Jonathan
El aire en la sala se volvió pesado. Jonathan sentía el calor del beso aún en sus labios, pero la presencia de Claire lo obligó a recomponerse de inmediato.
Isabella lo miraba con confusión, herida quizá, pero no dijo nada.
—Claire —repitió, conteniendo la irritación en su voz—, este no es un buen momento.
Ella arqueó una ceja, con esa misma actitud desafiante que había usado tantas veces en el pasado.
—Nunca hay un buen momento contigo, Jonathan. Siempre estás ocupado, siempre tienes otra prioridad. Pero esta vez no pienso esperar.
Jonathan lanzó una mirada rápida hacia Isabella. Podía ver en sus ojos la pregunta que no se atrevía a formular: ¿quién es ella?
No podía permitir que la tormenta del pasado cayera sobre Isabella, no aún.
—Isabella, ¿podrías darme un momento? —dijo con voz suave, casi suplicante.
Ella dudó, pero asintió lentamente. Tomó su bolso y se acercó hacia la puerta del balcón, dándole la espalda a ambos. Jonathan agradeció en silencio su discreción.
Se volvió hacia Claire, cerrando la puerta principal detrás de sí.
—Dime qué quieres, pero sé breve.
Claire lo observó con una sonrisa amarga.
—Lo que siempre quise: respuestas. Han pasado meses desde que terminamos y ni siquiera tuviste el valor de hablarme cara a cara. Me dejaste con un par de mensajes y nada más.
Jonathan apretó la mandíbula. No quería revivir esa historia, y menos frente a Isabella.
—No funcionaba, Claire. Lo sabes. No había futuro entre nosotros.
Ella se rió con frialdad.
—¿Y con ella sí? —preguntó de pronto, señalando el balcón donde Isabella fingía mirar la lluvia.
Jonathan se tensó.
—Esto no tiene nada que ver con ella —respondió con firmeza—. Y te pediré que la respetes.
Por un momento, Claire se quedó en silencio, estudiándolo como si pudiera leer sus pensamientos. Luego suspiró.
—Eres el mismo de siempre… cerrando puertas sin dar explicaciones.
Jonathan sintió la incomodidad crecer. Su intención había sido clara: proteger a Isabella de un pasado que no merecía cargar. Pero ahora, con Claire allí, el riesgo era que todo se desbordara.
Ella se acercó un paso, bajando la voz.
—Solo recuerda, Jonathan, que los fantasmas que intentas enterrar siempre encuentran la forma de volver.
Y sin más, dio media vuelta y salió del departamento, dejando tras de sí un silencio ensordecedor.
Jonathan respiró hondo antes de acercarse al balcón. Isabella seguía allí, con los brazos cruzados, su figura recortada contra la ciudad iluminada.
—Lo siento —dijo él, acercándose con cautela—. No quería que presenciaras eso.
Ella lo miró, y en sus ojos había una mezcla de ternura y dolor.
—No tienes que disculparte… pero algún día tendrás que contarme quién es ella.
Jonathan asintió, sabiendo que ese día estaba mucho más cerca de lo que quería admitir.
Isabella
Mientras escuchaba la conversación a través de la puerta entreabierta, Isabella se debatía entre la curiosidad y el miedo. No entendía por qué le dolía tanto escuchar el nombre de Claire, pero lo hacía. Había un peso extraño en el pecho, como si aquella mujer hubiera reclamado un lugar al que ella apenas estaba comenzando a acercarse.
Cuando Claire se fue, Isabella quiso preguntar mil cosas, pero su propio orgullo la detuvo. No quería parecer una intrusa, ni alguien débil.
Sin embargo, cuando Jonathan se le acercó, sintió que todo lo que quería era confiar en él.
Su beso aún estaba fresco, pero ahora sobre ese recuerdo se posaba una sombra: la duda.