El despacho de Jonathan estaba en penumbras. Las cortinas cerradas dejaban pasar apenas un hilo de luz que iluminaba el suelo de madera. Desde hacía horas, él no se había movido de su silla. Su celular vibraba sin descanso: llamadas de periodistas, mensajes de socios, correos de inversionistas que exigían explicaciones.
No respondió ninguno.
Respirar hondo y mantener la calma había sido siempre su mejor arma. Había aprendido que las tormentas mediáticas tenían un ciclo: nacían, crecían, explotaban… y luego se apagaban. Pero esta era diferente, porque en el centro de todo estaba Isabella.
Se levantó, caminó hasta la ventana y miró el horizonte de Seattle cubierto de nubes oscuras.
—Si hablo ahora, los destruiré a ambos… —murmuró, apretando el puño—. Pero si guardo silencio, Marcus creerá que ganó.
El silencio sería su estrategia. Una trampa.
La investigación secreta
Esa misma noche, Jonathan convocó en privado a su círculo más cercano de confianza: su jefe de seguridad, un abogado veterano y un experto en ciberseguridad. Ninguno de ellos trabajaba de forma visible en la empresa, lo cual era perfecto para mantener la discreción.
—No quiero que nadie más lo sepa —les dijo con tono firme—. Necesito pruebas. Correos, transferencias, conversaciones… todo lo que vincule a Marcus con la prensa y con esta basura de rumores.
El experto en ciberseguridad asintió.
—Si hay huellas, las encontraré. Nadie puede mover tanto ruido mediático sin dejar rastros.
Jonathan solo asintió, sintiendo que el plan comenzaba a tomar forma.
Isabella en el centro de la tormenta
Mientras tanto, Isabella vivía la otra cara del escándalo. Sus compañeras en la oficina la miraban con una mezcla de compasión y curiosidad. Algunos empleados murmuraban al pasar, otros guardaban silencio incómodo.
Ella intentaba mantener la cabeza erguida, pero por dentro sentía que cada mirada era un juicio. Había recibido mensajes anónimos, algunos crueles, otros insinuantes, y eso le helaba la sangre.
Jonathan lo sabía, y era esa realidad la que le encendía la rabia. Pero también era el motivo por el cual debía resistir la tentación de salir frente a las cámaras.
Un movimiento en falso, y el daño para ella sería irreversible.
Marcus se confía
Por su parte, Marcus se encontraba más confiado que nunca. Veía los noticieros y sonreía, convencido de que había logrado su cometido: aislar a Jonathan, minar su credibilidad y ensuciar a Isabella al mismo tiempo.
—No tardará en salir a defenderla —le dijo a uno de sus hombres de confianza—. Y cuando lo haga, todo quedará confirmado. Lo único mejor que un rumor… es un rumor validado por el propio protagonista.
Esa era su apuesta. Pero Jonathan no iba a darle ese gusto.
La calma antes del contraataque
En los días siguientes, Jonathan se mostró sereno en público. Atendía reuniones breves, mantenía la empresa funcionando, y evitaba cualquier comentario sobre los rumores. Esa frialdad confundía a muchos.
Los medios esperaban un estallido, una declaración, un desmentido. No obtuvieron nada.
Lo que nadie sabía era que, mientras tanto, sus hombres trabajaban día y noche reuniendo pruebas. Y cada pieza que encontraban apuntaba hacia Marcus: pagos a periodistas, correos manipulados, e incluso borradores de artículos enviados desde su propia red privada.
Jonathan lo miraba todo desde la penumbra de su oficina y pensaba:
—El silencio es el arma que nunca espera un enemigo desesperado.
La tormenta se revierte
Al final de la semana, el abogado se presentó con una carpeta gruesa sobre el escritorio de Jonathan.
—Aquí lo tiene —dijo con voz grave—. Pruebas irrefutables. Si las liberamos, Marcus no solo pierde la batalla… también podría acabar en prisión.
Jonathan acarició la carpeta con la mano, sintiendo el peso de la decisión. Podía exponerlo de inmediato, pero algo en su interior le decía que aún no era el momento. El silencio debía prolongarse, porque Marcus, confiado, seguramente prepararía un siguiente movimiento.
Y cuando lo hiciera… sería su final.