Seattle despertaba envuelto en la neblina fría de la mañana, mientras Jonathan llegaba temprano a la oficina. El ambiente parecía tranquilo, pero en su interior había una tensión que no lograba disipar. Sabía que Ethan estaba detrás de los rumores, y esa certeza lo mantenía alerta.
Lo que no sabía era que la verdadera tormenta apenas comenzaba.
El golpe invisible
A media mañana, el departamento financiero entró a la oficina con rostros desencajados. La directora, una mujer meticulosa que rara vez perdía la compostura, se aclaró la garganta antes de hablar:
—Señor Crawford… recibimos notificación de que uno de nuestros socios europeos decidió congelar las negociaciones del contrato de distribución. Alegan que… “no pueden comprometerse hasta tener claridad sobre la estabilidad de la empresa”.
Jonathan se quedó en silencio unos segundos. Ese contrato representaba millones y era la puerta de entrada a un mercado que habían perseguido durante años.
—¿Quién les dijo que no había estabilidad? —preguntó, aunque en el fondo ya conocía la respuesta.
La directora dudó, luego respondió:
—El comunicado no lo aclara. Pero hay indicios de que recibieron información “no oficial” de alguien cercano.
Jonathan se levantó, caminó por la oficina con pasos firmes y se apoyó en el escritorio.
—Esto no es coincidencia. Ethan está detrás.
El golpe había comenzado.
La telaraña de Ethan
Mientras tanto, Ethan observaba el caos desde su propio escondite. Había invertido tiempo en construir una red de informantes dentro de la empresa de Jonathan: empleados inconformes, un par de asesores financieros que creían que estaban trabajando con un “consultor externo”.
No necesitaba que nadie supiera su nombre. Solo bastaba sembrar las dudas correctas en las personas adecuadas.
Había logrado filtrar correos sobre retrasos internos, exagerando cifras y presentándolos a competidores y socios como “fallas graves de gestión”. También había manipulado un informe preliminar sobre el rendimiento anual de la compañía, haciéndolo parecer más débil de lo que realmente era.
Ethan sonrió con calma, sosteniendo una copa de whisky mientras veía cómo las piezas del tablero se movían exactamente como lo había planeado.
La presión aumenta
En la sede de la empresa, la situación escalaba rápidamente. Jonathan convocó a los jefes de área a una reunión de emergencia.
—Estamos en medio de un ataque —dijo con voz grave—. Quiero a todo el personal revisando contratos, aclarando dudas y reforzando la comunicación con nuestros socios. No vamos a perder terreno.
Un murmullo recorrió la mesa. Algunos asentían con convicción, otros evitaban mirarlo directamente. Jonathan sabía leer el lenguaje corporal: la desconfianza ya estaba sembrada.
Esa tarde, recibió otra llamada, esta vez de un importante inversionista asiático.
—Jonathan, he recibido información de que tu empresa está bajo investigación regulatoria. Si esto es cierto, no podemos continuar.
Jonathan apretó el puño con fuerza. No había tal investigación. Pero en el mundo de los negocios, la percepción era tan letal como la realidad.
El dilema
Esa noche, solo en su oficina iluminada por la ciudad, Jonathan revisaba cada detalle de los contratos. Se sentía como si estuviera apagando incendios por todas partes. El peso de la empresa recaía sobre sus hombros, y lo único que mantenía su mente en equilibrio era la imagen de Isabella.
Pensó en llamarla, pero se contuvo. No quería arrastrarla a la tormenta que estaba por venir.
Lo que ignoraba era que Ethan ya tenía listo su próximo movimiento: si la estrategia empresarial no derribaba a Jonathan, lo haría en el terreno personal. La filtración sobre su relación con Isabella ya estaba escrita, esperando el momento exacto para estallar en los titulares.
Jonathan miró por el ventanal, con la lluvia golpeando suavemente el cristal, y juró en silencio:
—No voy a dejar que me lo quites todo otra vez, Ethan. No esta vez.