Entre el deber y el deseo

46. La trampa invisible

Jonathan: el plan en la sombra

Jonathan llevaba semanas esperando este instante. Cada pieza del tablero estaba colocada con precisión, cada movimiento de Marcus registrado y archivado. Tenía pruebas financieras, correos interceptados y, lo más importante, la grabación de aquella llamada desesperada que Marcus había hecho al periodista.

En su oficina de cristal, con las luces de Seattle reflejándose en los ventanales, Jonathan revisaba con calma los documentos que su equipo legal había preparado. A su lado, Isabella lo observaba con una mezcla de nervios y admiración.

—¿Estás seguro de que es el momento? —preguntó ella, apoyando suavemente una mano en su brazo.

Jonathan asintió, con la serenidad de quien ha esperado demasiado.
—Marcus ya no tiene escapatoria. Si lo revelo ahora, quedará expuesto como el responsable de sabotajes financieros, y además como el creador de los rumores. Lo perderá todo.

Sacó de un sobre una copia de la transcripción de la llamada. Las palabras de Marcus estaban ahí, grabadas como una confesión.
—Este será el golpe final —susurró Jonathan—. Pero necesito que parezca que no proviene de mí, sino de un desenlace inevitable.

El abogado intervino:
—Podemos filtrar la grabación a un medio importante, justo antes de la próxima junta de accionistas. Para cuando Marcus intente defenderse, su reputación ya estará destruida.

Jonathan sonrió, aunque en sus ojos había una sombra de cautela.
—Quiero que su caída sea pública, irreversible y que todos sepan que fue él mismo quien la provocó. No pienso darle la satisfacción de creer que luchó contra mí… no. Él mismo se habrá condenado.

Marcus: la espiral descendente

Mientras tanto, Marcus estaba en la otra cara de la moneda. Su oficina, antes impecable y organizada, ahora era un caos: carpetas abiertas por todas partes, vasos vacíos de whisky, papeles arrugados en el suelo. La seguridad y el control que siempre lo habían definido estaban desmoronándose.

—¡Nadie entiende nada! —gritó, golpeando la mesa con el puño—. ¡Yo soy el que manda aquí!

Su asistente, temblorosa, intentó explicarle que varios inversores habían retirado fondos. Marcus apenas escuchaba, convencido de que había traidores dentro de su círculo.
—Despídelos a todos si es necesario. Quiero limpieza total.

Pero con cada decisión impulsiva se cavaba más hondo. Al despedir a empleados clave, dejó huecos que revelaron aún más irregularidades en sus cuentas. En su paranoia, mandó correos insultando a socios importantes, lo que rompió alianzas que le habían tomado años construir.

El error más grave llegó cuando intentó mover nuevamente capital a través de una red de cuentas fantasma. Lo hizo con tanta urgencia y torpeza que el sistema de auditoría bancaria lo marcó como sospechoso.

Marcus no lo sabía aún, pero esa transacción quedaría registrada como prueba oficial de fraude.

La tormenta que se acerca

Jonathan lo observaba desde la distancia, cada reporte llegando a su escritorio como una confirmación más de que el enemigo estaba en caída libre.

—El momento está cerca —murmuró, mientras cerraba el expediente de Marcus—. Solo falta un empujón, y todo el mundo verá al hombre detrás de la máscara.

Y sin saberlo, Marcus seguía enredándose, como un animal atrapado en su propia trampa, incapaz de distinguir qué era real y qué era paranoia.

La tormenta ya estaba desatada. Y lo peor para Marcus era que aún creía que podía controlar la lluvia.



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En el texto hay: jefe, secretaria, amor dificil

Editado: 07.09.2025

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