El eco de la conferencia de prensa todavía retumbaba en los medios. Algunos periódicos elogiaban la valentía de Jonathan por enfrentar los rumores de frente; otros, en cambio, hablaban de imprudencia, de debilidad, de un “golpe letal” para la imagen corporativa.
En las oficinas, el ambiente estaba enrarecido. Las miradas hacia Isabella eran cada vez más incómodas: curiosas unas, llenas de crítica otras. Ella lo soportaba en silencio, consciente de que cada paso que daba ahora estaba bajo la lupa.
Jonathan, en cambio, mantenía una fachada de acero. Sus órdenes eran precisas, su tono firme, como si nada pudiera derrumbarlo. Pero en el fondo sabía que la conferencia solo había sido la primera batalla de una guerra que recién empezaba.
El primer golpe
Dos días después, la noticia explotó.
En la portada de un influyente medio financiero apareció un titular demoledor:
“Documentos filtrados exponen irregularidades en contratos de Crawford Enterprises”
El artículo iba acompañado de copias de supuestos informes internos, correos electrónicos y acuerdos confidenciales. Todo indicaba que había alguien con acceso directo dentro de la compañía que estaba entregando información a la prensa.
En la sala de juntas, el ambiente era sofocante. Los directivos hablaban todos al mismo tiempo, la tensión era insoportable. Jonathan golpeó la mesa con el puño, imponiendo silencio.
—Esto no es una casualidad. Alguien desde dentro está alimentando a los buitres —declaró con rabia contenida—. Y no pararé hasta descubrir quién es.
Isabella, sentada a su lado, no apartaba la vista de los documentos sobre la mesa. Reconocía esos archivos: ella misma los había clasificado semanas atrás. La traición estaba demasiado cerca.
La sospecha
Los rumores comenzaron a crecer también dentro de la empresa. Algunos empleados, quizás motivados por miedo o envidia, murmuraban que Isabella podía ser la filtradora. “Ella tiene acceso directo a todo lo que maneja Jonathan”, susurraban en los pasillos.
Una tarde, al salir de la oficina, Isabella escuchó claramente un comentario venenoso:
—Seguro ella está aprovechando la relación para sacar provecho.
El corazón le dio un vuelco. Por un momento, pensó en enfrentarse, en gritar su inocencia, pero sabía que eso solo empeoraría las cosas. Con la mirada fija al frente, siguió caminando, tragándose el dolor.
Cuando Jonathan se enteró de esos rumores internos, sintió una furia que apenas pudo controlar.
—¡Nadie toca a Isabella! —rugió frente a los directivos—. Si alguien aquí cree en esa mentira, puede marcharse ahora mismo.
Pero aunque sus palabras eran firmes, la sombra de la duda seguía extendiéndose.
La grieta
Esa noche, en el apartamento de Jonathan, Isabella lo enfrentó con voz temblorosa.
—Dime la verdad… ¿en algún momento dudaste de mí?
Jonathan la miró sorprendido, como si la pregunta fuera absurda.
—¿Cómo puedes pensar eso? —respondió—. Confío en ti más que en cualquiera aquí.
Ella bajó la mirada, insegura.
—Es que… todo apunta hacia mí. Yo manejo tus documentos, tengo acceso a tus correos… ¿y si creen que realmente fui yo?
Jonathan se acercó, tomó sus manos y la obligó a mirarlo.
—Isabella, te lo juro: mientras yo esté aquí, nadie se atreverá a acusarte. Encontraremos al verdadero traidor.
Ella asintió, pero no pudo evitar que la duda se quedara instalada en el fondo de su corazón.
Una pista
Días después, uno de los ingenieros del área tecnológica llegó con una prueba. Había detectado un acceso sospechoso al servidor desde una cuenta interna. El nombre del usuario heló la sangre de Jonathan: Marcus Levine, un antiguo amigo de la familia y actual miembro del consejo directivo.
Jonathan lo conocía desde hacía años. Marcus había sido casi un mentor en sus inicios, alguien que lo había apoyado en momentos clave. La traición dolía más porque venía de alguien en quien había confiado.
Isabella vio cómo la mandíbula de Jonathan se tensaba, sus ojos oscuros llenos de rabia.
—Así que era él… —murmuró—. Pensó que no lo descubriría.
Preparativos para el contraataque
Esa noche, mientras la ciudad dormía bajo un cielo lluvioso, Jonathan y Isabella revisaban los documentos en el despacho privado. Él trazaba estrategias para desenmascarar a Marcus, mientras ella lo escuchaba, tomando notas y aportando ideas.
—No podemos solo acusarlo sin pruebas contundentes —dijo Isabella—. Necesitamos algo que lo exponga públicamente, de la misma manera en que nos expusieron a nosotros.
Jonathan la miró con una mezcla de admiración y ternura. Ella no solo era su apoyo emocional; se estaba convirtiendo en su aliada más fuerte.
—Exacto —respondió él—. Si Marcus quiere jugar sucio, lo haremos caer con sus propias armas.
El reloj marcaba la medianoche cuando Isabella, agotada, apoyó la cabeza en el hombro de Jonathan. El silencio del despacho fue interrumpido únicamente por el golpeteo de la lluvia contra los cristales.
Jonathan, por primera vez en días, permitió que la dureza de su expresión se desmoronara un poco. La envolvió con un brazo y la sostuvo cerca.
Sabía que la guerra apenas comenzaba, pero también que no la pelearía solo.