Entre el deber y el deseo

36. El contraataque silencioso

La noche después del enfrentamiento con Marcus, Jonathan permaneció solo en su oficina. Las luces de la ciudad se reflejaban en los ventanales, pero en su interior reinaba la penumbra. Frente a él, sobre el escritorio, había carpetas con contratos, memorándums y reportes financieros. Miles de páginas que, en apariencia, mostraban un orden impecable.

Pero Jonathan sabía que detrás de esa fachada había movimientos oscuros. Marcus no solo había saboteado filtrando información: seguramente llevaba años construyendo una red de influencias que le permitía manipular al consejo sin levantar sospechas.

Jonathan cerró los ojos un instante. Podía sentir el peso de la traición en sus hombros, pero también la necesidad de actuar con frialdad. Si lo exponía sin pruebas sólidas, Marcus no dudaría en convertirlo en el villano ante todos.

Era el momento de jugar su mismo juego: silencio, paciencia… y precisión quirúrgica.

Las primeras piezas

Al día siguiente, Jonathan convocó en secreto a Daniel Vargas, un joven abogado de la compañía al que había ayudado años atrás. Daniel, agradecido por la oportunidad que Jonathan le había dado, era uno de los pocos en los que confiaba plenamente.

—Necesito que rastrees cada movimiento de Marcus en los últimos dos años —le ordenó Jonathan, su voz baja pero firme—. Contratos, transferencias, viajes, reuniones… absolutamente todo.

Daniel asintió, consciente de la gravedad.
—¿Quieres que sea confidencial?

—Más que eso —Jonathan lo miró fijamente—. Si alguien descubre que estás investigando, tu carrera terminará. Solo confía en mí.

Daniel no hizo preguntas. Se marchó con discreción, sabiendo que lo que estaba a punto de descubrir podía cambiar el destino de la empresa.

El enemigo invisible

Mientras tanto, Marcus seguía moviendo sus fichas. Los rumores sobre Jonathan e Isabella se intensificaban en las redes y en los pasillos del consejo. Fotografías alteradas, correos filtrados y hasta un supuesto informe de “relaciones inapropiadas” circulaban como pólvora.

Cada día, Isabella llegaba con el rostro más cansado. La presión mediática comenzaba a afectarla, aunque intentaba disimularlo frente a Jonathan. Él lo notaba todo: la forma en que evitaba mirar los titulares, el temblor en sus manos al abrir su correo, las llamadas de números desconocidos que cortaba de inmediato.

Jonathan juró en silencio que no permitiría que ella pagara el precio de su guerra.

La red de espionaje

Las semanas siguientes fueron un ajedrez silencioso. Jonathan contrató discretamente a una firma de ciberseguridad para rastrear los correos y filtraciones que habían dañado a la empresa. Los especialistas, bajo la fachada de una auditoría rutinaria, comenzaron a recolectar datos.

Pronto descubrieron algo revelador: las filtraciones provenían de una red de servidores en el extranjero, pero todos los accesos se conectaban a través de una misma dirección privada… una que pertenecía a Marcus.

Jonathan guardó la información en un dispositivo encriptado. Era una pieza clave, pero no suficiente. Marcus podía argumentar que alguien había suplantado sus credenciales. Necesitaba algo más… algo que lo atara directamente a la corrupción.

La reunión secreta

Una noche, Daniel apareció en la oficina con el rostro pálido.
—Señor… encontré algo.

Extendió una carpeta con copias de transferencias millonarias hechas desde cuentas vinculadas a empresas fantasmas. Todas terminaban en una sociedad registrada a nombre de un familiar de Marcus.

Jonathan recorrió los documentos con calma, pero por dentro sentía un nudo en el estómago.
—Con esto… lo tenemos.

Daniel dudó un momento antes de hablar.
—¿Qué planea hacer?

Jonathan guardó la carpeta en un cajón cerrado con llave.
—Aún no lo sé. Si lo expongo demasiado pronto, Marcus intentará voltear la situación. Necesito que él mismo se descubra frente a todos.

El plan en marcha

Jonathan sabía que Marcus era orgulloso. Si lograba provocarlo en el consejo, en el momento adecuado, terminaría mostrando su verdadero rostro. Y cuando eso ocurriera, Jonathan tendría las pruebas listas para caer sobre él como un martillo.

Pero había un riesgo: hasta entonces, Marcus seguía siendo un hombre poderoso, con aliados dentro y fuera de la empresa. Y mientras el plan se desarrollaba, Isabella seguía en el ojo del huracán, soportando un fuego cruzado que podía quebrarla en cualquier momento.

Jonathan miró por la ventana, con el expediente en sus manos.
—Esto no es solo por la empresa… —murmuró para sí mismo—. Es por ti, Isabella.

Y así comenzó su contraataque silencioso, un juego peligroso en el que un solo error podía costarle no solo su reputación, sino también la mujer que amaba.



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En el texto hay: jefe, secretaria, amor dificil

Editado: 07.09.2025

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