Entre el deber y el deseo

54. La verdad en la mesa

Jonathan

El día de la reunión extraordinaria amaneció gris, con nubes bajas cubriendo Seattle. Jonathan lo interpretó como un augurio: la tormenta estaba en su punto más feroz, pero pronto debía disiparse.

Entró en la sala de juntas con paso firme, pese a que oficialmente aún estaba suspendido. Un murmullo recorrió la mesa al verlo, como si su sola presencia incomodara a varios miembros de la junta. Marcus ya estaba allí, ocupando el asiento principal, con una sonrisa que destilaba falsa autoridad.

—Señor Whitmore —dijo el presidente de la junta, visiblemente incómodo—, debo recordarle que se encuentra suspendido de sus funciones.

Jonathan apoyó ambas manos sobre la mesa, inclinándose hacia adelante.
—No estoy aquí como director. Estoy aquí como un hombre dispuesto a defender la verdad. Y tengo pruebas que todos ustedes necesitan ver antes de tomar una decisión que podría condenar a esta compañía.

Marcus soltó una risita, cargada de veneno.
—¿Pruebas? ¿Más excusas? Jonathan, aceptar la realidad no es una debilidad. Ya es hora de que te apartes.

Jonathan lo miró fijamente, sin parpadear.
—No soy yo quien debe apartarse, Marcus.

Con una señal, hizo que el experto forense entrara en la sala. Un hombre sencillo, laptop en mano, que parecía más un profesor universitario que un investigador digital. Con calma, conectó su equipo al proyector.

—Buenos días —saludó, ajustándose las gafas—. Mi nombre es David Hanley. He realizado un análisis forense de los documentos y correos presentados contra el señor Whitmore. Lo que encontré fue… bastante revelador.

La sala enmudeció. Todos fijaron la mirada en la pantalla, donde empezaron a aparecer registros de código, cabeceras y marcas temporales.

—Primero, los correos electrónicos —explicó Hanley—. Aparentemente, muestran que el señor Whitmore autorizaba transferencias irregulares. Pero si observan aquí… —señaló una sección en la pantalla—, los metadatos no corresponden a los servidores de la empresa. Fueron creados en un entorno externo y luego insertados en los archivos.

Un miembro de la junta frunció el ceño.
—¿Está diciendo que son falsos?

—Exactamente —respondió Hanley con calma—. Y no solo eso. Al rastrear la dirección de acceso, encontramos coincidencias con la cuenta personal del señor Marcus Hale.

El aire en la sala se volvió espeso. Todos giraron hacia Marcus, que mantenía la sonrisa forzada.

—Eso es absurdo —replicó él, alzando la voz—. ¿Me acusan de falsificar correos? ¿Con qué fin?

Hanley siguió proyectando más pruebas.
—Aquí tienen los registros de acceso. Horas exactas, direcciones IP, y el dispositivo utilizado. Coinciden con los de su oficina, señor Hale.

Marcus sudaba, aunque trataba de disimularlo.
—Esto es un montaje… Jonathan, ¿de verdad recurriste a un hacker para salvarte?

Jonathan se inclinó hacia adelante.
—No necesito hackers, Marcus. Solo la verdad. Y la verdad es que tú intentaste destruir mi reputación, mi empresa y a la mujer que amo.

Un murmullo más fuerte recorrió la sala. Isabella, que estaba sentada al fondo como invitada, bajó la cabeza conmovida al escuchar esas palabras dichas en público.

El presidente de la junta intervino con voz grave.
—Señor Hale, las pruebas son contundentes. No solo falsificó documentos, sino que además intentó manipular a esta junta. ¿Tiene algo que decir antes de que procedamos?

Marcus respiró hondo, su máscara finalmente agrietándose.
—Todo lo que hice fue para salvar la compañía de la debilidad de Jonathan. Él ya no tenía control, y su… relación con la señorita Romano era un riesgo. Yo solo…

—Basta —lo interrumpió Jonathan, con una frialdad cortante—. No intentes disfrazar tu ambición de preocupación. Nunca te importó la compañía. Solo querías derribarme para ocupar mi lugar.

El presidente golpeó la mesa con la mano.
—La junta votará de inmediato.

En pocos minutos, la decisión quedó clara. Marcus fue destituido y vetado de toda participación futura en la compañía. Jonathan fue oficialmente restituido como director ejecutivo.

Cuando el presidente lo anunció, Jonathan cerró los ojos, dejando escapar una exhalación profunda. No era solo una victoria personal, era la reivindicación de todo lo que había perdido en las últimas semanas.

Marcus, en cambio, salió escoltado de la sala, su rostro descompuesto por la ira y la humillación.

Isabella

No había podido contener las lágrimas cuando escuchó las palabras de Jonathan frente a todos. “La mujer que amo”. No lo había dicho en la intimidad de un susurro, sino en público, frente a la junta, frente a Marcus, frente al mundo.

Cuando todo terminó, lo encontró en su oficina, de pie frente al ventanal, con el skyline de Seattle recortado por la lluvia.

—Lo lograste —susurró ella, acercándose lentamente.

Él giró hacia ella, con la dureza en su rostro suavizada por una pequeña sonrisa cansada.
—Lo logramos.

Ella lo abrazó, y por primera vez en semanas sintió que podían respirar.

—Nunca dudé de ti —dijo Isabella, con la voz quebrada.

Jonathan la besó suavemente en la frente, cerrando los ojos.
—Ahora podemos empezar de nuevo… sin sombras, sin mentiras.

Marcus

Desde el asiento trasero del coche que lo llevaba fuera del edificio, Marcus observaba la torre de la empresa perderse entre la lluvia. Apretaba los puños con tanta fuerza que los nudillos se le habían puesto blancos.

—Esto no termina aquí —murmuró para sí mismo, con el veneno aún corriendo por sus venas—. Jonathan Whitmore no me ha visto caer por última vez.



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En el texto hay: jefe, secretaria, amor dificil

Editado: 26.09.2025

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