Los días de silencio habían desesperado a la prensa, pero Jonathan no se dejaba arrastrar por la presión. Mientras tanto, en la sombra, cada pieza de su estrategia empezaba a encajar.
Era medianoche cuando el experto en ciberseguridad irrumpió en su oficina, cargando un maletín y con el rostro encendido por la adrenalina.
—Lo encontré. —Dejó caer varias carpetas sobre el escritorio de Jonathan—. Marcus cometió un error.
Jonathan alzó una ceja, interesado.
—¿Qué clase de error?
—Un descuido. —El hombre sacó una memoria USB y la colocó frente a él—. Alguien en su equipo usó una red insegura para enviar documentación. Pude rastrear correos que vinculan directamente a Marcus con un contrato de financiamiento oculto… un dinero negro que está pagando no solo a periodistas, sino también a un grupo de accionistas para desestabilizar tu empresa desde dentro.
Jonathan se reclinó en la silla, procesando la información.
—Así que no solo son rumores… está comprando voluntades.
—Exacto. Y hay más. —El hombre sacó otra carpeta—. Encontramos transferencias a una cuenta en Islas Caimán. El remitente es una empresa fantasma, pero los registros digitales apuntan a Marcus como su beneficiario.
Por primera vez en días, una sonrisa helada se dibujó en los labios de Jonathan.
—La avaricia siempre los delata.
Un movimiento oculto
Con estas pruebas, Jonathan entendió que el terreno había cambiado. Marcus ya no solo estaba jugando con rumores: estaba cometiendo delitos financieros. Eso abría un abanico de posibilidades.
Podía entregarlo directamente a las autoridades… pero aún no. No cuando podía usar esa información como arma de control.
Esa misma madrugada convocó a su abogado y al jefe de seguridad.
—Marcus cree que me está acorralando. —Jonathan hablaba con voz firme, sin rastro de duda—. Lo que haremos será dejarlo creerlo un poco más. Cuanto más confiado esté, más se expondrá.
El abogado, sin embargo, mostró cautela.
—Es un juego peligroso, Jonathan. Si esperamos demasiado, podría causar un daño irreversible a la reputación de la empresa… e incluso a Isabella.
El nombre de ella flotó en el aire como un recordatorio de lo que estaba en juego. Jonathan apretó el puño, consciente del riesgo, pero también del poder que tenía en sus manos.
—Por eso debemos ser más inteligentes que él.
La primera grieta en Marcus
Dos días después, un artículo apareció en un medio pequeño, casi irrelevante en comparación con los gigantes que habían difundido los rumores. Sin embargo, su contenido era explosivo: detallaba movimientos sospechosos de dinero ligados a “un empresario rival” sin mencionar nombres.
Marcus lo leyó con indiferencia al principio, hasta que notó un dato que solo él y su círculo cercano conocían. Una cifra, un nombre de cuenta, algo demasiado específico.
Su rostro perdió el color.
—¿Cómo diablos…? —susurró, apretando el papel con furia.
Por primera vez, sintió una grieta en su armadura. Alguien estaba jugando contra él desde la oscuridad, del mismo modo en que él lo había hecho con Jonathan.
Y esa sensación lo enloquecía.
El silencio como amenaza
Mientras Marcus se desesperaba, Jonathan permanecía imperturbable. En sus reuniones con la junta, hablaba con calma, sin dar señales de nerviosismo. Pero entre líneas, dejaba caer insinuaciones sutiles:
—No todo lo que brilla en la prensa es cierto… A veces los verdaderos responsables terminan cayendo solos.
Aquellas frases ambiguas bastaban para que los accionistas empezaran a dudar. Y en el mundo de los negocios, la duda era una herida mortal.
El contraataque toma forma
Una noche, Jonathan se quedó solo en su oficina, observando las pruebas sobre Marcus. Los documentos, las transferencias, los nombres… Todo estaba allí, listo para hundirlo de una vez por todas.
Pero no se trataba solo de negocios. Lo que Marcus había hecho con Isabella era imperdonable. Había usado su nombre para mancharla, para convertirla en un blanco fácil. Y esa afrenta Jonathan no pensaba dejarla impune.
Se inclinó hacia adelante, con los ojos ardiendo de determinación.
—Marcus, acabas de firmar tu sentencia.