Entre el deber y el deseo

45. El titiritero pierde los hielos

Marcus siempre había sido un hombre calculador, dueño de una sangre fría que lo distinguía de otros empresarios. Pero esa mañana, mientras miraba su reflejo en el espejo de su oficina, vio algo que nunca antes había visto en sí mismo: duda.

El artículo anónimo que circulaba en un medio pequeño parecía insignificante para cualquiera… excepto para él. Los detalles eran demasiado específicos, pruebas de que alguien había metido las manos en su terreno más delicado: sus finanzas ocultas.

Marcus intentó disimular frente a su asistente, pero su tono de voz lo traicionaba.
—Quiero que revises cada maldito contrato, cada correo, cada cuenta. ¡Ya! —gruñó, golpeando el escritorio con fuerza.

La joven asintió, nerviosa. Nunca lo había visto perder la compostura.

La reunión con los socios

Esa misma tarde, Marcus se presentó en una junta clave con accionistas que había convencido con rumores contra Jonathan. Estaba dispuesto a reafirmar su dominio, pero su mente estaba en otra parte.

Uno de los socios levantó la voz.
—Señor Marcus, hemos notado inconsistencias en los números. ¿Hay algo que debamos saber?

Por un instante, Marcus titubeó. Un segundo de silencio que para un hombre en su posición equivalía a un abismo.
—Todo está bajo control —respondió con una sonrisa forzada—. Son ajustes menores, nada que deba preocuparles.

Pero la semilla de la duda estaba sembrada. Los accionistas se miraron entre sí, y Marcus supo que lo habían notado: por primera vez, no había sonado convincente.

Ira y paranoia

De regreso a su oficina, descargó su frustración arrojando un vaso contra la pared. El cristal estalló, y con él su fachada de seguridad.
—¡Maldita sea, Jonathan! —rugió—. ¿Qué estás tramando?

La paranoia comenzó a consumirlo. Mandó a investigar a empleados leales, acusándolos sin pruebas de filtrar información. Despidió a dos de sus hombres de confianza solo por encontrar en sus escritorios notas que él interpretó como sospechosas.

Pero lo peor no fue eso, sino el error que cometió en su desesperación: ordenó transferir grandes sumas de dinero a nuevas cuentas “más seguras”. Movimientos tan evidentes que cualquier auditoría independiente podría rastrear en cuestión de horas.

La sombra de Jonathan

Mientras tanto, Jonathan observaba todo a través de sus informantes. Cada error de Marcus era una pieza más en el rompecabezas que lo llevaría a la ruina.
—Ya no necesito empujarlo —comentó a su abogado, mostrándole los reportes de los movimientos sospechosos—. Marcus está cavando su propia tumba.

El abogado lo miró con una mezcla de respeto y cautela.
—Pero debemos actuar en el momento justo. Si lo haces demasiado pronto, puede defenderse. Si lo haces tarde, podría arrastrarte con él.

Jonathan asintió, aunque en su interior ya había tomado una decisión: dejaría que Marcus se ahogara en sus propios errores, hasta que no hubiera escapatoria.

El error más grande

La paranoia lo llevó a su peor movimiento. Marcus, decidido a frenar la ola invisible que lo rodeaba, llamó personalmente a un periodista que había ayudado a difundir los rumores sobre Jonathan e Isabella.
—Quiero un artículo nuevo, ¿me oyes? —dijo con voz tensa—. Necesito que la historia se vuelva más fuerte, más escandalosa. Algo que los hunda de una vez.

Lo que Marcus no sabía es que esa llamada estaba intervenida. Y pronto, esa grabación se convertiría en el clavo más afilado de su ataúd.

Por primera vez en mucho tiempo, el titiritero estaba perdiendo los hilos.



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En el texto hay: jefe, secretaria, amor dificil

Editado: 07.09.2025

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