Entre el deber y el deseo

18. Dudas en silencio

Isabella

La jornada había terminado, pero Isabella no podía apartar de su mente lo ocurrido en la sala de juntas. El comentario de Parker parecía haberse grabado en su piel como una marca que ardía a cada paso que daba.

Mientras recogía sus cosas para irse a casa, fingía normalidad frente a Sarah y los demás, aunque por dentro la inseguridad la estaba devorando. Se preguntaba qué estarían pensando sus compañeros. ¿Había notado alguien más esa tensión silenciosa entre ella y Jonathan? ¿Sería posible que la oficina entera comenzara a inventar historias a partir de una simple insinuación?

En el ascensor, se miró en el reflejo metálico de las puertas cerradas. Se encontró con su propio rostro: cejas fruncidas, labios apretados. Esa no era la Isabella que había llegado a Seattle buscando un nuevo comienzo, llena de ilusiones.

¿Qué estoy haciendo? —se dijo en un susurro.

El trayecto hasta su departamento se le hizo eterno. La ciudad estaba iluminada, el tráfico rugía, y las luces de los bares parecían invitarla a escapar en un sorbo de vino y música. Pero no. Fue directa a casa.

Una vez dentro, dejó la bolsa sobre la mesa y se desplomó en el sofá. Cerró los ojos, intentando calmar el torbellino de pensamientos.

La imagen de Jonathan defendiendo su trabajo en la reunión volvió a su mente. Su voz firme, sus palabras escogidas. Esa fue la primera vez que alguien la respaldó públicamente con tanta convicción. Y sin embargo, en lugar de sentirse orgullosa, Isabella sentía miedo.

Miedo a que eso solo alimentara los rumores.

Miedo a que el pacto que habían hecho se convirtiera en una trampa más que en una salvación.

Miedo a lo que pasaría si sus sentimientos —esos que intentaba mantener bajo control— terminaban desbordándose.

Se levantó y caminó hacia la ventana, observando las luces de Seattle desde lo alto. Allí estaba la ciudad que había elegido para rehacer su vida, para escapar de la monotonía de Italia y de las expectativas que la asfixiaban. Pero en vez de tranquilidad, ahora se encontraba con un nuevo dilema: un jefe que la hacía sentir viva, pero que también la colocaba en el ojo del huracán.

—Isabella… —murmuró su propio nombre como si quisiera anclar su mente al presente—. No puedes permitirte fallar. No otra vez.

Pasó un largo rato en silencio, escuchando el murmullo lejano del tráfico. Finalmente, respiró hondo y tomó una decisión interna: seguiría adelante, pero más firme, más cautelosa. No iba a dejar que un comentario malintencionado la hiciera tambalear.

Lo que sentía por Jonathan era real, lo sabía, aunque le doliera admitirlo en voz baja. Y si en algún momento todo se venía abajo, prefería que fuera porque se atrevió a sentir, y no porque huyó antes de intentarlo.

Jonathan

Mientras tanto, Jonathan permanecía en su oficina, incluso cuando la mayoría del personal ya se había marchado. Había cerrado la puerta y apagado las luces, dejando solo una lámpara encendida.

No dejaba de pensar en Isabella. Había visto la forma en que sus mejillas se encendieron tras la insinuación de Parker, la manera en que evitó su mirada, y cómo salió casi corriendo de la sala. Eso le dolía más que cualquier comentario venenoso.

¿Habrá dudado de mí? —se preguntaba.

Se inclinó hacia atrás en la silla, aflojando el nudo de su corbata. Había trabajado toda su vida para construir una reputación impecable, basada en esfuerzo y resultados. Pero ahora esa reputación estaba en riesgo, no por falta de méritos, sino porque su corazón había elegido a la persona menos conveniente: su asistente.

La defendió porque lo merecía, pero sabía que a ojos de los demás, esa defensa podía interpretarse como favoritismo. Y en el mundo corporativo, las percepciones eran tan poderosas como los hechos.

Golpeó suavemente el escritorio con los nudillos, frustrado. Parte de él quería marchar hasta el departamento de Isabella, tocar su puerta y decirle que no se preocupara, que él estaría a su lado contra cualquier rumor. Que lo que sentía no era un capricho pasajero, sino algo profundo.

Pero el pacto era claro: prudencia, distancia en público. Y debía cumplirlo, por ella más que por él.

Finalmente se levantó y apagó la lámpara. Antes de salir, se detuvo un instante frente a la ventana, observando las mismas luces de la ciudad que en ese mismo momento Isabella contemplaba desde su departamento.

No sabía lo que ella pensaba, ni cómo se sentía tras lo ocurrido. Pero estaba seguro de algo: no importaba cuántas insinuaciones aparecieran, él no iba a retroceder. No iba a permitir que el miedo les robara la oportunidad de descubrir qué podían llegar a ser juntos.

Con esa determinación en el pecho, cerró la puerta de su oficina y se marchó.



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En el texto hay: jefe, secretaria, amor dificil

Editado: 31.08.2025

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