Isabella
La noche había caído sobre Seattle, y con ella un frío húmedo que se filtraba por las ventanas de su apartamento. Isabella estaba sentada en el sillón, envuelta en una manta ligera, con la mirada perdida en las luces lejanas de la ciudad. La taza de té frente a ella se había enfriado por completo; ni siquiera recordaba haberla preparado.
Las palabras de su tío y las súplicas de Jonathan resonaban sin cesar en su mente.
“No fue por maldad. Fue por necesidad.”
“Ella merece escuchar la verdad.”
¿A quién debía creerle? Su corazón se inclinaba hacia Jonathan, pero la sombra de la duda se expandía como un veneno. ¿Qué era lo que tanto ocultaba? ¿Y por qué parecía tan decidido a mantenerla al margen hasta que alguien más lo obligaba a hablar?
El sonido de golpes suaves en la puerta la hizo sobresaltarse. Su cuerpo se tensó de inmediato. Se levantó despacio, como si temiera que al abrir la puerta su mundo se terminara de derrumbar.
—¿Quién es? —preguntó, con la voz más firme de lo que realmente sentía.
—Soy yo… Jonathan.
El aire se le quedó atorado en los pulmones. Una parte de ella quiso abrirle de inmediato, correr a sus brazos y dejar que todo ese dolor desapareciera en el calor de su abrazo. Pero otra parte, la que había sido herida tantas veces por su silencio, la obligó a quedarse quieta unos segundos más.
Finalmente, abrió la puerta. Jonathan estaba allí, con la misma ropa de la oficina, el saco colgado en un brazo y el cabello algo desordenado. Parecía cansado, pero en sus ojos había una intensidad que la estremeció.
—Isabella —susurró, como si decir su nombre fuera un alivio después de horas de espera.
Ella no respondió de inmediato. Se hizo a un lado, dándole paso. Jonathan entró, y la atmósfera del apartamento se volvió más pesada.
El silencio fue insoportable. Isabella cruzó los brazos, buscando un escudo invisible.
—¿Qué quieres, Jonathan?
Él la miró como si la pregunta lo hubiera golpeado.
—Quiero… arreglar esto. No puedo perderte, Isabella. No así.
Ella soltó una risa amarga.
—¿Arreglarlo? ¿Con más excusas? Porque de eso estoy harta.
Jonathan avanzó un paso.
—No. Esta vez no habrá excusas. Te lo prometí. Te voy a decir la verdad.
El corazón de Isabella dio un vuelco, pero no mostró nada en su rostro.
—Entonces habla.
Jonathan
Respiró hondo. El aire parecía quemar en sus pulmones. Había imaginado mil veces este momento, y en todas ellas lo había postergado. Por miedo, por egoísmo, por creer que protegerla era más importante que ser honesto. Pero ya no había marcha atrás.
—Isabella… —empezó, y su voz tembló—. Todo lo que sabes de mí es cierto, pero no es todo. Yo… no llegué a donde estoy solo por mérito. Tu tío Álvaro tuvo que ver en ello.
Ella frunció el ceño.
—¿Mi tío?
Jonathan asintió, la mirada fija en ella, rogando que entendiera.
—Hace años, cuando apenas estaba construyendo mi empresa, me encontraba en una situación límite. No tenía inversionistas, no tenía aliados. Y Álvaro apareció… ofreciéndome un trato.
Isabella sintió un frío en el estómago.
—¿Qué clase de trato?
Jonathan bajó la mirada. Sus manos se tensaron.
—Uno que me dio poder, pero que me ató a él. Dinero… conexiones. Pero todo con condiciones. Condiciones que me obligaron a callar cosas, a hacer favores que no quería hacer, a mirar hacia otro lado cuando sabía que algo no estaba bien.
La respiración de Isabella se aceleró.
—¿Quieres decir que… trabajaste con él? ¿Con mi tío?
—Sí —admitió, cerrando los ojos por un segundo—. Trabajé con él, y durante mucho tiempo me odié por eso. Pero si no lo hacía, todo se derrumbaba. Y no era solo mi futuro lo que estaba en juego, Isabella. Había personas que dependían de mí.
Ella lo miró con incredulidad.
—¿Y yo qué? ¿Qué lugar ocupaba yo en todo esto?
Jonathan dio un paso más, con los ojos brillando de desesperación.
—Tú… tú llegaste después. Tú no tenías que cargar con ese pasado. Por eso nunca te lo dije. Porque lo último que quería era manchar lo que tenemos con la suciedad de lo que fui.
Isabella retrocedió un paso.
—Pero me mentiste. Una y otra vez. ¿Entiendes lo que eso significa?
El silencio cayó como un muro. Jonathan lo sintió en la piel, como una herida abierta.
—Lo sé. Y no hay nada que pueda decir para borrarlo. Pero si me dejas, si me das una sola oportunidad, te demostraré que ya no soy ese hombre.
Isabella
Las lágrimas amenazaban con escapar de sus ojos, pero se negó a dejarlas caer. No frente a él. No después de todo.
—Jonathan… —su voz se quebró—. No sé si puedo creerte.
Él se acercó aún más, hasta quedar frente a ella, tan cerca que podía sentir el calor de su cuerpo. Su voz bajó a un susurro, lleno de vulnerabilidad.
—No te pido que me creas ahora. Solo que no me dejes sin intentar mostrarte quién soy de verdad.
El corazón de Isabella latía con violencia. Parte de ella quería abrazarlo, besarlo y olvidar todo. Pero otra parte le gritaba que ese hombre había sido capaz de tejer una red de mentiras para protegerse.
Sus miradas se encontraron, y en ese instante hubo un silencio denso, cargado de amor, rabia y deseo.
Finalmente, Isabella se giró hacia la ventana, alejándose unos pasos.
—Necesito tiempo.
Las palabras lo atravesaron como un cuchillo, pero él asintió.
—Tómalo. Pero no pienses que voy a rendirme.
Jonathan salió del apartamento lentamente, dejando tras de sí un vacío insoportable. Isabella, al quedarse sola, finalmente permitió que las lágrimas corrieran libremente.
En algun lugar de la ciudad
Álvaro observaba desde su auto estacionado en la calle. Había seguido a Jonathan hasta el apartamento. Al verlo salir, sonrió con satisfacción.