20. Limite

Isabella

El eco de la cena aún vibraba en su pecho cuando Isabella, al día siguiente, recibió un nuevo mensaje de Jonathan.
"¿Podrías pasar por mi departamento esta noche? Necesito hablar contigo… lejos de todo."

Dudó. El pacto, los rumores, todo aquello que los había obligado a mantenerse en un frágil equilibrio volvía a su mente. Pero la curiosidad y la atracción que ya no podía negar fueron más fuertes.

Cuando llegó al edificio, un rascacielos elegante en el corazón de Seattle, Isabella se sorprendió por la sobriedad del lugar. Jonathan la esperaba en la puerta, con el mismo traje de siempre, pero sin la corbata.

El departamento era amplio, con ventanales enormes que dejaban ver la ciudad iluminada bajo la lluvia. Isabella se acercó al cristal, maravillada.

—Seattle nunca había parecido tan hermosa —susurró.

—No es la ciudad —dijo Jonathan, acercándose lentamente—. Es la compañía.

Ella se giró, y lo encontró tan cerca que apenas podía respirar. Había algo en su mirada, un peso contenido, como si hubiera esperado demasiado para ese momento.

—Jonathan… —intentó decir, pero la voz le tembló.

Él no esperó más. La tomó con suavidad del rostro y la besó, esta vez sin miedo, sin reservas. No fue un beso robado ni un impulso. Fue una confesión. Isabella sintió cómo todo lo que habían reprimido hasta ese instante se liberaba de golpe.

El beso se volvió más intenso, y cuando las manos de Jonathan se deslizaron hasta su cintura, ella no se apartó. En ese instante, el mundo dejó de existir: no había rumores, no había pactos, solo dos personas rindiéndose a lo inevitable.

Caminaron entre besos hasta el sofá, y la respiración de ambos se mezclaba con la lluvia golpeando los ventanales. Isabella sabía que habían cruzado una línea, pero no podía ni quería detenerse.

Hasta que un sonido rompió el momento.

El timbre del departamento.

Ambos se quedaron quietos, como si el mundo hubiera vuelto a caer sobre ellos. Jonathan frunció el ceño, visiblemente alterado.

—No esperaba a nadie… —murmuró, poniéndose de pie con rapidez.

Isabella, con el corazón acelerado, intentó recomponerse, pero sus labios aún ardían por el beso. Observó cómo Jonathan caminaba hacia la puerta con paso tenso.

Cuando la abrió, la figura que apareció en el umbral la dejó sin aliento.

Era una mujer elegante, de cabello oscuro y mirada afilada, que lo observaba como si tuviera todo el derecho de estar allí.

—Hola, Jonathan —dijo ella, con una sonrisa que heló el ambiente—. No pensé que me ignorarías tanto tiempo.

Isabella sintió un vuelco en el estómago. La intimidad del momento se quebró en mil pedazos. No sabía quién era esa mujer, pero la seguridad en su voz bastaba para que entendiera que estaba frente a alguien importante en la vida de Jonathan.

Y lo que había comenzado como una noche de entrega, acababa de convertirse en una tormenta.

Jonathan

Mientras tenía a Isabella entre sus brazos, Jonathan sintió que el peso de semanas de lucha interna desaparecía. No había deberes, ni pactos, ni barreras que pudieran detener lo que en verdad sentía por ella. Besarla era tan natural como respirar.

Pero el timbre lo arrancó brutalmente de esa paz.

Con el ceño fruncido, abrió la puerta. Y allí estaba Claire.

Su exnovia. La única relación seria que había tenido en años, y la última persona a la que quería ver en ese momento.

—Claire… —dijo, con la voz tensa.

Ella lo miró con una mezcla de reproche y familiaridad, como si aún tuviera algún derecho sobre su vida.

—Tenemos que hablar —dijo con firmeza, antes de mirar por encima de su hombro y notar la presencia de Isabella en la sala.

El silencio que siguió fue insoportable. Isabella se levantó lentamente del sofá, con la confusión marcada en su rostro.

Y Jonathan entendió, con un nudo en el estómago, que esa noche que había empezado como una confesión, estaba a punto de transformarse en un campo de batalla.