Jonathan
La noche anterior había sido un infierno. Salir del apartamento de Isabella con la sensación de haber perdido todo lo que más amaba le dejó una herida en el pecho que ardía más que cualquier derrota empresarial. Por primera vez en años, Jonathan había tenido miedo verdadero: no a perder dinero, no a ver su nombre manchado, sino a que Isabella le cerrara su corazón para siempre.
Durmió poco, apenas un par de horas sobre el sofá de su oficina, con los papeles desordenados y las luces aún encendidas. Cuando el sol asomó entre los rascacielos, tomó una decisión. Si quería recuperar a Isabella, no bastaba con palabras. Ella había escuchado demasiado, había sido herida por sus silencios y por las medias verdades. Tenía que mostrarle que estaba dispuesto a abrirse, a entregarse sin reservas, aunque eso significara arriesgarlo todo.
Tomó el teléfono y marcó un número que había evitado por años.
—Necesito un favor —dijo en cuanto escuchó la voz al otro lado—. Algo personal, no de negocios.
Su interlocutor dudó, pero Jonathan fue firme. Aquella llamada fue el inicio de un plan que tomaría todo el día y que pondría a prueba hasta dónde estaba dispuesto a llegar.
Isabella
El amanecer no trajo calma. Isabella despertó con los ojos hinchados por el llanto y un vacío que le recordaba cada segundo la confesión de Jonathan. “Trabajé con tu tío.” Esas palabras se repetían como un eco cruel.
Trató de concentrarse en las clases de la universidad, pero apenas escuchaba a sus profesores. Su libreta permaneció en blanco mientras su mente se debatía entre la rabia y el anhelo. Una parte de ella deseaba creerle, abrazar la idea de que Jonathan realmente había cambiado. Pero la otra, la que llevaba la voz más fuerte, se negaba a olvidar el engaño.
Al salir de la facultad, encontró un sobre en su casillero. No tenía remitente, solo su nombre escrito con una letra que reconocería en cualquier lugar. Su corazón se aceleró. Dudó un momento, pero terminó abriéndolo.
Dentro había una nota breve:
"Hoy, a las siete, en el lugar donde empezó todo."
No había más explicación. Isabella supo de inmediato a qué se refería. El café pequeño en el centro, aquel en el que se habían conocido cuando ella derramó café sobre su camisa y él, en lugar de enojarse, había sonreído con esa mezcla de paciencia y encanto que la desarmó desde el primer momento.
Guardó la nota con manos temblorosas. No sabía si debía ir. No sabía si era correcto seguir dándole oportunidades. Pero su corazón, testarudo, latía con fuerza solo de imaginarlo.
Jonathan
A las seis y media ya estaba en el café, transformado por completo. Había cerrado el lugar solo para esa noche, con permiso especial del dueño, y lo había decorado con un cuidado que no era común en él. Flores frescas en cada mesa, velas encendidas que llenaban el espacio de un brillo suave, y en la pared principal, una pantalla proyectaba fotografías que había guardado en secreto: momentos espontáneos de Isabella que él había capturado con su celular a lo largo de los meses.
Isabella riendo en el parque. Isabella concentrada en un libro. Isabella mirando por la ventana de su apartamento con la luz de la tarde bañando su rostro. Cada imagen era un testimonio silencioso de cuánto significaba para él.
Cuando el reloj marcó las siete, Jonathan se levantó de la mesa que había preparado en el centro, su corazón latiendo como si fuera un muchacho nervioso y no un hombre acostumbrado al control absoluto.
La puerta se abrió, y allí estaba ella. Isabella entró con pasos cautelosos, su expresión mezclando sorpresa y desconfianza.
—Jonathan… ¿qué es esto?
Él sonrió con un nerviosismo sincero, algo raro en él.
—Es… mi manera de mostrarte que estoy dispuesto a dejar de esconderme. Este lugar fue donde te conocí, y aquí quiero comenzar de nuevo.
Isabella
Sus ojos recorrieron la sala y se llenaron de emociones contradictorias. El café vacío, iluminado solo por velas, con cada rincón preparado para ella… Y esas fotografías en la pantalla, imágenes que ella no sabía que él había guardado.
—No sabía que… —su voz se quebró—. No sabía que me mirabas de esa forma.
Jonathan se acercó despacio, temeroso de que ella retrocediera.
—Siempre te miré así, Isabella. Desde el primer día. Y todo este tiempo, aunque he cometido errores, aunque he callado demasiado… nada de eso cambia lo que siento por ti.
Ella apretó los labios, luchando contra las lágrimas.
—No basta con sentimientos, Jonathan. Me mentiste. Me hiciste dudar de todo lo que construimos.
Él asintió, con los ojos fijos en los de ella.
—Lo sé. Y no pretendo que un gesto lo borre. Pero necesitaba que vieras que eres la parte más real de mi vida. No los negocios, no el dinero, no las apariencias. Tú.
Jonathan tomó una caja pequeña de la mesa. La abrió con manos firmes y dejó ver dentro un colgante de plata, sencillo pero elegante.
—Esto no es una promesa vacía. Es un recordatorio. De que quiero estar limpio contigo. Sin máscaras.
Isabella miró el colgante, pero no lo tomó. Su corazón estaba hecho un torbellino.
—Jonathan… no puedo simplemente olvidar.
Él dio un paso más y bajó la voz, con un tono cargado de súplica.
—No te pido que olvides. Solo que me dejes luchar por ti, que me dejes demostrarte que puedo ser el hombre que mereces.
Jonathan
El silencio de Isabella lo estaba matando. Cada segundo que pasaba sin escuchar una respuesta era un golpe directo a su esperanza. Pero no se movió, no la presionó. Sabía que había cruzado un punto en el que no podía imponer nada.
Finalmente, Isabella respiró hondo y lo miró directo a los ojos.
—Esto… me conmueve, Jonathan. No puedo negarlo. Pero todavía tengo miedo.
Él sonrió, con lágrimas acumulándose en sus ojos.
—Entonces déjame ser yo quien enfrente esos miedos contigo. No como un hombre perfecto, sino como alguien que está dispuesto a caer y levantarse las veces que sea necesario.