Jonathan: moviendo fichas en silencio
Jonathan sabía que no podía esperar a que la junta revisara los documentos por sí sola. Marcus había jugado demasiado bien su carta: las pruebas falsas estaban tan bien hechas que, para ojos inexpertos, parecían auténticas.
Esa misma noche, en la soledad de su oficina iluminada solo por la ciudad de Seattle al fondo, tomó el teléfono y marcó un número reservado para situaciones extremas.
—Necesito a alguien que pueda analizar documentos digitales a nivel forense. No un simple auditor, alguien capaz de desenmascarar falsificaciones imposibles de detectar.
Al otro lado de la línea, su contacto respondió:
—Tengo a la persona indicada. Es caro… y no le gusta trabajar para corporaciones.
—Dile que no es para la empresa —respondió Jonathan, con voz dura—. Es personal.
Isabella: la presión aumenta
Mientras Jonathan tejía su plan, Isabella sufría la embestida en carne propia. La llamaban a cada reunión, la cuestionaban sobre fechas, decisiones, conversaciones privadas. Todo con un aire acusador, como si ya fuera culpable.
Un día, al salir de la sala de juntas, escuchó cómo dos empleados murmuraban a sus espaldas:
—Claro que recibió beneficios, ¿cómo explicas su ascenso tan rápido?
—Todo encaja. Nadie sube así sin ayuda.
El dolor fue inmediato. Sintió que su esfuerzo de años se desmoronaba en un par de frases venenosas.
Esa noche, cuando se encontró con Jonathan, no pudo contener las lágrimas.
—Están destrozando mi nombre, Jonathan. ¿Y si no logramos probar la verdad?
Él la abrazó con fuerza, murmurando contra su cabello:
—Confía en mí. No pienso dejar que Marcus gane.
El experto
Dos días después, en un café discreto del centro, Jonathan se reunió con un hombre de aspecto común, con barba de varios días y un portátil bajo el brazo.
—Me dijeron que necesitas probar la falsedad de unos documentos —dijo el hombre, directo, mientras encendía su laptop.
Jonathan asintió y le entregó una memoria USB con copias de los correos y mensajes presentados como evidencia.
—No busco limpiar mi imagen con palabras, necesito hechos. Quiero que me digas si son falsos y cómo lo hicieron.
El hombre tecleó rápido, revisando metadatos, cabeceras de correos y registros ocultos. Tras una hora de análisis en silencio, levantó la mirada.
—Esto es sofisticado… pero no perfecto. Los metadatos de algunos correos no coinciden con los servidores de la compañía. Y los mensajes de texto tienen marcas de tiempo duplicadas, como si alguien hubiera copiado estructuras y las pegara en masa.
Jonathan entrecerró los ojos.
—¿Puedes demostrarlo de forma irrefutable?
El experto sonrió apenas.
—Con tiempo, sí. Y si me das acceso a los servidores internos, podría incluso rastrear de dónde salió la manipulación.
Marcus: confiado en su victoria
Al otro lado de la ciudad, Marcus celebraba con un socio financiero. Creía que el plan estaba sellado.
—La junta ya no confía en él —dijo, con una sonrisa venenosa—. En pocos días, lo destituirán. Y cuando eso pase, yo estaré listo para volver como el salvador.
Su socio lo miró con cautela.
—¿Y si descubre la manipulación?
Marcus rio, confiado.
—No puede. Para cuando sospeche, será demasiado tarde.
Pero lo que Marcus no sabía era que, en ese mismo momento, Jonathan ya tenía en sus manos la primera grieta de su plan.
El pacto
Esa noche, Jonathan regresó con Isabella y le contó lo ocurrido.
—Hay una forma de probar que los documentos son falsos. No será rápido, pero ya tengo un experto trabajando en ello.
Ella lo miró con los ojos enrojecidos, pero una chispa de esperanza volvió a encenderse en su interior.
—Entonces luchemos. Aunque nos quieran destruir, demostraremos quién está detrás.
Jonathan le tomó la mano, apretándola con fuerza.
—Marcus pensó que podía derribarnos con mentiras. Pero cuando expongamos la verdad, será él quien no tenga dónde esconderse.