Entre el deber y el deseo

17. La primera prueba

Isabella

El murmullo de la oficina se sentía distinto desde que habían hecho el pacto. Isabella podía notar cómo cada movimiento suyo estaba bajo escrutinio, como si de pronto se hubiese convertido en el centro de un foco invisible. Caminaba con cuidado, midiendo cada sonrisa, cada palabra, como si cada gesto pudiera revelar un secreto que aún quería proteger.

Esa mañana, mientras organizaba unos documentos, recibió el aviso de que Jonathan había convocado a una reunión con varios directores de área. Era la primera vez que volverían a coincidir en un entorno tan formal desde la conversación en su oficina, y su estómago se apretó al pensarlo.

Distancia en público, libertad en privado, se repitió, como si fuera un mantra.

Cuando entró en la sala de juntas, Jonathan ya estaba sentado al extremo de la mesa, impecable en su traje oscuro, con esa seriedad que imponía respeto. Isabella ocupó un asiento en la esquina, procurando no cruzar más de una mirada con él. Los demás comenzaron a llegar, charlando animadamente.

La reunión transcurrió con normalidad hasta que llegó el turno de un tema delicado: un contrato con un cliente internacional. Jonathan expuso los puntos con firmeza y, cuando pidió apoyo en la logística, miró hacia Isabella de manera natural, como lo haría cualquier jefe con su asistente.

Ella respondió con un breve asentimiento, tomando notas. Todo parecía bajo control.

Pero entonces, mientras se discutían las fechas de entrega, uno de los directores —un hombre llamado Parker, conocido por su humor mordaz— soltó un comentario que congeló el aire en la sala:

—Vaya, Jonathan, últimamente veo que confías demasiado en tu nueva asistente. No recuerdo haberte visto tan… entusiasmado con nadie más del equipo.

Algunas risitas nerviosas recorrieron la mesa. Isabella sintió que la sangre le subía a las mejillas y bajó la mirada, fingiendo revisar sus papeles. El corazón le golpeaba fuerte en el pecho.

Jonathan permaneció inmóvil, aunque sus ojos brillaron con un destello que Isabella reconoció bien: enojo contenido.

—Confío en mi equipo porque hacen su trabajo con excelencia —respondió con voz firme, sin elevar el tono. Luego añadió, mirándolos a todos—: Y la señorita Bianchi ha demostrado ser excepcional en el suyo.

El silencio que siguió fue incómodo. Parker tosió, como si quisiera borrar lo dicho, y la reunión continuó, aunque Isabella apenas podía concentrarse. Sus manos temblaban ligeramente al sostener la pluma.

Cuando terminó la sesión y todos comenzaron a salir, Isabella recogió sus cosas con rapidez. Sabía que Jonathan se le acercaría si ella se quedaba un segundo más, y eso sería lo peor.

En el pasillo, escuchó pasos tras ella. Era su compañera de escritorio, una joven llamada Sarah.
—No te preocupes por lo que dijo Parker —susurró con complicidad—. Ya sabes cómo es, siempre busca dónde pinchar.

Isabella forzó una sonrisa y asintió. Pero en su interior, el comentario seguía resonando como un eco que no podía callar. La primera insinuación directa… y apenas estamos comenzando.

Jonathan

Desde el momento en que vio a Isabella entrar en la sala, supo que aquel día sería una prueba. Estaba tan consciente de su presencia que le costaba concentrarse en las cifras que proyectaban en la pantalla. Había hecho el pacto, y pensaba cumplirlo, aunque cada parte de él quisiera mirar solo a ella.

Todo iba bien hasta que Parker abrió la boca. Jonathan conocía bien ese tono, esa manera de disfrazar la burla bajo un falso humor. Y sabía que no era casualidad.

—Vaya, Jonathan, últimamente veo que confías demasiado en tu nueva asistente…

La frase cayó como un veneno en la mesa. Jonathan notó cómo Isabella bajaba la mirada de inmediato, casi encogiéndose en su asiento. En ese instante, la rabia lo atravesó. No permitiría que nadie la pusiera en el centro de un chisme.

Con voz controlada, respondió. Primero, defendiendo su profesionalismo, luego remarcando su excelencia. Era una línea delicada: quería que todos entendieran que valoraba su trabajo, pero no podía sonar demasiado personal.

El efecto fue inmediato: silencio. Incluso Parker evitó sostenerle la mirada.

Jonathan retomó la reunión con firmeza, pero por dentro ardía. Si siguen así, no solo la harán sentir incómoda, la lastimarán.

Al finalizar, observó cómo Isabella salió apresurada, casi huyendo. Quiso detenerla, decirle que no se preocupara, que él siempre estaría ahí para protegerla. Pero el pacto estaba fresco, y debía respetarlo.

Desde la puerta de la sala, la vio desaparecer entre los pasillos. Su espalda recta, su paso rápido. Y, aunque no podía acercarse, sintió la punzada de algo más fuerte que la rabia: miedo.
Miedo de que los rumores la asfixiaran antes de que pudieran tener una oportunidad real.



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En el texto hay: jefe, secretaria, amor dificil

Editado: 25.08.2025

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