Entre el deber y el deseo

38. El golpe mas bajo

Los días posteriores a la reunión del consejo fueron un torbellino. Marcus había quedado expuesto, su imagen comenzaba a deteriorarse entre los miembros más influyentes, y Jonathan, aunque desgastado, por primera vez sintió que la balanza podía inclinarse a su favor.

Pero Marcus no era un hombre que aceptara derrotas en silencio.

La tarde del viernes, cuando Isabella salía del trabajo, notó las miradas extrañas de algunos compañeros. Había susurros, teléfonos que se levantaban al pasar y sonrisas disimuladas. Un frío inexplicable recorrió su cuerpo.

En cuanto llegó a su apartamento, su celular vibró con decenas de notificaciones. Mensajes de amigas, de conocidos, incluso de números que no reconocía. Abrió el primero… y su mundo se tambaleó.

Una serie de fotografías circulaban en redes sociales: ella y Jonathan juntos, en una cena privada, en el parque, incluso una imagen borrosa que parecía mostrar un beso. Las imágenes estaban manipuladas, editadas para exagerar la intimidad, pero el efecto era devastador.

Junto a ellas, titulares sensacionalistas:
“La amante del heredero: el escándalo que hunde a la compañía”
“Isabella R., la joven que conquistó a Jonathan y desató una crisis empresarial”

Isabella sintió que el aire le faltaba.

La llamada desesperada

Con manos temblorosas, marcó el número de Jonathan.
—¿Isabella? —su voz sonó de inmediato, preocupado—. ¿Estás bien?

Ella no pudo contener las lágrimas.
—Jonathan… lo hicieron público. Todos hablan de nosotros. Hay fotos, comentarios horribles… —su voz se quebró—. Me llaman oportunista, me llaman… cosas que no quiero repetir.

Jonathan se puso de pie en su oficina, con una furia que le quemaba el pecho.
—Voy para allá. No leas nada más, ¿me oyes? No leas nada.

—No entiendo cómo consiguieron esas fotos, yo… —Isabella apenas podía hablar—. Esto va a destruirte, a destruirnos.

Jonathan apretó los dientes.
—No van a destruirnos. —Su voz sonó grave, decidida—. Te lo prometo, Isabella.

La tormenta mediática

Cuando llegó al apartamento de ella, la encontró sentada en el sofá, con el celular apagado a un lado. Su rostro reflejaba agotamiento, rabia e impotencia. Jonathan se arrodilló frente a ella y le tomó las manos.

—Esto es Marcus —dijo, mirándola a los ojos—. Es su manera de contraatacar, usando lo que más me importa: tú.

Isabella negó con la cabeza, con lágrimas cayendo.
—Yo no pedí nada de esto, Jonathan… Yo no quería ser un escándalo.

Él la abrazó fuerte.
—Y no lo eres. —La sostuvo con fuerza—. Eres lo mejor que me ha pasado, y no voy a dejar que te ensucien con sus mentiras.

Isabella lo miró con vulnerabilidad.
—¿Y qué vas a hacer?

Jonathan la miró con una intensidad feroz.
—Defenderte. Aunque tenga que enfrentarme al mundo entero.

La confrontación indirecta

Esa misma noche, Jonathan recibió una llamada de un periodista. Alguien había filtrado más “información”: mensajes privados entre él e Isabella. Eran verdaderos, pero habían sido editados para sacarlos de contexto, haciéndolos parecer una confesión de que usaba su posición para protegerla en la empresa.

Era el golpe perfecto de Marcus: no solo dañaba la reputación de Jonathan, sino que convertía a Isabella en un blanco fácil para los ataques públicos.

Jonathan colgó la llamada con el corazón ardiendo. Miró a Isabella, que lo observaba desde el sofá, con miedo de escuchar lo que intuía.
—Van a seguir —dijo él con voz grave—. Y esta vez no basta con defendernos. Hay que atacar.

Isabella, aún con lágrimas en los ojos, asintió lentamente.
—Entonces hazlo, Jonathan. Porque yo… yo ya no quiero seguir huyendo.

El juramento

Jonathan se acercó y tomó su rostro entre sus manos.
—Escúchame bien —dijo con voz baja, intensa—. No importa lo que digan, no importa lo que inventen. Tú y yo sabemos la verdad. Y voy a demostrarla, aunque tenga que hundir a Marcus con mis propias manos.

Ella cerró los ojos, apoyando su frente contra la de él. Por un instante, entre el ruido del mundo y la tormenta de rumores, solo existían ellos dos, unidos en una lucha que ya había dejado de ser empresarial para convertirse en personal.

El silencio se rompió con un solo pensamiento que ambos compartieron sin decirlo: Marcus había cruzado la línea. Y ese error sería su condena.



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En el texto hay: jefe, secretaria, amor dificil

Editado: 07.09.2025

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