Entre el deber y el deseo

23. La verdad

Isabella

El silencio entre ellos se volvió insoportable. Isabella lo observaba con los labios entreabiertos, esperando, deseando que Jonathan rompiera esa barrera que tantas veces lo había protegido.

—Jonathan… —repitió, esta vez con un tono más bajo, casi implorante—. Dime la verdad.

Él desvió la mirada, como si le costara sostenerla. Pasó una mano por su cabello, respiró hondo y, finalmente, la tomó suavemente del brazo.

—Ven conmigo. No aquí, no frente a todos.

La condujo hasta su oficina y cerró la puerta tras ellos. El sonido seco del pestillo resonó como un eco final: ya no había escapatoria.

Jonathan caminó de un lado a otro, luchando contra sus propias palabras. Isabella lo siguió con la mirada, sin apartarse de su asiento, sintiendo que la tensión la desgarraba por dentro.

Al fin, él se detuvo frente a ella. Sus ojos se clavaron en los suyos, cargados de un peso que la hizo contener la respiración.

—Claire… —empezó con voz áspera— no apareció aquí por casualidad. Y lo que dijo… no era del todo mentira.

El corazón de Isabella se aceleró.
—¿A qué te refieres?

Jonathan tragó saliva, como si las palabras fueran cuchillas en su lengua.
—Claire y yo… no solo fuimos pareja. Estuvimos comprometidos.

El aire se escapó de los pulmones de Isabella de golpe. El peso de esa revelación la aplastó.
—¿Comprometidos? —repitió, incrédula.

Él asintió, bajando la mirada.
—Hace tres años. Era otra etapa de mi vida… una etapa que me persigue aún ahora. Claire era todo lo que yo pensaba que necesitaba: seguridad, prestigio, una imagen impecable frente a la empresa y frente a mi familia. Pero nunca hubo amor verdadero.

Se acercó al escritorio y apoyó ambas manos, inclinándose hacia ella con una sinceridad que lo hacía vulnerable.
—Terminé la relación. Lo hice porque descubrí lo que era vivir con alguien que usaba mis secretos como armas. Claire siempre supo cómo manipularme, cómo retenerme. Me juré que nunca más dejaría que me controlara.

Isabella lo escuchaba en silencio, sintiendo un torbellino en su pecho: sorpresa, rabia, pero también compasión.

—Entonces… ¿qué es lo que me ocultas ahora? —preguntó, con un nudo en la garganta.

Jonathan cerró los ojos un instante, como reuniendo fuerzas.
—Lo que Claire insinuó tiene que ver con mi familia. Con la empresa. Hubo… decisiones que tomé para proteger a los míos, y que ella siempre supo usar en mi contra. Si alguien supiera los detalles, podría arruinar no solo mi carrera, sino también la estabilidad de todos los que dependen de mí.

Isabella apretó las manos sobre su regazo.
—¿Qué tipo de decisiones?

Él dudó. Y por primera vez, la vio con los ojos vidriosos, como si dejar caer la verdad lo desarmara por completo.
—Acepté acuerdos ilegales. Cuando mi padre enfermó, la empresa estaba al borde de la quiebra. Yo era joven, impulsivo… desesperado. Firmé contratos con personas que no debía, personas que Claire conocía demasiado bien. Y aunque logré limpiar casi todo, aún hay rastros.

El corazón de Isabella se detuvo un instante. Todo cobraba sentido: las sombras en su mirada, el miedo a hablar, la presión de su apellido.

—Claire me ayudó a encubrirlo en su momento —continuó, con voz rota—, pero luego convirtió ese secreto en su cadena. Me juró que, si la dejaba, lo contaría todo.

Isabella lo miró, sintiendo cómo la verdad pesaba en su pecho. Entendía ahora por qué había callado, por qué había guardado silencio tantas veces. Y sin embargo, su confianza estaba herida.

—¿Y por qué me lo dices ahora? —preguntó con un hilo de voz.

Jonathan se inclinó hacia ella, sus manos temblorosas tomando las suyas.
—Porque ya no quiero seguir escondiéndome de ti. No quiero que Claire tenga más poder sobre mí, ni sobre nosotros. Si vas a odiarme, si vas a alejarte, quiero que sea sabiendo quién soy realmente, con todas mis sombras.

Las lágrimas se acumularon en los ojos de Isabella. No era solo rabia, no era solo dolor: era también ternura por la vulnerabilidad que él mostraba por primera vez.

Lo miró fijamente, con el corazón latiendo a mil por hora.
—No sé si puedo procesar todo esto… —susurró.

Jonathan asintió, bajando la cabeza.
—Lo sé. Solo… necesitaba que lo supieras.

El silencio cayó sobre ambos. Un silencio distinto, cargado de verdad, de miedo, pero también de una conexión que no se rompía a pesar de todo.

Y entonces, justo cuando Isabella iba a responder, un golpe seco en la puerta interrumpió el momento.

Jonathan alzó la vista, sorprendido. Isabella se giró hacia la entrada.
La puerta se abrió sin esperar respuesta.

Un hombre de traje oscuro, alto y de mirada implacable, entró sin anunciarse.
—Jonathan —dijo con voz firme, sin apenas mirar a Isabella—. Tenemos que hablar. Ahora.

El corazón de Isabella dio un vuelco. No sabía quién era, pero por la tensión en el rostro de Jonathan comprendió algo de inmediato: ese hombre traía consigo un nuevo peligro



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En el texto hay: jefe, secretaria, amor dificil

Editado: 25.08.2025

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