Entre el deber y el deseo

53. La caída provisional

Jonathan

El reloj de la sala de juntas avanzaba con un silencio insoportable. Cada segundo parecía arrastrar consigo toneladas de peso, como si marcara el pulso de una sentencia que ya estaba escrita. Jonathan, sentado al frente de la larga mesa de madera oscura, mantenía los puños cerrados bajo la superficie, donde nadie pudiera verlos.

Había defendido su empresa de crisis financieras, de adquisiciones hostiles, de mercados inestables. Pero nunca había imaginado que la batalla más peligrosa sería contra las mentiras sembradas por un hombre al que alguna vez llamó socio.

El presidente de la junta, un hombre de cabello gris y rostro pétreo, rompió el silencio.
—Señor Whitmore, tras la revisión preliminar de la documentación presentada por el señor Marcus Hale, y en vista de los testimonios que sugieren una relación impropia entre usted y su asistente personal, la junta considera prudente… suspenderlo temporalmente de sus funciones como director ejecutivo.

Jonathan apretó la mandíbula. Sabía que podía suceder, pero escucharlo en voz alta era como un golpe seco en el pecho.

—Esto no es una decisión definitiva —añadió el presidente—, pero hasta que la investigación concluya, no creemos conveniente que siga al frente de la empresa.

El murmullo recorrió la mesa. Algunos directivos lo miraban con una mezcla de lástima y desaprobación, otros evitaban siquiera cruzar su mirada. Y entonces, la voz que más detestaba se levantó desde el otro extremo de la mesa.

Marcus.

—Con todo el respeto, señores —dijo con tono de falsa modestia—, la compañía necesita estabilidad. No podemos permitir que rumores, por más infundados que sean, manchen nuestra credibilidad frente a inversionistas y clientes. Propongo que alguien de confianza asuma la dirección interina. Yo estaría dispuesto a…

Jonathan se enderezó, interrumpiéndolo.
—Aprovechar mi ausencia para reclamar algo que nunca te ganaste, ¿verdad, Marcus?

Algunos de la junta hicieron gestos incómodos. El presidente carraspeó.
—Señor Whitmore, le pido que mantenga la compostura.

Jonathan se obligó a respirar hondo. No podía perder el control frente a ellos.
—Les pido que reconsideren. Estos documentos son falsos, manipulados. Ya estoy trabajando con un experto independiente que podrá demostrarlo. Todo lo que Marcus ha presentado es parte de una estrategia para desestabilizar la compañía.

Marcus sonrió, con esa calma calculada que lo hacía insoportable.
—Una estrategia… ¿o la simple consecuencia de sus malas decisiones personales?

Jonathan sintió cómo las venas le latían en la sien. Quería gritarle, desenmascararlo ahí mismo, pero aún no tenía las pruebas sólidas en la mano. Si se adelantaba, solo quedaría como un hombre desesperado.

El presidente de la junta levantó la mano.
—La decisión está tomada. A partir de este momento, queda suspendido de sus funciones hasta que la investigación concluya. El señor Hale asumirá como director interino.

El mundo pareció derrumbarse en ese instante.

Jonathan recogió sus papeles con calma fingida, aunque por dentro hervía de rabia. Mientras se levantaba, alcanzó la mirada de Marcus: una chispa de triunfo brillaba en sus ojos.

Pero lo que Marcus no sabía era que el juego aún no había terminado.

Isabella

Isabella lo esperaba en la oficina, nerviosa, con las manos entrelazadas sobre el escritorio. Había escuchado rumores del resultado de la reunión, pero necesitaba verlo, escucharlo de su boca.

Cuando Jonathan entró, lo hizo con el paso pesado, como si cargara toneladas en los hombros. Cerró la puerta y apoyó la frente contra ella por un segundo, exhalando un suspiro quebrado.

—¿Te suspendieron? —preguntó Isabella, con la voz apenas audible.

Él asintió. No había palabras para suavizar el golpe.

Ella se levantó y cruzó la habitación de inmediato, colocándole una mano en el pecho, buscando su mirada.
—Esto no es justo, Jonathan. Están cometiendo un error enorme.

Él tomó su mano y la apretó contra su corazón.
—Marcus está ganando… por ahora. Pero no va a durar.

Isabella notó el temblor en sus dedos. Jamás lo había visto así, tan… vulnerable. Jonathan siempre había sido un hombre de acero, un líder que no se dejaba quebrar. Y ahora, esa máscara tenía grietas.

—Dime qué necesitas que haga —susurró ella.

Él la miró intensamente, con los ojos oscuros cargados de rabia contenida.
—Que confíes en mí. Y que no dejes que te hagan dudar de nosotros. Marcus cree que puede destruirme usando nuestra relación como arma, pero no lo logrará.

Isabella tragó saliva, sintiendo un nudo en la garganta.
—Lo único que temo es que terminen usándome para hundirte más.

Jonathan negó, acariciando su mejilla con suavidad.
—No. Tú eres mi fuerza en todo esto. Y cuando caiga, porque va a caer, quiero que estés a mi lado para verlo.

Las lágrimas que había estado conteniendo finalmente rodaron por el rostro de Isabella. Lo abrazó con todas sus fuerzas, como si ese gesto pudiera sostenerlo en pie contra el mundo entero.

Marcus

En su nueva oficina —la que hasta esa mañana había pertenecido a Jonathan—, Marcus se acomodó en la silla ejecutiva, girando lentamente mientras miraba el horizonte de Seattle.

—El trono al fin está libre —murmuró para sí mismo, levantando una copa de whisky.

Pero lo que ignoraba era que, lejos de haber asegurado su victoria, había dado a Jonathan la excusa perfecta para contraatacar en la sombra. Porque mientras Marcus celebraba, Jonathan ya había decidido que no descansaría hasta desenmascararlo públicamente.



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En el texto hay: jefe, secretaria, amor dificil

Editado: 07.09.2025

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