Entre el deber y el deseo

33. Resistir juntos

La mañana siguiente al escándalo amaneció más gris que de costumbre. El cielo estaba cubierto, y una ligera llovizna golpeaba los ventanales del piso treinta de Crawford Enterprises. En el silencio del despacho, Jonathan repasaba una y otra vez los titulares que habían invadido todos los periódicos digitales:

“El CEO y su secretaria: un romance que pone en jaque la reputación de la compañía”
“¿Amor en las oficinas de poder? Las pruebas contra Crawford”

El zumbido del celular sobre el escritorio interrumpió sus pensamientos. Eran llamadas de inversionistas, correos de clientes preocupados y notificaciones interminables de periodistas solicitando declaraciones. Jonathan, por primera vez en mucho tiempo, sintió que el poder que siempre había ejercido con firmeza se le escapaba de las manos.

La puerta se abrió suavemente. Isabella entró con pasos contenidos, sosteniendo una carpeta contra su pecho. Tenía ojeras marcadas; no había dormido bien, acosada por los mismos rumores que lo habían destrozado a él.

—Jonathan… —su voz tembló apenas—. Tenemos que hacer algo.

Él levantó la vista y la observó con intensidad. La mezcla de vulnerabilidad y valentía en ella le removió algo en el pecho.

—Lo sé —respondió con un tono bajo, cansado—. Y no voy a permitir que sigan arrastrando tu nombre.

Dejó el celular a un lado y se levantó. Caminó hacia ella y, por un segundo, olvidó los muros invisibles que siempre se habían impuesto. Se detuvo a un paso, lo suficiente para que Isabella sintiera el calor de su cercanía.

—Van a destruirnos, Jonathan —susurró ella, bajando la mirada.

Él alzó su barbilla suavemente con un dedo, obligándola a mirarlo a los ojos.
—No si peleamos juntos.

El plan

Ese mismo día, Jonathan convocó a una reunión de emergencia con el equipo de relaciones públicas y los abogados de la empresa. Isabella permaneció a su lado, tomando notas, pero también observando la sala llena de rostros tensos. Sabía que todos la miraban con desconfianza.

Uno de los directores habló con tono serio:
—Necesitamos una declaración oficial. Si no controlamos la narrativa, este escándalo seguirá creciendo.

—¿Y qué propone? ¿Que yo salga a negar lo innegable? —replicó Jonathan con un dejo de ironía.

Hubo un silencio incómodo. Nadie se atrevía a dar la sugerencia en voz alta: que reconociera públicamente su relación con Isabella.

Él miró de reojo a su secretaria. Isabella, aunque nerviosa, le devolvió la mirada con un gesto sutil de asentimiento. Era hora de dejar de esconderse.

La conferencia de prensa

Al día siguiente, en el lobby principal de Crawford Enterprises, se congregó una multitud de periodistas. Cámaras, micrófonos, flashes que no daban respiro. La expectativa era total: ¿qué diría Jonathan Crawford, el intocable CEO, sobre el rumor que sacudía la ciudad?

Jonathan apareció con un traje impecable, acompañado de Isabella, que vestía sobria, con un traje de chaqueta gris. Su presencia junto a él generó un murmullo inmediato.

Se colocaron frente al atril. Jonathan respiró hondo, se inclinó hacia el micrófono y habló con voz firme:

—He decidido no ocultar más la verdad. Durante los últimos meses, Isabella Rossi ha sido mi asistente, pero también alguien mucho más importante en mi vida.

El murmullo se transformó en un estruendo de preguntas y flashes. Isabella sintió que sus piernas temblaban, pero Jonathan le tomó la mano, a la vista de todos. Ese gesto sencillo fue más poderoso que cualquier discurso.

—Sé que este anuncio generará especulaciones y dudas —continuó él—, pero quiero dejar claro que mi relación con Isabella no interfiere con mi liderazgo ni con las decisiones empresariales. Cualquier intento de hacer creer lo contrario no es más que una campaña de desprestigio.

El después

Cuando terminaron, los periodistas continuaban lanzando preguntas como proyectiles. Algunos exigían pruebas, otros hablaban de favoritismo, de ética. Pero Jonathan e Isabella se marcharon juntos, sin soltarse de la mano.

De regreso en el ascensor privado, Isabella dejó escapar un suspiro tembloroso.

—Ahora todo el mundo sabe… —murmuró.

Jonathan la miró con seriedad, pero también con una chispa de ternura.
—Déjalos hablar. Lo único que importa es que, pase lo que pase, no pienso dejarte sola en esto.

Ella cerró los ojos un instante, tratando de contener la avalancha de emociones. A pesar del miedo y la incertidumbre, algo dentro de ella se sintió liberado. Por primera vez, no eran un secreto.

Lo que ninguno de los dos sospechaba era que, mientras ellos luchaban contra el escándalo de frente, Ethan ya planeaba su siguiente jugada: algo mucho más personal y devastador.



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En el texto hay: jefe, secretaria, amor dificil

Editado: 07.09.2025

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