Marcus observaba las luces de Seattle desde su ático, una vista que siempre había considerado suya, un trofeo de poder. Pero esa noche las calles parecían burlarse de él, como si cada reflejo en los cristales le recordara la caída que estaba sufriendo.
Su nombre aparecía en cada noticiero acompañado de palabras como fraude, traición, escándalo. Sus aliados lo habían abandonado, sus cuentas estaban siendo auditadas, y su reputación era ya un cadáver al que los medios devoraban sin piedad.
Sin embargo, Marcus no era un hombre que aceptara la derrota. El orgullo era lo único que aún respiraba en él.
Un plan fuera de los límites
Esa madrugada, frente a una mesa llena de documentos, diseñó lo que llamó su “última jugada”. No era legal, ni mucho menos honorable. Pero sí efectiva.
Si ya no podía derribar a Jonathan por medio de los negocios, lo destruiría en el único lugar donde sabía que era vulnerable: su vida personal.
Isabella.
Marcus había conseguido fotografías, correos y grabaciones que, aunque fuera de contexto, podían presentarse como pruebas de una relación prohibida entre jefe y secretaria. Había convencido a un par de periodistas sin escrúpulos de que aquello era “el verdadero escándalo”.
—Si voy a hundirme —murmuró mientras encendía un cigarro—, me aseguraré de llevarlos conmigo.
El golpe mediático
Días después, en la mañana, Jonathan se encontró con una pesadilla en los titulares:
“Romance secreto en las oficinas de Kensington Corp: el CEO y su asistente en el ojo del huracán.”
Las imágenes mostraban a Isabella y a Jonathan en situaciones aparentemente comprometedoras: saliendo de la oficina juntos de noche, compartiendo una cena (que en realidad había sido una reunión de trabajo), y un par de fotografías borrosas que insinuaban mucho más de lo que en verdad había sucedido.
La noticia se propagó como fuego. Programas de televisión debatían sobre el “escándalo”, los inversionistas empezaban a dudar de nuevo, y las redes sociales se llenaban de comentarios crueles.
Jonathan, contra las cuerdas
Jonathan golpeó el escritorio con fuerza, sus manos temblaban de rabia. No por lo que pudieran pensar de él, sino por Isabella.
Sabía que ella sería la más expuesta, la que cargaría con la peor parte de los comentarios, los juicios y las miradas acusadoras.
—Cobarde… —susurró entre dientes, apretando la mandíbula—. Ni siquiera tu ruina te basta.
Marcus sonríe
En un bar oscuro, Marcus veía los noticieros transmitiendo su “obra maestra”. Los comensales murmuraban el nombre de Jonathan, y eso era suficiente para devolverle, al menos por un instante, la sensación de poder que había perdido.
—Que hablen, que duden, que se ensucien —rió suavemente, bebiendo de su copa—. El verdadero golpe no es el dinero, es la reputación. Y esa, querido Jonathan, no se recupera tan fácil.
Un nuevo dilema
Jonathan sabía que si no detenía esto pronto, Isabella sería destruida por rumores que ni siquiera había buscado. Tenía pruebas para demostrar la manipulación, pero difundirlas significaba revelar aspectos privados que pondrían a Isabella aún más en la mira.
El dilema era brutal:
¿Defenderla públicamente, aun sabiendo que eso los uniría en los ojos de todos?
¿O guardar silencio, esperando que el escándalo muriera por sí solo, arriesgándose a que la reputación de ella quedara manchada para siempre?
Jonathan cerró los ojos. La batalla ya no era solo corporativa. Marcus había convertido todo en algo personal. Y ahora, la decisión que debía tomar podía cambiar el rumbo no solo de su carrera… sino también del amor que apenas empezaba a construir con Isabella.