magia de aquel momento estaba a punto de romperse. Jonathan retrocedió un paso, enderezando su postura.
—Recuerda, a partir de ahora… discreción —murmuró.

Isabella asintió, recogiendo su bolso. Antes de salir, sus miradas se encontraron una última vez, cargadas de un secreto que solo ellos compartían.

Jonathan se quedó solo, el murmullo de la ciudad despertando a sus pies. Sabía que la batalla apenas comenzaba. Pero ahora tenían un pacto. Y, en silencio, prometió protegerlo con todo lo que tenía.



#1774 en Novela romántica
#666 en Chick lit

En el texto hay: jefe, secretaria, amor dificil

Editado: 31.08.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.