Isabella
El sonido de las teclas y el murmullo bajo de la oficina eran lo único que llenaba el aire aquella mañana. Isabella se había propuesto una meta clara: sumergirse en el trabajo para no pensar en las palabras que Jonathan no había dicho, en el silencio que se había quedado flotando entre ellos desde aquella noche.
Había decidido que podía esperar. O al menos, quería convencerse de ello.
Pero la calma de la rutina se quebró de golpe cuando las puertas de cristal se abrieron con un estruendo seco, como si la propia mañana hubiera decidido interrumpirse. Isabella alzó la vista, con el corazón sobresaltado.
Allí estaba. Claire.
Su presencia se sentía como un golpe de aire frío en medio de un lugar cerrado. Llevaba un abrigo gris ajustado que resaltaba la elegancia natural de su figura, y unos tacones que resonaban con fuerza en el suelo. Su cabello oscuro caía en ondas perfectamente cuidadas, y sus labios pintados de rojo parecían dibujar una sonrisa contenida, una sonrisa peligrosa.
Claire no dudó ni un segundo en dirigir su andar firme hacia el escritorio de Isabella. No se detuvo a saludar, no intercambió miradas con nadie más; parecía que todo el piso se reducía a un solo punto: ella.
—¿Tú eres Isabella? —preguntó con voz firme, clara, lo suficientemente alta para que varios empleados levantaran la cabeza con disimulo.
Isabella tragó saliva. Podía sentir cómo las miradas se posaban sobre ambas, cómo la tensión se extendía por la oficina como una corriente invisible.
—Sí, soy yo —respondió, intentando que su voz sonara tranquila—. ¿En qué puedo ayudarte?
Claire dejó escapar una risa suave, apenas un soplo de burla.
—Ayudarme… no. Solo quería conocer a la mujer que logró lo que yo no pude: tener la atención de Jonathan.
El comentario cayó como un cuchillo. Isabella sostuvo su mirada, aunque el corazón le latía desbocado.
—Creo que este no es el lugar adecuado para hablar de eso —contestó, midiendo cada palabra.
—Oh, tranquila —replicó Claire, apoyando ambas manos sobre el escritorio de Isabella, inclinándose hacia ella con un gesto de clara provocación—. No pienso armar un escándalo… todavía.
Un murmullo se alzó entre los empleados, fingiendo concentrarse en sus pantallas, pero con los ojos clavados en la escena. Isabella sintió un rubor subirle al rostro, una mezcla de vergüenza y rabia.
Claire bajó un poco la voz, pero la mantuvo lo suficientemente clara para que se oyera alrededor.
—Solo quería advertirte: Jonathan no es el hombre que crees. Tiene secretos… secretos que pueden destruirlo todo.
Las palabras se le clavaron a Isabella como espinas. Su primera reacción fue defenderlo, proteger lo que tenían, pero ¿y si era verdad?
—Eso es asunto mío y de él, no tuyo —respondió, obligándose a mantener la calma.
Claire arqueó una ceja.
—Valiente. Me gusta tu carácter. Pero confía en mí: tarde o temprano, descubrirás que Jonathan es experto en cerrar puertas y dejar a la gente atrás. Y cuando lo haga contigo… —sonrió con crueldad— dolerá mucho más de lo que imaginas.
Isabella sintió que el aire se volvía pesado, casi irrespirable. Quiso contestar, pero su garganta estaba seca. Su silencio parecía confirmar algo que ni siquiera quería aceptar.
De pronto, la puerta de la oficina de Jonathan se abrió. Su figura apareció con un expediente en la mano. La expresión de su rostro cambió de inmediato al ver la escena: sus cejas se fruncieron, la mandíbula se tensó.
—Claire —dijo con voz grave, dejando caer el expediente sobre una mesa cercana. Su caminar fue rápido, decidido, hasta interponerse entre ambas—. Esto es inaceptable.
El ambiente entero pareció contener la respiración. Algunos empleados apartaron la mirada, como si de pronto recordaran que estaban demasiado involucrados en algo que no les correspondía.
Claire enderezó la espalda, cruzando los brazos con un gesto de falsa calma.
—Jonathan, cariño… yo solo vine a saludar a tu secretaria. A darle un consejo.
—No eres bienvenida aquí —replicó él, su tono bajo pero cargado de furia contenida—. Y lo sabes.
—¿De verdad? —Claire ladeó la cabeza, como si disfrutara del momento—. Porque, por lo que veo, todavía tienes mucho que ocultarle. ¿O ya le contaste la verdad?
Jonathan palideció apenas un instante, un gesto que no pasó desapercibido para Isabella. Fue rápido, pero lo suficiente para hacerle entender que algo había detrás de esas palabras. Algo real.
Isabella lo miró de reojo. La pregunta ardía en su interior: ¿qué le estaba ocultando?
Claire sonrió satisfecha al notar el silencio que se alargaba. Dio un paso hacia atrás, con la seguridad de haber ganado esa primera batalla.
—No te preocupes, Jonathan. No diré nada más… por ahora. Ya sabes que me gusta dejar que las verdades exploten por sí solas.
Con esa última frase, giró sobre sus tacones y salió de la oficina, dejando tras de sí un eco incómodo y un rastro de murmullos que tardarían en apagarse.
El silencio que quedó fue más denso que las palabras. Jonathan respiraba agitado, sus ojos clavados en la puerta por donde Claire había desaparecido.
Isabella bajó la vista a sus manos: temblaban levemente sobre el teclado. Tragó saliva, intentando ordenar lo que sentía: confusión, rabia, miedo. Y sobre todo, la certeza de que había algo que no sabía.
Jonathan se inclinó hacia ella, su voz apenas un susurro.
—Lo siento… no debiste pasar por esto.
Ella alzó la mirada, sus ojos brillaban con un reproche silencioso.
—Entonces dime, Jonathan… ¿qué es lo que me ocultas?
Él abrió la boca para responder, pero la cerró de inmediato. El silencio que lo envolvió fue la respuesta más cruel que Isabella pudo recibir.
Jonathan
Ver a Claire allí, frente a Isabella, fue como recibir un golpe inesperado. Había pasado noches enteras planeando cómo proteger a Isabella de ese encuentro, de las palabras venenosas de su ex, de la sombra de un pasado que todavía lo perseguía.