Entre el deber y el deseo

29. Fuego cruzado

La puerta se cerró con un golpe seco detrás de Ethan, y por un instante, el silencio se volvió insoportable. Jonathan lo observaba, midiendo cada gesto, cada línea en su rostro. El tiempo no había borrado nada: la arrogancia, la sonrisa venenosa, esa aura de alguien que siempre está un paso adelante.

—Pensé que estabas acabado —dijo Jonathan con voz firme, ocultando la tensión en su interior.

Ethan rió suavemente, como si la idea misma le resultara absurda.

—Oh, créeme, lo estuve. Por tu culpa pasé años hundido en el olvido, Jonathan. Años en los que todos me dieron la espalda. Pero, ¿sabes qué pasa con alguien como yo? Que nunca desaparece del todo. Solo espera.

Jonathan apretó los puños, recordando con claridad los titulares, los juicios mediáticos, la traición. Ethan había jugado con todo lo que construyeron juntos, y cuando lo descubrieron, intentó arrastrar a todos con él.

—No fuiste víctima, Ethan. Tú elegiste destruirlo todo.

—¿Destruirlo? —replicó él, su tono transformándose en un rugido contenido—. Yo lo levanté contigo, Jonathan. ¿Y cómo me pagaste? Me señalaste frente al mundo como si fuera un delincuente cualquiera. Como si tú no hubieras compartido conmigo cada decisión.

Jonathan lo fulminó con la mirada.

—La diferencia es que yo asumí mis errores. Tú intentaste enterrarnos a todos para salvar tu pellejo.

Un destello oscuro cruzó los ojos de Ethan. Dio un paso hacia adelante, rompiendo la distancia entre ambos.

—¿Y dime? —murmuró, su voz cargada de veneno—. ¿Asumirías este nuevo error? Porque puedo asegurarte que el mundo no va a perdonar tan fácilmente si se entera de… ciertas cosas.

Jonathan lo entendió al instante. Isabella.

Pero se obligó a mantener la compostura. No iba a darle el gusto de verlo temblar.

—Déjala fuera de esto —dijo con firmeza.

—Oh, no, no, no… —Ethan chasqueó la lengua—. No pienso dejar fuera nada. Tú me quitaste todo, Jonathan. Es justo que yo te arrebate lo que más te importa.

Hubo un largo silencio. El aire entre ellos parecía crujir. Jonathan respiró hondo, y por primera vez en años, sintió la furia encenderse en sus venas.

—Escúchame bien, Ethan —dijo, con un tono bajo pero letal—. No me importa lo que intentes, no me importa cuántos juegos sucios planees. No vas a tocar a Isabella. Ni a la empresa. Ni a nadie que esté bajo mi protección.

Ethan sonrió de lado, inclinando la cabeza como si disfrutara cada palabra.

—Esa seguridad tuya siempre fue lo que más odié de ti, Jonathan. Ese aire de salvador. Pero te voy a dar una noticia: nadie es intocable. Ni tú, ni ella.

Jonathan dio un paso al frente, quedando apenas a centímetros de él. Sus ojos se encontraron en un duelo silencioso que parecía romper la habitación en dos.

—Si vuelves a acercarte —dijo Jonathan con la voz cargada de hielo—, no solo te detendré… te destruiré.

Ethan sostuvo su mirada, y por un instante pareció medir si Jonathan hablaba en serio. Luego, con una sonrisa lenta, retrocedió hacia la puerta.

—Eso quiero verlo.

Y sin más, salió, dejando tras de sí una tensión tan densa que Jonathan sintió que apenas podía respirar. Sabía que esa no era una amenaza vacía. Era una declaración de guerra.



#1770 en Novela romántica
#665 en Chick lit

En el texto hay: jefe, secretaria, amor dificil

Editado: 31.08.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.